REDACCIÓN NOTI-AMÉRICA (ECUADOR)
AUTOR: MGTR. GEOVANNY JURADO PUENTE

La experiencia de vida de Víctor Huerta Jouvin es tomada para buscar estrategias que permitan combatir la inseguridad y ayudar a las víctimas a superar sus heridas.
En un país donde abundan los discursos, Víctor Huerta Jouvin eligió un camino inusual: experimentar en carne propia aquello sobre lo que quería transmitir.
Hijo y nieto de reconocidos empresarios guayaquileños, con estudios en Estados Unidos e Inglaterra y una vida cómoda, sorprendió en 2020 cuando decidió renunciar a las rentas familiares y fiestas sociales para adentrarse en el activismo contra la violencia. Una actividad sin manual, donde las respuestas se aprenden en la calle.
“Para hablar de pobreza, delincuencia, miedo o incluso de bondad hay que vivirlo”, repite sin dramatismos. En él es una filosofía que ha guiado los últimos seis años de su vida.
Antes de este giro radical, Víctor era -como él mismo admite- un “aniñado». Conocía apenas cinco ciudades del país, dormía más de diez horas diarias, trabajaba menos de cuatro y «propósito de vida» no existía.
Pero un suceso personal cambió todo. Y su búsqueda de respuestas lo llevó a separarse de su familia y a descubrir que, en las calles, todos sienten, temen, lloran y ríen igual. Aprendió a tener fe, que a larga es lo único que tenemos hoy en día los ecuatorianos.

Luego de ser víctima de la delincuencia, Víctor Huerta Jouvin encontró su razón de vivir en luchar contra la violencia, para que otras personas no atraviesen por la misma situación.
Sus amigos lo llamaron “loco”. Algunos aseguraron que aquella aventura le duraría semanas y que se arrepentiría haber desafiado a todos. Nadie imaginó que Ecuador viviría una escalada de violencia tan drástica que, en palabras del propio Víctor, “hay más crimen que banano”. Hoy, Huerta Jouvin puede ser o no ser querido, pero ya nadie se está riendo.
¿Por qué alguien con un futuro asegurado eligió trabajar dieciocho horas al día, de lunes a lunes, sin lujos, sin fines de semana y lejos de las comodidades familiares? Su respuesta es simple: “Tengo una deuda con la vida. He sido un inconsciente. Sí tengo miedo, pero me toca hacer las cosas con miedo.”
Obsesionado con un propósito, demostrar que la no violencia, la dignidad humana y la transformación personal pueden cambiar destinos, asumió el precio del camino: rechazo, incredulidad y cansancio extremo. Le han dicho cien veces “NO”. Pero cuando una puerta se abre, Víctor entra y da todo de sí, literalmente.
Quienes trabajan con él coinciden en una cualidad: su capacidad para visualizar y ejecutar. Mientras algunos miran un problema, él ya ve un proyecto completo. Esa habilidad -que sus cercanos describen como visual thinking– ha sido clave para impulsar programas sociales, que hoy dan forma a su labor pública.
Su disciplina es igual de particular: madruga, viaja sin descanso, se sienta a conversar con quien sea necesario y duerme donde toque: un sofá, una comunidad, un hotel o hostal desconocido.
Y aunque dirige Non-Violence Ecuador desde mayo 2024, no se presenta como maestro de nada. “Soy un aprendiz”, reconoce. A veces se enoja y dice malas palabras. Y confiesa que todas las madrugadas, durante unos treinta minutos, siente miedo y extraña aquella vida vacía, bohemia y sin propósito que llevaba antes de 2020.
El bastón de mando indígena recibido en Colta o el sello curial dado por el Cardenal Luis Cabrera en el 2022, por su testimonio de fe, lo motivan, pero hoy en día más lo motiva estar vivo, ¡con salud y sabiduría!
En un país diverso y desigual como Ecuador, donde los apellidos pueden abrir o cerrar puertas, Víctor no huye de su origen empresarial: lo abraza. “Mi origen y mis estudios me dieron herramientas; mis experiencias me dieron propósito”, afirma.
Su trabajo lo ha llevado a convivir con personas de todos los contextos: blancos, mestizos, indígenas, afroecuatorianos, empresarios, policías, transportistas, militares, profesores, periodistas, estudiantes y niños en situación de riesgo.
Conoció realidades que duelen: niños que no estudian ni trabajan, adolescentes reclutados por bandas criminales, comunidades enteras sin presente y, mucho menos, futuro.
Su mensaje incomoda a algunos, pero moviliza a muchos. Y su historia recuerda algo esencial: para cambiar hay que sentir, ese es el verdadero precio de ayudar. www.nonviolence.com / www.no-violencia.com



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