Los cónclaves históricos: peleas entre cardenales, aislamientos forzosos o votaciones rápidas

NOTI-AMERICA.COM | ESPAÑA
En latín «Cum Clave», es decir, con llave. Una serie de cardenales, el Colegio Cardenalicio, encerrados en una sala, incomunicados, hasta que se pongan de acuerdo y decidan quién será el próximo papa. En el exterior, miles de personas —millones, contando a los que lo siguen en televisión— pendientes del color del humo de una discreta chimenea y de las esperadas palabras que llegan después: «Habemus Papam». En eso consiste un cónclave, un proceso con siglos de tradición y que ha dejado su poso en la historia.
Ya ha habido 76 desde 1059. Y ese proceso, el de la elección del nuevo pontífice, ha tenido a lo largo de los siglos muchos cambios en sus normas. Inicialmente, al papa se elegía por proclamación entre los religiosos y los laicos, a menudo miembros de la localidad en la que se celebraba porque no siempre se ha celebrado en Roma.
Los cónclaves más relevantes
Al menos en la historia reciente, los cónclaves han sido tan históricos como lo han sido los papas que eligen. Por ejemplo, el cónclave que eligió a Juan XXIII ha resultado trascendental para la historia de la Iglesia, ya que eligió a un pontífice que la transformó significativamente mediante el Concilio Vaticano II. También lo fue, por la misma razón, el cónclave del que surgió su sucesor, Pablo VI, un papa continuísta de la visión reformadora de Juan XXIII y que cerró el concilio.
Luego llegó el de 1978. En plena Guerra Fría y después de la corriente renovadora de los papados de Juan XXIII y Pablo VI, los electores escogieron a un papa muy diferente: Juan Pablo II, un pontífice conservador, anticomunista y que llegaba desde un país que en esos momentos estaba al otro lado del telón de acero. Un papa concreto en un momento delicado y al que, además, le tocaría gestionar a la Iglesia tras la desintegración del bloque comunista.
Transformador fue también el cónclave de 2013 que eligió a Francisco, el primer papa latinoamericano y el primer jesuita, seleccionado después de 37 años de papados marcadamente tradicionalistas. Un papa que, además, fue elegido para enfrentarse a los grandes retos y polémicas que afrontaba la Iglesia, como el caso Vatileaks y los escándalos de pederastia.
Por lo general, y comparado con otros siglos, los cónclaves del siglo XX y XXI han sido rápidos. Pio XII, por ejemplo, fue elegido en tres votaciones en 1939. Benedicto XVI, en 2005, fue elegido en cuatro, igual que Juan Pablo I en 1978, y Bergoglio tampoco tardó mucho. No obstante, ha habido excepciones: en 1922, para elegir a Pio XI tuvieron que hacerse 14 votaciones. Para Juan XXIII hicieron falta 11, y para Juan Pablo II, ocho. En cualquier caso, no tardaron meses —o incluso años— como en cónclaves del pasado.
Un proceso de anécdotas y polémicas
Y es que, como señala a la agencia AP el doctor de la Universidad de Oxford, Miles Pattenden, «ha habido algunos cónclaves bastante desastrosos». Empezando por el que marca las actuales reglas, el convocado en 1268. Se celebraba en la ciudad de Viterbo, y duró hasta 1271.
En 1269, la autoridades de la localidad sometieron a los cardenales a un aislamiento forzoso para forzar la elección, pero ni eso funcionaba. Luego se negaron a suministrar a los electores más alimento que pan y agua, pero tampoco resultó, y eso que tres cardenales murieron, presumiblemente, de hambre. La gente del pueblo, cansada del retraso, retiró el techo del Palacio Papal para que los cardenales se mojasen cuando lloviera, en un intento —quizá desesperado— de acelerar la elección.
El papa que surgió de ése histórico cónclave quiso atajar lo que, evidentemente, parecía un problema. Durante el Concilio de Lyon, Gregorio X promulgó la bula Ubi periculum, que establecía como norma el encierro con llave y, además, más incentivos para una rápida elección: ningún cardenal podría ser atendido por más de dos sirvientes; después de tres días, los electores sólo tendrían una comida al día y, si transcurrían cinco días, esa comida sería sólo pan y agua; y durante el cónclave los participantes no percibirían sus rentas. Todo con el fin de minimizar las luchas internas.
Un lucha intestina
Lo de las corrientes en la Iglesia viene de largo y a menudo ha provocado consecuencias en las elecciones papales. Por ejemplo, entre 1292 y 1294, una elección que, no obstante, no tomó la formalidad de cónclave. La pugna entre corrientes tuvo como consecuencia la elección de un papa, Celestino V, que no era cardenal, sino un ermitaño completamente inexperto en el gobierno de la Iglesia. Tan sólo cinco meses después terminó renunciando y en su escrito de renuncia aclaró sus razones: enfermedad, falta de conocimientos y su deseo de retornar a su vida de ermitaño.
El peor de los cónclaves, asegura el profesor Pattenden, fue el de 1605. «Los cardenales empezaron a pelearse y acabaron desgarrándose las vestimentas», señala. También hay historias curiosas motivadas por el aburrimiento de un cónclave de luchas interminables. «La mejor de ellas, creo, data de 1655, cuando un par de cardenales decidieron apostar a que podían gastarle una broma a uno de los otros cardenales mayores. Uno de ellos se disfrazó del Espíritu Santo con sábanas blancas y una cacerola en la cabeza y se coló en su habitación en plena noche», cuenta Pattenden.
Los cónclaves también han dejado sorpresas, incluso los más recientes: Juan Pablo II lo fue tras años de papados progresistas. Juan XXIII también lo fue, como lo fue Bergoglio después de Juan Pablo II y Benedicto XVI, quizá el papa más predecible de los recientes. Y es que, ya se sabe el dicho: «Quien entra papable, sale cardenal» y viceversa.
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