De la noche a la mañana, la Agencia Espacial Europea (ESA) que dirige el austriaco Josef Aschbacher se ha quedado sin capacidad alguna para posicionar sus propios satélites en el espacio ultraterrestre.
Ni Aschbacher ni tampoco su director de Transporte Espacial, el suizo Daniel Neuenschwander, disponen de ningún modelo de vector espacial con el que cumplir los compromisos que tienen contraídos con la Unión Europea para renovar la constelación Copernicus y colocar en órbita sus satélites Sentinel de vigilancia del medio ambiente. Mucho menos, la ESA está en condiciones de atender la creciente demanda mundial de servicios de lanzamiento que llama a sus puertas, a las de Estados Unidos, China e India.
¿Qué ha ocurrido? Pues que el último despegue del pequeño cohete europeo Vega, acaba de tener su tercer fracaso de los últimos 4 años, lo que ha obligado a dejar en suspenso hasta no se sabe cuándo todas las misiones que ya estaban programadas. Pero es que, además, ese accidente, aunque no ha provocado víctimas humanas ni daños materiales que se conozcan, es la gota que ha colmado el vaso.
Se da la circunstancia que las cadenas de producción del veterano cohete Ariane 5 están todas cerradas y ya han dado paso a las líneas de fabricación y montaje del nuevo Ariane 6, cuyo vuelo inaugural va con tres años de retraso y ahora está anunciado para finales de 2023.
A lo anterior se suma que los técnicos rusos han abandonado su cosmódromo de la base espacial europea de Kourou, en la Guayana francesa. El resultado es que los despegues de cohetes Soyuz desde América del Sur que comercializa la compañía francesa Arianespace están paralizados y sin expectativa alguna de que puedan reanudarse. Es una represalia de Moscú ante las sanciones impuestas por Bruselas al Kremlin por su invasión de Ucrania.
En definitiva, el desastre del cohete Vega llega en el peor momento y ha provocado lo que se podría calificar como una tormenta perfecta. Por unas causas u otras, las cuatro familias de lanzadores de la ESA que comercializa a escala internacional Arianespace ‒Ariane 5, Ariane 6, Vega y Soyuz‒ están inhabilitadas para prestar servicio.
No hay posibilidad de fabricar más Ariane 5, el Ariane 6 estará en periodo de pruebas al menos hasta las últimas semanas de 2023 y los disparos de los Soyuz rusos a cargo de Arianespace están paralizados. Para colmo, las misiones de los cohetes Vega no se reanudarán hasta que culminen los trabajos de la Comisión de Investigación encargada de averiguar las causas del accidente. Un mínimo de medio año, posiblemente bastante más.
El fallo que ha provocado que la ESA se quede sin independencia para acceder al espacio ha ocurrido hace poco más de una semana, en la madrugada del 20 al 21 de diciembre. Se trataba de la misión VV22 ‒Vuelo Vega número 22‒, el primer lanzamiento comercial del más potente y supuestamente mejorado Vega-C ‒C de Consolidación‒ que, lamentablemente, en lugar de consolidar, ha debilitado. Con capacidad para albergar satélites de hasta 2,2 toneladas, con el Vega-C se pretendía dominar el mercado de lanzamientos en órbita baja.
El desastre ha tenido lugar cuando el Vega-C estaba en pleno vuelo de ascenso para colocar a unos 620 kilómetros de altura a dos satélites franceses de observación de la Tierra, cada uno de cerca de 990 kilos. Debían unirse a los Pleiades Neo 3 y 4 ‒en órbita desde abril y agosto de 2021, respectivamente‒ y completar “una constelación comercial dedicada a tomar imágenes de cualquier zona del globo con una resolución de 30 centímetros”, asegura François Lombard, director de la rama de Inteligencia de Airbus.
Tras el despegue, el motor-cohete P120C funcionó como estaba previsto y en 2 minutos el cohete de fabricación italiana alcanzaba 61 kilómetros de altura. La primera etapa se desprendió, dando paso al encendido del motor-cohete Zefiro 40 de la segunda etapa.
Pero 27 segundos después, cuando la tremenda aceleración ya había situado a la segunda etapa a una altura de 110 kilómetros, el Zefiro 40 experimentó “una inesperada perdida de empuje” y comenzó a perder altura. Con los datos de telemetría en las pantallas de control y seguimiento de la misión, la Agencia espacial francesa, ‒la autoridad de seguridad del vuelo‒, ordenó la destrucción de Vega-C y, con esa decisión, también de los dos satélites que todavía transportaba.
Minutos más tarde, el patrón de Arianespace, Stéphane Israel, desde el Centro de Control Júpiter de la base espacial de Kourou, tras recibir del director de lanzamiento el informe de situación, anunciaba con rostro compungido que “la misión se ha perdido”. Todas las miradas recaen en el contratista principal de Vega y del motor Zefiro 40, que es la compañía italiana Avio. Su presidente ejecutivo Giulio Ranzo, ya ha manifestado que su empresa asume “la plena responsabilidad por el fallo del Vega-C”.
El mandato que ha recibido la Comisión de Investigación es determinar las causas de la perdida de potencia del motor Zefiro 40, proponer acciones correctivas “sólidas y duraderas” y verificar que se llevan a la práctica “para garantizar el retorno al vuelo seguro y fiable de los lanzadores Vega”, ha precisado Stéphane Israël. De lo contrario, hasta la ESA y Bruselas contratarán cohetes Falcón 9 de la compañía SpaceX de Elon Musk o acudirán a los lanzadores de India o incluso de China, si no hay más remedio.
Pero, ¿todos, todos los vuelos de cohetes europeos están paralizados? Por suerte, no. Aunque las líneas de fabricación del Ariane 5 están desmontadas, permanecen construidos un par de estos lanzadores, que no cuentan con ninguna restricción. Pero están contratados y tienen sus respectivas misiones asignada desde hace varios años.
El despegue del primero está previsto para el 16 de febrero, con tres satélites de comunicaciones militares: el francés Syracuse 4B, el sueco Ovzon 3 y el alemán Heinrich Hertz. Y entre el 14 y el 30 de abril debe despegar el último Ariane 5 y culminar su larga historia de 25 años… sin que el Ariane 6 haya tomado el relevo. La carga de ese Ariane 5 es la sonda científica interplanetaria JUICE de la ESA, que debe llegar a Júpiter a mediados de 2031 y estudiar el planeta y sus misteriosas lunas Ganimedes, Calisto y Europa.
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