El lado oscuro de la IA: cómo trabajan y cuánto cobran quienes sostienen la revolución
NOTI-AMERICA.COM | ARGENTINA
El presidente Milei busca que Argentina se convierta en un polo de IA en la región y para eso repite como mantra que el país tiene energía, clima frío en el sur y recursos humanos. Cuando se refiere a este último punto, el sentido común indicaría que se refiere a los científicos y científicas, a los individuos que son formados en la universidad pública y que adquieren nivel de excelencia. Sin embargo, puede estar refiriéndose a otro tipo de recursos humanos: mano de obra barata, fundamental para la realización de tareas asociadas, por ejemplo, a la moderación y filtrado de información, base de los sistemas de Inteligencia Artificial. El país abre las puertas al desarrollo tecnológico, pero ¿qué rol se espera que desempeñe? Como toda revolución, la Inteligencia Artificial es empujada por los pobres.
Para poner a una IA “en forma” se necesita de humanos que le indiquen, al comienzo, cuáles son las respuestas correctas. Es decir, que la tecnología aprenda que en esa imagen hay dos personas y no tres, y que una palabra se escribe de determinada manera y no de otra. Y, también, entre otros tantos aspectos más, microtareas de limpieza y clasificación para lograr que el algoritmo pueda evitar los sesgos y discursos discriminatorios de todo tipo. En tareas como esas, con mayor o menor grado de monotonía y repetición, se calcula que trabajan 300 millones de personas en el mundo. Y lo que aún significa más, el crecimiento es exponencial: en unos años, se estima que ese número podría superar los mil millones.
“El trabajo que sostiene a la IA, en la mayoría de los casos, se oculta porque le resta brillo, le quita novedad a los que nos tratan de vender. Entonces si te quieren promocionar una tecnología que se supone que viene a romper con todo, hay que invisibilizar todo lo mundano, lo repetitivo y lo trivial”, dice a Página 12 Milagros Miceli, socióloga y doctora en Ingeniería informática. Y continúa: “Las tareas que realizan trabajadores y trabajadoras de datos se ocultan deliberadamente y lo único que eso provoca es bajarle el precio a su trabajo. Si no existen, nadie está pensando cuánto cobran, qué hacen. El aporte de su trabajo es fundamental; sencillamente, sin ellos y ellas no existirían los sistemas de IA que conocemos hoy”, sostiene la directora de equipos de investigación en Weizenbaum-Institut (Alemania) y Distributed AI Research Institute (DAIR).
El caso perturbador de Kenia
Entrenar a una máquina puede parecer divertido, pero también puede remitir a una actividad repetitiva. Desde aquí, ¿qué naciones escogen los empresarios multimillonarios de Silicon Valley para hacerse de esa mano de obra barata y realizar el trabajo que en las naciones centrales nadie quiere?
Una nota anterior de este diario se refirió al caso de Kenia y mencionaba cómo se empleaba a sus habitantes para este tipo de labores. Miceli, que estudió el fenómeno en detalle, destaca: “Kenia fue un gran mercado de esta mano de obra hasta fines del año pasado. Ahora está cambiando, en parte, por el rechazo de las empresas a la organización de los trabajadores, que se sindicalizaron, porque ya era terrible la forma en la que se los trataba”.
Crearon el Sindicato de Moderadores de Contenidos, con sede en Nairobi, porque, entre otras razones, apenas cobraban entre un dólar y medio y dos dólares por la realización de sus tareas. Eran empleados por empresas tercerizadas de Meta, y a menudo en condiciones de precarización notables.
Emmanuel Iarussi, investigador del Conicet en el Laboratorio de IA de la Universidad Torcuato Di Tella, agrega sobre este caso: “Hay una parte de la curaduría de datos que se realiza cuando se entrena a las IA, que se vincula con aquellos contenidos que queremos que el algoritmo no reproduzca. Para ese filtrado, previamente, se expone a los trabajadores a ver material perturbador todo el tiempo. Ven imágenes y las etiquetan como violentas o no violentas. Durante horas y horas tienen que filtrar material relacionado con tortura, muerte, asesinatos, abusos, lo que se te ocurra”.
Miceli amplía sobre los efectos que estas condiciones laborales ocasionaron en el ejemplo keniata. “Mucha gente terminó con la salud mental arruinada, estrés postraumático, ansiedad, depresión. Hay trabajadores que cuentan que los dejaron sus mujeres porque cambiaron sus comportamientos, tenían pesadillas y no podían dormir; gente que se quedó sola por volverse violenta contra los hijos”. Las empresas que los subcontrataban, sin embargo, no se hicieron mucho problema. En cambio, armaron las valijas y se fueron a otras naciones africanas, como Uganda o Nigeria.
Este esquema, sin embargo, no solo se practica en naciones africanas, también se reproduce en Venezuela (donde los trabajadores ganan entre uno y dos dólares la hora) y en Brasil (entre cinco y siete dólares la hora); en Siria (un dólar la hora); y en mercados diversos como Filipinas e India. Hay que tener en cuenta que muchos son cuentapropistas, por lo que hay que descontar el pago de internet y electricidad, que corre por parte del trabajador.
¿Qué ocurre en Argentina?
