La invasión de Ucrania por parte de las Fuerzas Armadas de Rusia ha supuesto un quebrantamiento flagrante del derecho internacional que ha hecho saltar por los aires las numerosas vías de cooperación oficial que la Casa Blanca y el Kremlin fraguaron desde el final de la Guerra Fría.
Pero hay un puente institucional que continua en pie, que no se ha roto, que permanece indemne a pesar de que discurre por las aguas turbulentas de las sanciones impuestas a Rusia por Estados Unidos y la Unión Europea en su intento por expulsar a las tropas de Vladimir Putin de territorio ucraniano.
Es una vía de conexión que no ha sufrido daños aparentes, pese a que Washington, Bruselas y la mayoría de las capitales europeas suministran armamento pesado y municiones al Gobierno de Kiev. Y que cada envío provoca contramedidas impetuosas por parte del Kremlin y la amenaza de recurrir a las armas nucleares tácticas.
Los cimientos de ese puente de cooperación entre Estados Unidos y Rusia no están anclados en el suelo, sino que orbitan alrededor de la Tierra a una distancia de poco más de 400 kilómetros. Se llama Estación Espacial Internacional o ISS ‒del inglés International Space Station‒ y está considerada como el mayor proyecto asociativo entre las agencias espaciales de Estados Unidos (NASA) y Rusia (Roscosmos), con la participación más modesta de sus homólogas de Japón (JAXA), Canadá (CSA) y Europa (ESA), en la que participa España.
Conformada por ocho módulos cilíndricos bajo control de la NASA y seis de propiedad rusa, la supervivencia de su tripulación ‒ahora tres astronautas norteamericanos, tres rusos y un invitado emiratí‒ en el entorno hostil del espacio ultraterrestre y su labor de investigación es lo que prima sobre cualquier otra consideración. En muy segundo plano queda relegada una situación internacional convulsa e incierta de enfrentamiento entre las grandes potencias nucleares y sus aliados a causa de Ucrania.
Para agosto está previsto que la cápsula norteamericana SpaceX Crew-7 transporte hasta la ISS a un japonés, un danés, una norteamericana y un ruso, que relevarán a cuatro de los que permanecen allí arriba. Y en septiembre, en la cápsula rusa Soyuz MS-24, arribarán dos rusos y un americano para sustituir a los veteranos pendientes de retornar a la Tierra. Un centro de Control en Houston (Texas) y otro en las afueras de Moscú (TsUP) velan segundo a segundo por el estado físico y emocional de la tripulación y las condiciones técnicas del complejo orbital.
La ISS es el enorme salto cualitativo que prolonga la hazaña individual del capitán de la Fuerza Aérea soviética Yuri Gagarin, que, a sus 27 años y encerrado en una cápsula esférica de poco más de 2 metros de diámetro y de nombre Vostok 1, tal día como el 12 de abril de 1961 se convirtió durante escasos 108 minutos en el primer ser humano en orbitar la Tierra.
Ocurrió tres años y medio después del lanzamiento el 4 de octubre de 1957 del Sputnik-1, el primer satélite artificial de la Tierra, cuyo vuelo, al igual que el de Gagarin, proclamó a los cuatro vientos la supremacía tecnológica de la entonces Unión Soviética sobre Estados Unidos.
Yuri Gagarin fue aclamado como un superhombre en gran parte del mundo y su sonrisa le convirtió en una especie de apóstol de Moscú. Pero falleció demasiado joven ‒el 27 de marzo de 1968‒, tan solo siete años después de su proeza, cuando el reactor MiG-15 biplaza en el que se entrenaba se estrelló contra el suelo.
Los primeros trabajos en firme para hacer realidad la ISS se dieron a mediados de la década de los 90. Hoy la ISS todavía se mantiene en órbita como el más importante y longevo proyecto modular de cooperación espacial de la corta historia de la astronáutica.
El complejo orbital tiene el tamaño de un campo de fútbol y sus más de diferentes ocupantes han sufrido los sinsabores de muchos momentos políticos difíciles, como la guerra de Afganistán y las dos guerras de Irak, en que rusos y norteamericanos mantenían posiciones antagónicas y tensas.
En unas pocas horas la ISS cumplirá 8.200 días en estar habitada de manera permanente. La primera tripulación fue de tres hombres y llegó en noviembre de 2000, es decir, hace 22 años y poco más de 5 meses. Hasta la fecha la han habitado un total de 266 astronautas de 20 nacionales distintas, entre ellas el exministro español Pedro Duque, que en octubre de 2003 permaneció 10 días a bordo para cumplimentar la misión Cervantes. Y así, relevo tras relevo hasta… ¿Hasta cuándo?
El Gobierno de Canadá del primer ministro Justin Trudeau ha confirmado el 24 de marzo que su Agencia espacial (CSA) va a financiar la explotación de la ISS hasta 2030. Japón y la Agencia europea lo habían decidido en noviembre de 2022. La NASA, el 31 de diciembre de 2021, había sido la primera en anunciar que mantenía la presencia de sus astronautas hasta 2030, seis años más de lo hasta entonces pactado con los socios del proyecto ¿Y Rusia?
En Moscú, en su reunión del pasado 6 de febrero, el Consejo de diseñadores de Roscosmos analizó la situación técnica de los módulos rusos de la ISS y de sus sistemas a bordo y concluyó que, “a pesar de las reparaciones y aportaciones de nuevos equipos, en torno al 80% están fuera de servicio”.
Vladimir Solovyov, antiguo cosmonauta y responsable directo de los vuelos tripulados aseguraba que “hemos estudiado con sumo detalle los informes y todas las deficiencias existentes y hemos llegado a la conclusión de que la explotación del segmento ruso puede continuar hasta 2028”. Esa es la propuesta al Kremlin de los altos directivos técnicos espaciales rusos, Por supuesto, siempre que se lleve a cabo de manera urgente “un programa de actualización de los sistemas a bordo”.
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