EN HOMENAJE A LA COMUNIDAD CARDÓN EN SUS 70 AÑOS Por: Domingo Carrasquero R (*)
EN HOMENAJE A LA COMUNIDAD CARDÓN EN SUS 70 AÑOS
Domingo Carrasquero R (*)
A mis amigos shelleros
La comunidad está celebrando un nuevo aniversario de su fundación. En la historia reciente se registra el 16 de octubre de 1947, como el inicio de lo que fue la zona residencial de los trabajadores de la Refinería propiedad de la compañía angloholandesa Shell. Fue la primera urbanización dotada de todos los servicios residenciales construida en Paraguaná, conjuntamente con el proyecto de instalación de la nueva refinería. No fue fácil que la concesionaria inciara el novedoso emprendimiento, su plan era construirla en Aruba o Curazao. El gobierno de la época encabezado por el Presidente Medina Angarita -con ascendientes falconianos por cierto- obligó a las empresas a hacerlo. A pesar de que todo estaba listo, la segunda guerra mundial retrasó el inicio de las actividades, sin embargo cuentan las crónicas, que en las oficinas centrales de la Shell en el asediado Londres, donde se incubó el proyecto, un afanoso grupo de tarea -en medio de los implacables bombardeos nazi- se ocupaba de afinar y llevar adelante los estudios y cálculos, de lo que alguna vez habría de ser el complejo refinador más grande del mundo.
Al finalizar la guerra se dió inicio a las obras: donde había un agreste monte -en un terreno de 1280 hectáreas, propiedad de la Sucesión Arcaya- se levantó un novedoso urbanismo diseñado por una empresa especializada. Los noticieros de la época a los que hemos tenido acceso, bajo el título de “Una nueva ciudad se construye en Paraguaná” muestran algunas incidencias del proceso edificador. Nos hemos enterados de algunos datos curiosos, como por ejemplo de que los materiales de construcción eran en su mayoría importados, porque en aquella época no se producían en el país. Igualmente de que las vigas que sostienen el techo de las casas del campo tienen algún valor histórico, porque fueron hechas con chatarra reciclada de desechos de la segunda guerra mundial
En ella nacimos, y crecimos, en sus solares y parques nos divertimos y cometimos nuestras primeras travesuras infantiles; en sus escuelas recibimos una educación de calidad, con libros y útiles escolares suministrados por la empresa, y nos preparamos para asumir el reto que exigía la vida y labrarnos un mejor porvenir. En sus clubes socializamos con nuestros familiares y amigos; tenía además un cine al aire libre donde habían funciones diariamente, donde seguramente nos aficionamos a ver buenas películas. Además de una iglesia donde recibimos nuestros primeros sacramentos y que fue luz y fermento para el cultivo de nuestra fe. Estaba compuesto de dos sectores: el campo mayor donde vivían los “gringos” (ingleses y holandeses) junto a empleados venezolanos y otros de confianza que pertenecían a la nómina mayor, que luego se llamó Zarabón, y el campo menor para trabajadores de la nómina personal y diaria. Era una comunidad bilingüe donde se utilizaban el castellano y el inglés como idiomas de trabajo y también para hacer vida social. Estuve viviendo acá hasta que los avatares de la vida nos aventaron a seguir estudios universitarios hacia otros lares. Nos dió mucho y está enraizada en nuestro ser; a través de este artículo he querido rendir un pequeño pero merecido homenaje a nuestro Campo Shell Cardón.
Recordamos con alegría esa época idílica, si se quiere; Cardón era una comunidad casi modelo en cuanto a las posibilidades que ofrecía: empleo bien remunerado para nuestros padres; un comisariato repleto de alimentos muchos de ellos a precios subsidiados para los trabajadores y familiares, con una cooperativa de consumo que lo complementaba. Los servicios suplidos por la empresa concesionaria, eran un modelo de eficiencia comprobado: el agua llegaba a las casas a chorros sin ningún tipo de racionamiento, no se conocían los odiosos cortes de electricidad y no teníamos problemas con el gas, porque las cocinas en nuestros hogares eran eléctricas. El mantenimiento de las casas en que vivíamos corría por cuenta de la empresa que tenía una sección llamada “servicio de campo”. La seguridad interna la proveía el presto servicio de “guachimanes” y luego la asumió la policía del estado, con una eficaz comisaria. Antes de que llegara la división por calles y avenidas, el campo estaba dividido por urbanizaciones. Las calles, plaza, parques y otras áreas públicas siempre estaban impecablemente conservadas; recuerdo que había unas máquinas barredoras que se encargaban de limpiarlas, con la asistencia de los camiones de aseo que recogían la basura diariamente por la útil calle de servicio. Los drenajes funcionaban, no se veían lagunas con aguas negras estancadas. Había un ambiente tan apacible, que teníamos hasta una banda marcial que retreteaba los domingos en nuestra plaza Bolívar. Era una época donde sin lugar a dudas había en nuestra comunidad calidad de vida. Los beneficios que recibían los trabajadores, en su gran mayoría venezolanos, de la concesionaria hacían que su salario real -capacidad de compra- fuera mayor que su salario nominal -lo que cobraba en el sobre de pago- es decir que la plata que ganaban les rendía, por eso a nuestro campo llegó gente de otras latitudes, -gringos, europeos, latinos, caribeños, asiáticos, atraídos por las oportunidades que se ofrecían.
Llegó la estatización de la industria petrolera venezolana en 1975, el anterior concesionario se fue dejando una industria eficiente y una comunidad pujante. De Campo Shell paso a llamarse Campo Maraven. En los primeros tiempos la calidad de vida se mantuvo, los servicios residenciales siguieron funcionando a cabalidad. Después se sucedió un hecho clave: Maraven vendió las casas donde residían a los trabajadores, ahí empezó, considero la debacle………porque la empresa hasta entonces responsable, empezó a desentenderse progresivamente de su creación. El campo fue incorporado a Punto Fijo y empezó a depender del poder municipal, léase Alcaldía de Carirubana y de los organismos públicos estatales y nacionales para la prestación de los servicios públicos, por supuesto el deterioro se acentuó. La comunidad ha crecido y hoy está formada por Zarabón, Zaraboncito, Maraven, Fedepetrol, Los Semerucos, Las Virtudes, Terrazas del Club de Golf entre otros.
En esta fecha al estar arribando a un nuevo aniversario de su fundación, la comunidad sigue conservando la particular belleza arquitectónica que maravillaba a los visitantes y enorgullecía a sus habitantes, habiendo sido declarada “Patrimonio Arquitectónico del Estado”. Sus habitantes 15 mil según el último censo, siguen siendo gente amable, trabajadora y servicial. Hay en sus espacios hasta universidades con estudios de tercero, cuarto nivel y quinto nivel. Sin embargo el déficit en la calidad de los servicios residenciales y la inseguridad, principalmente en los últimos 15 años, tiene agobiados y en jaque permanente a sus pobladores, que viven reclamando su resolución para poder recuperar parte del esplendor perdido. Antes atraía mucha gente, ahora los jóvenes profesionales nacidos y formados acá están emigrando hacia otras tierras en busca de mejores oportunidades que en el país no les ofrece. Por cierto, justo en el momento de estar escribiendo este artículo la luz se ha ido en tres oportunidades y el agua tiene más de una semana sin aparecer.
(*) Economista shellero @dojcarr
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