Rusia intensifica este miércoles su ofensiva sobre Ucrania justo cuando se cumple la primera semana de invasión. Siete días en guerra. Ante el fracaso inicial de la operación, el Ejército ruso pasó al asedio de los enclaves determinantes del país, redoblando los ataques aéreos en las ciudades de Mariúpol, Jersón, Járkov y la capital, Kiev. Unas agresiones que se han cobrado la vida de al menos 2.000 civiles y han provocado el desplazamiento de unas 900.000 personas.
La ciudad portuaria de Mariúpol, bañada por el mar de Azov y próxima al Donbass, resiste al fuerte asedio y a los continuos bombardeos, aunque podría caer en manos de Rusia en las próximas horas. Se trata de un enclave determinante que permitiría a Moscú establecer un corredor entre las regiones controladas por los separatistas prorrusos y la península de Crimea, rodeando así a las fuerzas ucranianas.
Jersón, cercana a la península de Crimea y a Odesa, también estaría cerca de ser ocupada por las tropas rusas después de sufrir una batería de ataques aéreos contra objetivos civiles. Mientras que, en la segunda ciudad más grande de Ucrania, Járkov, las fuerzas ucranianas resisten ante los bombardeos indiscriminados del Ejército ruso, que se cobraron ayer la muerte de siete civiles en el ataque contra el edificio de la gobernación.
Pese a la fuerte resistencia, el escenario de Kiev no parece más favorable. Al bombardeo contra la torre de radio y televisión, que se saldó con cinco víctimas mortales y afectó además a Babi Yar, el memorial a las víctimas del Holocausto que remora a las más de 33.000 víctimas judías asesinadas por los nazis en 1941, se ha sumado una nueva oleada de ataques aéreos devastadores.
La situación en la capital se recrudece ante el lento avance del convoy militar ruso de 60 kilómetros que se aproxima por el norte. Al parecer, la falta de combustible y víveres ha retrasado la operación, que pretendería acometer una incursión terrestre en el centro neurálgico del país. Mientras que en varios pueblos se han podido ver cadenas humanas que han frenado, o han intentado hacerlo, la llegada de las tropas rusas.
Se espera que las negociaciones se retomen este miércoles en la ciudad bielorrusa de Gomel, cercana a la frontera con Ucrania. Las delegaciones ucraniana y rusa mantuvieron el lunes la primera toma de contacto desde el inicio de la invasión, pero no se produjeron avances significativos. El encuentro habría servido para calibrar las posturas y tomar el pulso a los negociadores, que ven cómo cualquier mínimo cambio de control territorial alteraría cualquier mesa de diálogo.
La falta de entendimiento entre las partes devino en el regreso de los respectivos equipos de negociación a las capitales para la tradicional llamada a consultas. Las posiciones parecen claras: el Kremlin parte con la máxima de arrancar la renuncia de Ucrania a adherirse a la OTAN y neutralizar al país, mientras que Kiev exige la finalización de las agresiones para empezar a discutir, pero mantiene la defensa de su soberanía.
El presidente ruso Vladímir Putin parece dispuesto a tomar las ciudades más importantes del país y contar con ellas como baza para la mesa de negociación. La caída de Kiev supondría un punto de inflexión, así como la continuidad del actual Gobierno liderado por Volodímir Zelenski, interpretando el papel de hombre de Estado. El presidente ucraniano tampoco parece dispuesto a abandonar el país, y su presencia insufla ánimos a la resistencia ucraniana.
Putin quiere ver colmados todos sus objetivos, que de momento pasan por “desnazificar” y “desmilitarizar” Ucrania, lo que se interpreta como descabezar al Ejecutivo y sustituirlo por un Gobierno títere, afín a los dictados de Moscú, así como reducir las capacidades defensivas del país. Zelenski, sin embargo, considera necesario acabar con las incesantes agresiones para negociar. Un diálogo de partida donde Kiev no aceptaría ninguna de las demandas rusas.
El respaldo mayoritario del exterior recibido por Ucrania, con Bruselas y Washington como promotores de las represalias contra Rusia, ha levantado ampollas en el círculo más próximo a Putin, que no esperaba la potente reacción de Occidente. La asfixia económica a la que está siendo sometido, y la condición de paria internacional contraída este miércoles en la Asamblea General de la ONU, donde ha sido condenado de forma cuasi unánime por su agresión, han acorralado a Moscú.
Las declaraciones del veterano ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, así lo indican: “La tercera guerra mundial sería nuclear y devastadora. El presidente estadounidense Biden, un hombre experimentado, había comentado que la alternativa a la guerra son únicamente las sanciones”. Lavrov ha amenazado de esta forma con desplegar un ataque nuclear en caso de que Washington optase por una intervención diferente a la aplicación de sanciones. Un escenario donde la destrucción mutua asegurada devastaría al planeta.
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