“En Argentina, hay trabajadores y trabajadoras de datos. De hecho, hace unos años hice trabajo de campo en una empresa particular. No sé si es deseable que esto se expanda en el país; dependerá mucho de las condiciones laborales de las que estamos hablando. Por otro lado, hay gente que he entrevistado que está orgullosa de realizar su trabajo; lo que se necesita es mejor paga, protección y más derechos”, dice Miceli.
No obstante, no todo el trabajo implica tareas monótonas y esquemas prestablecidos. También, buena parte del diseño de una IA necesita de recursos humanos híper-calificados. En un sugestivo artículo, Cecilia Rikap, profesora asociada de Economía y jefa de Investigación en el Instituto de Innovación y Propósito Público de la University College London, explica: “(Empresas como Amazon, Microsoft y Google) se llevan a los científicos y científicas más prometedores del mundo”. Se produce un drenaje de los cerebros más potentes de la academia hacia la industria.
Consultada por este diario, acerca del caso argentino, comenta: “Nuestro país tiene mucha mano de obra de la calificada para usar modelos de IA y generar aplicaciones”. Ante la posibilidad de que las compañías tech se instalen en el país ante una apertura impulsada por el gobierno, Rikap aclara: “De cualquier manera, tampoco se necesita que una empresa se asiente en Argentina para hacer uso de mano de obra calificada. Ya lo hacen hoy cientos de empresas extranjeras sin tener oficinas en el territorio; contratan desarrolladores que trabajan desde sus casas. Ninguna empresa extranjera de las grandes va a venir a hacer Investigación y Desarrollo; van a venir, en cambio, a usar la energía barata y el agua de la Patagonia para instalar centros de datos. Pero ahí no se hará la investigación que creará los modelos”.
El panorama, por lo tanto, es incierto. Por el momento, el gobierno solo ha brindado expresiones de deseo. Unas cuantas fotos de Milei con los líderes tecnológicos mundiales, pero nada más. Miceli profundiza en la línea de Rikap: “Sería genial que Argentina se convirtiese en polo tecnológico para la región. Talento no falta, de hecho, hay excelentes profesionales e instituciones de prestigio, pero esto no alcanza. El desfinanciamiento que profundiza este gobierno dice mucho”.
Repetitivos y no tanto
La IA, básicamente, necesita de patrones: series que se repiten una y otra vez hasta hacerlo de manera automática. Miceli detalla de manera minuciosa en qué consiste el trabajo de quienes se emplean en datos. Mientras algunas tareas pueden ser repetitivas y monótonas, otras no tanto.
“Están las actividades que tienen que ver con colectar datos. Si te piden que busques en internet todo lo que tenga que ver con ‘manzanas’, entonces juntás manzanas pintadas y falsas, verdaderas, rojas y verdes, fotos desde un ángulo y desde otro. Ahora bien, también se te puede pedir que recolectes fotos de caras de gente que vive en tu región. Ahí ya es distinto: eso implica que tenés que moverte, pedir permiso a la gente, obtener su consentimiento, sacar esa imagen y subirla a un servidor. Eso ya no sería tan repetitivo”.
Luego, hay otras actividades vinculadas al etiquetado de datos. “Esto puede ser muy tedioso cuando te solicitan que en todas las imágenes tengas que etiquetar las manzanas que veas. Un poco como el ejemplo de los captcha que se utilizan para ingresar a un sitio web. Ahora bien, hay otras que se vinculan con etiquetar imágenes satelitales que requieren de muchísima atención y no es repetitivo, ya que implica un conocimiento de la geografía del terreno”.
Por último, hay tareas de verificación algorítmica, es decir, de los resultados de los diferentes sistemas de IA. “Hay trabajadores a los que se les pide que le hagan preguntas al Chat GPT y que califiquen sus respuestas en términos de apropiadas o inapropiadas, tóxicas o no. Eso ya comienza a ser un trabajo que claramente requiere de una precisión en el uso del lenguaje”.
Esclavos de las máquinas
A priori, la tecnología parece transformar la vida y los ritmos se aceleran, pero la raíz del árbol capitalista sigue inalterada: el mundo se divide en explotadores y explotados. Esa desigualdad es fundacional y continúa estructurando las relaciones geopolíticas, en la época de la Revolución Industrial y en la época de los robots y la IA también.
Con el avance de la Inteligencia Artificial, se suele colocar el foco en los trabajos que desaparecerán y los que emergerán. Se repite que las actividades más automatizadas serán para los robots, mientras que las que requieran alguna dosis de pensamiento y creatividad serán para las personas. Esto, sin dudas, tiene un anclaje en las cifras, pues, cada vez son más los empleados que son despedidos y reemplazados por máquinas. Tecnologías que no se sindicalizan, no pelean por sus derechos y satisfacen el sueño de cualquier empresario explotador: nunca descansan.
No obstante, como se observa, el asunto va mucho más allá. Los humanos, en el presente, entrenan a las máquinas que reemplazarán a los humanos. Y cuando el trabajo de todas las personas sea realizado por un puñado de máquinas, ¿qué futuro será posible? Habrá que preguntarle al Chat GPT, quizás tenga la respuesta.
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