Europa se dispone a imprimir una nueva orientación a sus proyectos y a inaugurar una nueva era en el competitivo mundo de la astronáutica. No es de hoy para mañana, pero para estar entre los protagonistas de las próximas décadas, hay que comenzar ya, sin prisa pero sin pausa.
El pistoletazo de salida lo acaba de dar el director general de la Agencia Espacial Europea (ESA), el austriaco Josef Aschbacher, que ha planteado a los 22 países que integran la organización ‒entre ellos España y el Reino Unido‒ las bondades de contar con plena autonomía para situar astronautas europeos en el espacio.
Aschbacher considera urgente no permanecer estar subordinados a Rusia y Estados Unidos, como ocurre hasta la fecha, para acceder al espacio. “Dependemos de los demás, no por falta de conocimientos ni de tecnología, sino por falta de dinero”, resume Aschbacher.
El despertar europeo lo ha provocado India, que “muy pronto llevará a sus astronautas a orbitar alrededor de la Tierra”, ha recordado el 18 de enero el máximo responsable ejecutivo de la ESA.
El Gobierno de Nueva Delhi ha invertido más de 1.500 millones de dólares en desarrollar un cohete nacional (GSLV Mark III), capaz de alojar una capsula tripulada (Gaganyaan), lo que convertirá al país asiático en la cuarta potencia mundial en poder situar seres humanos más allá de la Tierra.
Rusia y Estados Unidos son desde 1961 los veteranos de los vuelos espaciales tripulados, a los que en 2003 se unió China. Entre Washington, Moscú y Pekín dominan el acceso de hombres y mujeres al espacio, escenario que “se ha convertido en la próxima zona económica, que es la Luna y más allá”, recuerda Josef Aschbacher “y Europa no tiene esa capacidad”, sentencia.
Superado por India, Aschbacher quiere que la ESA sea el quinto actor espacial mundial. Con un presupuesto para 2022 de 7.152 millones de euros, el alto directivo contempla que es el momento de ponerse manos a la obra para que, a partir de la próxima década, el esfuerzo europeo de exploración del espacio ultraterrestre se transfiera desde los proyectos robóticos con sondas, satélites y telescopios a las misiones tripuladas.
“Europa no tiene capacidad propia para realizar vuelos tripulados en órbita baja ‒a menos de 2.000 kilómetros de la Tierra‒, ni mucho menos para efectuar misiones de exploración más allá de la Luna. Esa es la realidad”, previene Aschbacher. Es cierto, pero bastantes países de la ESA prefieren volar al espacio con capsulas de la NASA y Roscosmos y porque no, con la Agencia espacial China (CNSA).
Al frente de la ESA desde marzo de 2021, el responsable ejecutivo de la Agencia sabe que para disponer de cohetes propios capaces de embarcar astronautas debe espolear y convencer a los líderes europeos. Está convencido de que se trata de un proyecto al que ha calificado de “inspirador” y va a luchar por hacerlo realidad en el plazo más corto posible.
Para conseguir el visto bueno de los 22 países de la ESA, Aschbacher cuenta como aliado con el Gobierno francés, cuyo presidente, Emmanuel Macron, hará una proclama en tal sentido en la clausura de una reunión entre ministros de la Agencia y la Unión Europea prevista para mediados de febrero en Toulouse.
Pero la cita decisiva será a finales de noviembre en Paris, donde los ministros de la ESA responsables de los asuntos espaciales tendrán que dar su visto bueno a los programas y presupuestos del período 2023-2025, que marcarán el futuro de la Agencia europea a largo plazo.
La más ambiciosa de todas las nuevas iniciativas opcionales que Josef Aschbacher tiene previsto poner sobre la mesa ministerial será aprobar, rechazar o dejar en suspenso la decisión de comenzar a trabajar en la definición de un multimillonario programa para desarrollar un vector de lanzamiento con capacidad para albergar astronautas, así como las infraestructuras necesarias para su despegue.
No todos los países están de acuerdo en lanzarse a una escalada de inversiones para disponer entre 2030 y 2040 de un sistema de transporte espacial tripulado. Una alternativa algo más económica sería levantar nuevas instalaciones en la base espacial de Kurú, utilizar una versión de la capsula norteamericana Orión y una variante del nuevo Ariane 6, cuyas pruebas estáticas en la Guayana francesa se completarán el último trimestre del año, pero los costes siguen siendo astronómicos.
Pero los ambiciosos planes de Aschbacher para la ESA van más allá de los vuelos tripulados. Tras el acuerdo alcanzado por los ministros de la ESA en su reunión de noviembre pasado en Portugal, también quiere poner en marcha 3 conceptos que califica de “aceleradores”, en los que el espacio juega un papel transcendental para abordar los desafíos sociales, económicos y de seguridad a los que se enfrentan los ciudadanos europeos.
El nuevo marco descrito por el jefe de la Agencia pretende desarrollar procedimientos de gobernanza para regular el cada vez mayor tráfico más allá de la atmósfera, evitar la generación de basura espacial y contar con instrumentos financieros para “que la tecnología espacial contribuya a un futuro verde”. Aschbacher entiende que los proyectos innovadores de la ESA deben “responder de forma rápida y resiliente a las situaciones de crisis y proteger los activos desplegados en el espacio”. Los planes concretos se plasmarán en proyectos que verán la luz a finales de año en París.
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