El Estrés Colectivo Venezolano: Entre el Deseo de Volver y la Esperanza de Cambio Por: Eduardo Fernandez
NOTI-AMERICA.COM | VENEZUELA
El Estrés Colectivo Venezolano: Entre el Deseo de Volver y la Esperanza de Cambio
La reciente escalada de tensiones militares entre Venezuela y Estados Unidos ha actuado como un catalizador de un profundo malestar psicosocial que afecta a la población venezolana, tanto dentro como fuera del país. Este fenómeno no puede entenderse solo en términos geopolíticos; es necesario un análisis sociológico que explore el estrés colectivo y la salud mental de una nación fracturada, donde el «deseo de volver» del migrante y el «deseo de cambio» del residente son dos caras de una misma moneda: la búsqueda de un futuro estable en medio de la incertidumbre crónica.
Para los más de 7 millones de venezolanos en la diáspora, la amenaza de un conflicto bélico exacerba una condición psicológica preexistente: el duelo migratorio. Este no es un duelo simple, sino uno muy recurrente. La migración, forzada por la crisis humanitaria compleja, ya supuso una herida psíquica caracterizada por la pérdida del ejercicio de su profesión, el estatus y el entorno familiar.
El «sueño del retorno» es un mecanismo de defensa, una fantasía que ayuda a sobrellevar la discriminación, la explotación laboral, soledad y la persecusion por parte de algunos gobiernos en los países de acogida. Sin embargo, la retórica bélica convierte ese sueño en en tres caminos. Por un lado, intensifica la nostalgia y el anhelo por proteger a los seres queridos que quedaron atrás. Por el otro, consolida la barrera material que impide el regreso: ¿cómo volver a un país que podría sumirse en un conflicto abierto? Y finalmente el deseo de vvir en un pais con oportunidades pero en democracia. Estas interrogante generan un estrés tóxico, una sensación de triple atrapamiento: no se está completamente integrado en el nuevo país, pero tampoco se puede volver al de origen. La salud mental del migrante se resiente con cuadros de ansiedad generalizada, depresión y un sentimiento de desarraigo perpetuo, donde la identidad nacional se vive con una mezcla de orgullo y dolor.
Dentro de Venezuela, la población ha desarrollado una resiliencia extraordinaria para enfrentar hiperinflación, escasez y colapso de servicios básicos. No obstante, la resiliencia tiene un límite. La amenaza militar representa una capa más de estrés en un contexto de trauma continuo. El «deseo de cambio» del venezolano dentro del país no es una abstracción política; es una necesidad fisiológica, psicológica y de seguridad.
El conflicto externo, sin embargo, introduce un fenómeno psicosocial complejo: la disonancia cognitiva colectiva. Por una parte, existe un profundo anhelo de un cambio político que alivie la crisis. Por otra, el miedo a una intervención extranjera, con su inevitable costo humanitario, genera un sentimiento de patriotismo defensivo y temor a una pérdida mayor. Este conflicto interno paraliza y profundiza la indefensión de la gente. La ciudadanía se siente rehén de una pugna de poderes que la trasciende, donde su agencia para decidir su futuro parece anulada. El estrés se manifiesta en irritabilidad colectiva, trastornos del sueño y un estado de hipervigilancia constante, agotando los ya debilitados recursos emocionales de las familias.
El estrés colectivo venezolano es un síntoma de una soberanía fracturada, donde el individuo, ya sea en Maracaibo o en Madrid, se ve impotente ante fuerzas macro que dictan su destino. El deseo del migrante y el anhelo del residente son expresiones de un mismo anhelo de paz y estabilidad. Cualquier solución viable debe priorizar la salud mental de la población como un componente esencial de la estabilidad nacional. Ignorar esta dimensión psicosocial es condenar a varias generaciones a llevar las cicatrices de un trauma que trasciende fronteras, perpetuando una crisis que es, ante todo, humana. La reconciliación futura de Venezuela, en cualquier escenario político, deberá pasar necesariamente por un proceso colectivo de sanación.


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