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Fuenre (Por Fernando Duclos (dpa)
Río de Janeiro – La historia de Roberto Firmino en Europa comienza con una deportación. Hace nueve años, cuando aún era un adolescente, España le denegó el ingreso al país. Frustrado, llorando, el joven tuvo que regresar a Brasil.
Por eso, ahora que está a sólo 90 minutos de coronarse campeón de la Champions League con el Liverpool, la memoria de Firmino debe retrotraerse hasta aquella tarde horrible en el aeropuerto de Barajas. Su destino final era Francia, porque le habían conseguido una prueba en el Olympique de Marsella, pero no pudo pasar de Madrid.
Antes de eso, de todas formas, el hoy delantero de Liverpool ya había superado otros obstáculos en su camino a ser futbolista. Y el primero de ellos había sido la negativa de su familia.
«Cuando era niño, mis papás no querían que jugase al fútbol. Ellos querían que estudiara. A veces, incluso me encerraban en la casa, pero yo saltaba un muro por la parte de atrás», recuerda el brasileño su infancia en Maceió, al noreste de Brasil.
Vencida la resistencia familiar, el joven comenzó a destacarse en el CRB, uno de los clubes locales, y a los 16 años fue transferido a Figueirense, de la ciudad de Florianópolis, 3.000 kilómetros al sur de Maceió.
«Fue muy difícil dejar a mis padres: lloraba todos los días», confesó el jugador en una entrevista. Después de haber convencido a su familia, la lejanía se le manifestaba entonces como un nuevo impedimento a superar. Y además, había un tercero: su extrema timidez.
En sus primeros tiempos en el Figueirense, algunos entrenadores llegaron a pensar que era mudo. En el campo, no pedía la pelota. Le costaba mucho hablar. Igual, todos coincidían en algo: con la pelota en los pies, no había en el club otro como él.
Hemerson María, quien fue su técnico en las divisiones juveniles, lo describió así: «Era un chico con un grado de escolaridad muy bajo, pero con una inteligencia de juego impresionante. En la parte táctica, entendía todo muy rápido y tomaba muy buenas decisiones».
Esas buenas decisiones hicieron que desde Europa se interesasen en él. Y así llegó la fatídica experiencia en Madrid en 2009.
«Él iba a Francia y debía hacer escala en España. Era sólo una escala. Pero en ese momento, todo brasileño que quería entrar en ese país debía mostrar una serie de documentos, como por ejemplo una tarjeta de crédito con un determinado monto», contó Erasmo Damiani, quien era el coordinador de fútbol juvenil del Figueirense.
«Roberto llamó llorando a su mamá, en Maceió. Su representante también me llamó asustado. Entonces, entré en contacto con el aeropuerto, conversé con un policía, expliqué que sólo era una escala, que tenía una invitación oficial del Olympique, pero aún así no lo dejaron pasar migraciones y se tuvo que volver», prosiguió.
Al mes, el club francés le envió otro pasaje, esta vez directo a París, pero Firmino no pasó la prueba. En febrero de 2010, con apenas 18 años, debutó en el Figueirense, que estaba en la segunda división.
Su equipo ascendió y, con ocho goles, él fue elegido como la revelación. Así terminó su paso por el fútbol de Brasil: un grupo de empresarios alemanes lo había seguido durante todo el año y cuando terminó el torneo se lo llevaron al Hoffenheim, que el año anterior había ascendido a la Bundesliga.
El jovencito que pocos años antes había ayudado a su familia vendiendo agua de coco en la playa de Maceió desembarcó así en Europa. Se quedó cinco años en el Hoffenheim: sus 49 goles en 153 partidos ayudaron al equipo, que hasta 2007 participaba en las liga regionales, a convertirse en protagonista del fútbol alemán.
De su estadía en Alemania, a Firmino le quedó una anécdota curiosa. Aficionado a los tatuajes, quiso escribir sobre su piel «Familia, amor sin fin», en alemán. Usó entonces el servicio de traducción de Google, pero éste le jugó una mala pasada y le mostró una palabra que no debía ir. Siempre que se acordaban de esa historia, sus compañeros de equipo se echaban a reír.
En la cancha, de todas formas, Firmino se equivocaba menos y por eso fue transferido al Liverpool inglés. Arribó al equipo en 2015 y al principio le costó mucho adaptarse, pero, poco a poco, se fue ganando un lugar. Un año antes, le había llegado su primera convocatoria a la selección de Brasil, con la que este año disputará el Mundial de Rusia.
El atacante está realizando ahora su mejor temporada en Europa. Se volvió una pieza clave en el engranaje ofensivo del técnico Jürgen Klopp y, junto al egipcio Mohammed Salah y al senegalés Sadio Mané, formó un tridente letal que condujo al Liverpool a la gran final continental de este sábado ante Real Madrid.
La misma Europa que algún día lo expulsó hoy está a punto de coronarlo. Y ese muchacho brasileño de origen humilde que no pudo pasar un control migratorio, está ahora a sólo un partido de pasar a la historia a fuerza de goles, voluntad y esfuerzo.
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