Un domingo ventoso de febrero en Madrid. La primera temporada de Carlos Queiroz como entrenador del conjunto blanco. Llegaba al cargo sustituyendo a Vicente del Bosque y con esa nueva imagen más moderna que buscaba Florentino Pérez del Real Madrid del siglo XXI. Sol y 15 grados durante el día a la espera del gran partido de las nueve de la noche que enfrentaría al líder con 52 puntos, el Real Madrid, con el segundo, el Valencia de Rafa Benítez, que llegaba al Bernabéu con 50 puntos, cuatro puntos por encima del Deportivo de la Coruña de Irureta.
La igualdad entre ambos equipos se reflejaba en la clasificación con el mismo número de goles a favor, 46; tres partidos perdidos; cinco empates blancos por seis del Valencia y 16 victorias del Real Madrid por 15 del conjunto de Benítez. En la portería había algo de diferencia. Casillas había encajado hasta la fecha 25 goles mientras que Cañizares había sumado 17.
El colegiado murciano Pedro Tristante Oliva apuraba su única temporada en Primera división. Era el único que sabía que ese año sería el último en su puesto de trabajo. Carlos Queiroz sería cesado como entrenador del Real Madrid al acabar la temporada y Rafael Benítez saldría del Valencia como campeón de liga y de la Copa de la UEFA, pero cansado de que el consejo de administración del club no valorase su trabajo.
A las nueve de la noche, en el palco del Bernabéu estaba sentado Florentino Pérez con Jaime Ortí a su derecha y José María Aznar a su izquierda. Detrás, Jorge Valdano en las últimas filas ocupando el puesto de director deportivo del club.
Queiroz afrontaba un nuevo partido sin la idea de hacer cambios. El técnico portugués fue muy criticado por no mover el banquillo y llevar a los jugadores hasta la extenuación a lo largo de la temporada. Para ese partido alineó a Casillas, Salgado, Helguera, Roberto Carlos, Raúl Bravo, Solari, Figo, Guti, Beckham, Ronaldo y Raúl.
Benítez ponía sobre el tapete de la Castellana a Cañizares, Garrido, Marchena, Ayala, Carboni, Vicente, Aimar, Baraja, Albelda, Angulo y Mista.
En el minuto 29 de la segunda parte un córner botado por Aimar llegó a la cabeza de Ayala que superó en el salto a Helguera. Casillas tocó el balón, pero no pudo hacer nada por la fuerza que llevaba. El 0-1 le ponía al Valencia líder de la competición y hubiera sido un golpe moral muy duro para el Real Madrid. Aunque vendrían peores tiempos para los de Queiroz desde el mes de marzo en adelante.
Los últimos minutos de aquel partido se jugaron en el campo del Valencia y con Portillo como único cambio. El Real Madrid colgaba balones hasta que un patadón de Helguera fue a caer a los pies de Raúl. El 7 supo colocarse de espaldas a Marchena para bajar el envío. El defensa del Valencia braceó sin mucha intención de hacer falta porque ya pisaban área y tenía cerca a su compañero Ayala. Pero Raúl cayó al suelo.
Durante unos segundos hubo dudas de qué había pasado. Cañizares no acaba de despejar el balón y Beckham presionaba para que lo pusiera en juego. Tristante Oliva miraba a su asistente para tomar la decisión definitiva y lo hizo: penalti a favor del Real Madrid. Todavía no había intercomunicadores y las conversaciones en la distancia eran a base de miradas y gestos de cabeza.
Cuando se decidió a señalar el punto de penalti los jugadores de naranja rodearon al árbitro desesperados. Era el minuto 46 y el penalti era muy discutido pero las repeticiones dejarían claro que hubo agarrón suficiente como para pitar la pena máxima. Carboni, Rufete, Baraja, Vicente… todos pedían explicaciones a Tristante Oliva mientras el colegiado se defendía con las tarjetas amarillas.
Figo sería el encargado de lanzar el penalti. Cañizares intentaba distraerle momentos antes y Beckham sonreía nervioso detrás. El portugués puso el balón raso a izquierda del portero y el 1-1 en el marcador. Los jugadores de los dos equipos pedían la hora. Benítez porque no quería más problemas y Guti porque sabía que podía pasar cualquier cosa.
Una vez acabado el encuentro y ya en la sala de prensa Benítez dijo que “para ganar en el Bernabéu hay que hacer el doble para ganar la mitad”. Lo que hizo Marchena fue un Ushiro-nage, una llave de judo que consiste el bloqueo, desequilibrio y caída. La prensa de aquellos años encontró una explicación a aquél penalti en un arte marcial y se escribieron ríos de tinta que, de paso, sirvieron para desempolvar otra disciplina de que la solo se habla en los años de Juegos Olímpicos.
Ese partido fue un espejismo del Real Madrid de Carlos Queiroz. Un entrenador que pasó a la historia por dilapidar una ventaja de ocho puntos con el Valencia al final de aquel mes de febrero para acabar la temporada cuarto en la clasificación, a siete puntos del Valencia y con el Deportivo y el Barcelona por delante. La derrota en Montjuic en la final de Copa del Rey ante el Zaragoza fue el detonante de esa plantilla. Nueve derrotas en 13 partidos que le hicieron caer en Champions con el Mónaco de Morientes y perder los últimos cinco partidos de liga consecutivos.
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