“OBLIGADOS A SERVIR, FORZADOS A CALLAR” Por: Milagros Fiorella Acevedo Avalos

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“OBLIGADOS A SERVIR, FORZADOS A CALLAR”
Milagros Fiorella Acevedo Avalos
Estudiante universitaria peruana
El servicio militar obligatorio ha sido desde hace décadas un tema de constante debate en diversos países, incluido el Perú. Esta práctica impone a los jóvenes enrolarse en las Fuerzas Armadas como una manera de “servir a la patria” y forjar disciplina. Sin embargo, este mecanismo ha sido también criticado por atentar contra la libertad individual, limitar proyectos personales y exponer a los jóvenes a riesgos innecesarios bajo una supuesta causa nacional y a este panorama se le suma la falta de información y orientación vocacional que tienen muchos jóvenes frente a sus derechos. Entonces: ¿Estamos formando ciudadanos o llenando cuarteles por obligación?, ¿es ético obligar a alguien a portar un arma cuando ni siquiera se le garantiza un libro o un plato de comida? Considero que imponer el servicio militar obligatorio en el Perú sería como ‘echar más leña al fuego’ en un país que necesita más educación que represión. A continuación, explicaré por qué esta medida, lejos de ser una solución, es una traba para el desarrollo juvenil y social.
En mi opinión, no estamos formando ciudadanos, sino llenando cuarteles por obligación, lo cual refleja una grave falla del Estado en su rol educativo y social. Un verdadero ciudadano no se forma con órdenes militares ni con castigos, sino con oportunidades, valores y sentido crítico. En el Perú, muchas veces se plantea el servicio militar como solución al “problema” de los jóvenes que no estudian ni trabajan, pero esta visión es peligrosa y simplista. Según datos del INEI, más del 20% de jóvenes entre 15 y 29 años no tiene acceso ni a estudios ni a empleo formal, lo que refleja un abandono estructural. Entonces, el enfoque militarizado ignora la diversidad de talentos y vocaciones que existen en la juventud peruana. Imponer la milicia como única vía de formación cívica es como usar una llave inglesa para todos los tornillos: no sirve para todo. Además, imponer el servicio militar obligatorio podría ser percibido como una forma de «tapar el sol con un dedo», desviando la atención de las verdaderas necesidades estructurales del país.
Sin embargo, opino que no es ético obligar a alguien a portar un arma cuando ni siquiera se le garantiza un libro o un plato de comida. El servicio militar obligatorio, en lugar de ser un acto de justicia, se convierte en una condena selectiva para los sectores más pobres. No todos los jóvenes tienen las mismas oportunidades: mientras unos acceden a universidades privadas o estudian en el extranjero, otros deben decidir entre empuñar un fusil o quedar a la deriva. Esta brecha es injusta y reproduce desigualdades que el Estado debería corregir, no agravar. Además, en contextos de corrupción dentro de algunas instituciones castrenses, se corre el riesgo de exponer a los jóvenes a ambientes hostiles o poco transparentes. No se puede hablar de patriotismo si primero no se garantizan los derechos humanos más básicos. Como dice el dicho: “no se puede dar lo que no se tiene”, y un país que no educa, no puede exigir lealtad armada. El verdadero deber con la patria empieza en el aula, no en el cuartel.
En definitiva, reitero mi posición sobre el hecho de no imponer el servicio militar obligatorio en el Perú, ya que esto no solo vulnera los derechos fundamentales de los jóvenes, sino que mantiene vigente una forma anticuada de entender la formación ciudadana, más centrada en el castigo que en la construcción de valores. En un país donde el acceso a la educación, al empleo digno y a la orientación vocacional aún es limitado para muchos, obligar a los jóvenes a servir bajo banderas que no eligieron no representa un acto patriótico, sino una forma encubierta de desigualdad. No se puede hablar de compromiso con el país cuando no se ofrecen las condiciones básicas para crecer con libertad y dignidad. Exigir servicio cuando no se garantiza lo esencial como salud, educación y oportunidades reales es una contradicción profunda. El Perú no necesita más jóvenes uniformados por obligación, sino ciudadanos libres que elijan servir desde sus talentos y convicciones. Porque al final, no se puede pedir sacrificio a quien apenas sobrevive. Como bien dice el dicho: “no se puede sacar agua de un pozo seco”.
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