Los aliados invisibles: ¿Por qué la izquierda latinoamericana le da la espalda a Maduro? Por: Eduardo Fernandez
NOTI-AMERICA.COM | VENEZUELA
Los aliados invisibles: ¿Por qué la izquierda latinoamericana le da la espalda a Maduro?
En un giro que redefine el mapa geopolítico de la región, la izquierda latinoamericana ha optado por un silencio ensordecedor. Frente a la amenaza de un conflicto armado entre Venezuela y Estados Unidos, los históricos aliados del chavismo—Chile, Brasil, Colombia y México—han dado la espalda al régimen de Nicolás Maduro. Este no es un simple realineamiento táctico; es el reconocimiento tácito de un fracaso. La “revolución bolivariana” ha quedado tan desacreditada y aislada que ni sus hermanos ideológicos están dispuestos a hundirse con ella.
Durante años, figuras como Lula da Silva, Gabriel Boric o Gustavo Petro fueron voces críticas frente a las sanciones estadounidenses, defendiendo la soberanía venezolana y denunciando el “imperialismo” norteamericano. Hoy, sus gobiernos se encuentran en una encrucijada. Apoyar a Maduro significaría avalar a un régimen cuya gestión ha sumido a Venezuela en una crisis humanitaria sin precedentes, erosionando la democracia y los derechos humanos. El costo político interno de tal respaldo sería insostenible.
El caso de Lula da Silva es el más simbólico. Aunque ha abogado por una solución negociada y se ha opuesto a cualquier intervención militar, ha sido cuidadoso en no ofrecer un cheque en blanco a Maduro. Su prioridad es la estabilidad regional y la reconstrucción de la credibilidad brasileña, dañada durante el gobierno de Bolsonaro. Lula comprende que el barco chavista hace agua y que abordarlo sería un error estratégico.
Gustavo Petro, el primer presidente de izquierda en Colombia, representa una paradoja aún mayor. Como exguerrillero, su retórica antiimperialista es inherente. No obstante, la realidad de la frontera compartida con Venezuela le impone una crudeza ineludible. La crisis migratoria, el narcotráfico y la actividad de grupos armados ilegales son problemas que se agravan con un gobierno venezolano que actúa más como un factor de desestabilidad que como un socio. Su silencio es, en gran medida, un grito de frustración.
Por su parte, Gabriel Boric en Chile, quien en su juventud alzaba la bandera del chavismo, hoy gobierna con la responsabilidad de un Estado. Su condena a las violaciones de derechos humanos en Venezuela ha sido clara, marcando una distancia insalvable con Maduro. México, bajo la retórica soberanista de Andrés Manuel López Obrador, ha optado por una neutralidad que, en este contexto, equivale a un rechazo. Su llamado al diálogo suena hueco cuando se niega a respaldar al régimen que hace del diálogo una farsa.
Este abandono generalizado deja al descubierto la verdadera naturaleza del madurismo: un proyecto autoritario y fallido que ha agotado su capital político incluso entre sus simpatizantes. La izquierda latinoamericana, en su versión moderna y pragmática, parece haber aprendido la lección. La épica revolucionaria del siglo XXI se estrelló contra el muro de la realidad, y lo que queda es la necesidad de construir modelos de desarrollo que prioricen el bienestar ciudadano sobre el culto a la personalidad y la confrontación estéril.
El mensaje es claro: Maduro está solo. Sus aliados históricos le han dado la espalda no por una convicción pro-estadounidense, sino por la convicción de que su gobierno es un lastre para la propia izquierda y para el pueblo venezolano. Es el fin de una era y una lección de “realpolitik” que marcará el futuro de la región.


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