A pesar de que Joe Biden piense y afirme que Oriente Medio es “más estable y seguro” ahora que durante el mandato de su predecesor, Donald Trump, la realidad es muy diferente. Es cierto que los ataques contra tropas y diplomáticos estadounidenses han disminuido, pero puede ser este el único aspecto en el que EEUU ha avanzado, y es que el resto de sus intereses en Bagdad cada vez están más amenazados.
La frágil democracia del país se encuentra en peligro como nunca antes lo había estado; los aliados de Irán en Irak han tomado ventaja y la lucha por el poder ha llevado a los propios grupos chiítas a enfrentarse entre ellos.
Hace tan solo diez meses parecía que Bagdad se encaminaba a un futuro democrático alejado de los intereses iranís, pero su rumbo ahora parece el opuesto. La administración Biden mira para otro lado, mientras la solución al problema se enquista aún más y la inestabilidad crece en tierras iraquíes.
El clérigo populista Moqtada al-Sadr había ganado las elecciones y su alianza aseguró 329 escaños en el Consejo de Representantes iraquí, derrotando así a los partidos islamistas chiítas respaldados por Irán y acercando la realidad iraquí a los intereses de EEUU.
El citado clérigo es un viejo conocido de las fuerzas estadounidenses, y es que tras la invasión de Estados Unidos en 2003, el ejército Mahdi de Sadr se convirtió en una de las principales amenazas para EEUU y su líder, en un objetivo militar. Pero recientemente cambió su parecer y se posicionó como un nacionalista defensor de la anticorrupción y en contra de las PMF (Fuerzas de Movilización Militar) iraquíes, que tienen como objetivo diplomático y militar a Estados Unidos.
A pesar de sus idas y venidas, Moqtada al-Sadr parecía ahora sí dispuesto a luchar contra la corrupción del país, alejado de los intereses de Irán en una coalición de gobierno mayoritaria de chiítas, sunitas y kurdos con los que podría haber ejercido la soberanía iraquí.
Pero este gobierno nuca se llegó a materializar. Los aliados de Irán retrasaron la formación de dicha coalición y los grupos del PMF, Asaib Ahl al-Haq, Kataib Sayyid al-Shuhada y Kataib Hezbollah, amenazaron con invadir el gobierno e intentaron asesinar al primer ministro Mustafa al-Kadhimi.
Irán no se detuvo y activó la segunda palanca para impedir el gobierno de Sadr. En su intención de evitar que quienes habían obtenido la mayoría de los escaños en el parlamento eligieran un primer ministro y un gabinete, utilizaron su control del poder judicial corrupto para implementar una medida nunca antes vista en Irak.
Por primera vez se necesitaría una mayoría calificada de dos tercios para formar gobierno, algo que los miembros de Sadr no lograron. Sus 73 miembros renunciaron en junio en masa a sus escaños ganados en las urnas y estos fueron reasignados a los partidos respaldados por Irán.
Este golpe fue planeado por Nouri al-Maliki, quien fuera primer ministro del país de 2006 a 2014. Nouri es conocido por su corrupción y sectarismo, con el que contribuyó al crecimiento del Daesh en su país.
Hoy Sadr está pidiendo unas elecciones anticipadas bajo una ley electoral revisada que garantice el proceso democrático que se vio truncado, y que todos aquellos que apoyaron el cambio sientan que su lucha valió para algo.
Nadie sabe si Estados Unidos habría podido hacer algo para evitar este escenario, pero lo que sí es una realidad es que no hicieron nada para prevenirlo. En los casi nueve mes que duró el conflicto tras las elecciones, los altos funcionarios del Departamento de Estado de EEUU y del Consejo de Seguridad Nacional tan solo visitaron Irak en dos ocasiones.
Esta ausencia de la administración Biden no es casualidad, y es que como uno de sus miembros reconoció, la intención era “dejar que los iraquíes lo resolvieran”. Quizá no se llegó a la resolución que preveían o la que hubiesen preferido, pero sí fue la que permitieron. Sus enemigos en cambio sí visitaron Irak durante todo este proceso, presionaron, amenazaron y consiguieron engatusar a sus socios y adversarios locales.
Después de todos los esfuerzos que Estados Unidos ha hecho en Irak, en la que miles de estadounidenses perdieron la vida para derrotar a Saddam Hussein, parece incomprensible su desidia en este tiempo. En un país geopolíticamente estratégico, que posee la quinta reserva de petróleo más grande del mundo y que se puede convertir en un socio fundamental contra el terrorismo, EEUU ha desaprovechado una gran oportunidad.
Pero lo peor es que lo sigue haciendo, su interés en ayudar a construir un Irak democrático y alejado de las garras iraníes e islamistas parece inexistente y el futuro del país se acerca cada vez más al peligroso precipicio que Irán y sus socios desean.
Coordinador de América: José Antonio Sierra.
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