El ya ex oficial de los Servicios secretos españoles (CESID), el capitán de Navío, Jaime Rocha, desvela en su tercera novela la existencia en los años 80 de un complot contra el Estado español, recién salido de la transición democrática, en el que se vieron involucrados oficiales del CESID, empresarios, destacadas figuras de partidos políticos y agencia de espionaje extranjeras.
Las turbulencias en el panorama político español de aquellos años fueron repetidas, algunas de ellas como el 23-F y el 27-O, o los varios intentos de asesinato o secuestros del presidente del Gobierno y del jefe de Estado, son conocidas. Otras en cambio, menos, como el plan para subvertir las instituciones del Estado a mitad de los años 80, y que relata Jaime Rocha en su novela ALTA TRAICIÓN.
La novedad de esta revelación es que viene de la mano de quien participó desde dentro del CESID, en desmantelar la trama subversiva.
Se han escrito muchos relatos, libros y folletos, sobre el difícil camino de la España pos-franquista, en los que se han contado estos y otros muchos episodios, algunos de ellos verificados y otros no. Pero esta es de las pocas veces en que el que cuenta los hechos, lo hace en su calidad de ex agente de los propios servicios secretos, y participante de primera línea, y sabe lo que dice.
El lector puede o no creer lo que lee, pero lo escrito, escrito está, en primera persona y en forma algo novelada para respetar la identidad de los personajes que se mencionan, según cuenta el propio autor.
El título de la novela es en sí mismo evocador. Se habla de “traición” que conlleva un atentado contra la soberanía, y además se la califica de “alta”, lo que entra en la categoría de delitos de extrema gravedad, cometidos en contubernio con servicios extranjeros.
Siguiendo las pautas de la forma amena y desenfadada con la que Jaime Rocha escribió sus dos novelas anteriores (“Operación el Dorado Canyon” y “El Muro”), el autor nos introduce en el intrincado mundo del espionaje, con la utilización de operaciones de seguimiento al estilo de John Le Carré, y el uso de medios externos al servicio, como la prensa, la clase empresarial, las oficinas de import-export o los círculos académicos.
Lo que en un principio parece ser el intento de destronar al jefe del CESID, el general Emilo Alonso Manglano, quien fuera de España gozaba de merecida reputación y prestigio, pero dentro de nuestro país era visto con admiración por muchos, y con envidia y encono por muchos otros, se transforma en el curso de los capítulos en el descubrimiento de una trama subversiva de “alta traición”. La emblemática reunión en un hotel de Praga seguirá siendo un misterio. Pero sus consecuencias fueron nefastas, entre ellas el desmantelamiento de algunas de las misiones más importantes del CESID en el extranjero, por el peligro que corrían al ser conocidas por los conjurados.
La pregunta que algún lector puede hacerse es: ¿por qué, si hubo indicios de alta traición por parte de los participantes en la trama, el Jefe del CESID no los denunció ante los Tribunales? Unos años después de los hechos que relata el autor, los mismos protagonistas, sus sucesores o algunos poderes ocultos, consiguieron esta vez obligar al general Manglano a dimitir, con el pueril pretexto de “mandar pinchar teléfonos sin autorización”.
La parte menos oscura y más humana del relato novelístico, se deja para el capítulo final que muestra la angustia de los agentes del CESID, de la Policía Nacional y de la Guardia Civil, empeñados en rescatar a dos miembros de los servicios secretos secuestrados por ETA; algo que dice mucho de estos servidores del Estado, y también mucho, pero en el polo opuesto, de los terroristas y los carroñeros involucrados en la Alta Traición.
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