¿Defender la Revolución? La Clase Obrera Venezolana ya Pagó el Precio Por: Eduardo Fernandez
NOTI-AMERICA.COM | VENEZUELA
¿Defender la Revolución? La Clase Obrera Venezolana ya Pagó el Precio
En un escenario cuidadosamente montado, con banderas rojas y consignas de antaño, el presidente Nicolás Maduro ha dirigido una nueva arenga a la clase obrera venezolana. El mensaje, una vez más, es un llamado a cerrar filas para “defender la Revolución de las amenazas de los gringos”. Esta retórica, familiar y desgastada, choca de frente con una realidad abrumadora y documentada: la del trabajador venezolano que no solo no defiende, sino que sobrevive a una de las crisis humanitarias más complejas del planeta, sufriendo en carne propia la precariedad absoluta.
La ironía no podría ser más cruda, mientras el discurso oficial habla de soberanía y lucha antiimperialista, el salario mínimo mensual de un trabajador en Venezuela se ubica en el equivalente a unos escasos 5 dólares, según el tipo de cambio paralelo. Esta cifra, la más baja a nivel global, no alcanza ni para el 2% de la Canasta Básica Alimentaria, que supera los 300 dólares. El “gringo” aquí no es una abstracción geopolítica; es el hambre concreta, la imposibilidad de llenar el plato de la familia, la diáspora de más de 7 millones de personas que huyeron, en gran parte, de esta miseria.
La precariedad no se limita al monto en la nómina. Es un ecosistema completo de desprotección. Por años, el Estado venezolano, como principal empleador y regulador, ha impulsado la práctica generalizada de la negación de los contratos colectivos. Sindicatos independientes, como los de la emblemática empresa estatal PDVSA, han visto cómo sus legítimas demandas son ignoradas, mientras se imponen contratos colectivos sin discusión, sin negociación alguna y que congelan salarios a niveles de indigencia.
Esta política ha tenido un doble objetivo: silenciar la disidencia laboral y mantener un control férreo sobre la fuerza de trabajo. La libertad sindical es, en la práctica, una quimera. Los líderes obreros que osan alzar la voz enfrentan amenazas, despidos injustificados y persecución. El mensaje es claro: en la “Revolución Bolivariana”, la lealtad se compra con el silencio, no se gana con la justicia laboral.
La consecuencia es una clase obrera fantasma. Los profesionales más calificados ingenieros, médicos, docentes han abandonado el país. Quienes permanecen, se debaten entre múltiples empleos informales, la dependencia de las remesas o la asistencia social clientelar, que se convierte en un mecanismo de control político. El gobierno ofrece bolsas de comida subsidiada (los CLAP) a cambio de lealtad, mientras desmonta el derecho a un salario digno obtenido mediante el trabajo. Es la caridad por encima del derecho, la sumisión por encima de la ciudadanía.
En este contexto, el llamado de Maduro a la defensa de la Revolución no solo es cínico, sino que revela una profunda desconexión. ¿Defender qué Revolución? ¿Aquella que ha pulverizado el poder adquisitivo de quienes producen la riqueza? ¿La que ha convertido el derecho al trabajo en un sinónimo de pobreza? La verdadera amenaza que sufre el trabajador venezolano no viene de un enemigo externo imaginario, sino de un modelo interno de gestión que ha privilegiado la perpetuación en el poder por sobre el bienestar de su pueblo.
La defensa que necesita Venezuela no es la de una revolución fallida, sino la de sus ciudadanos. La lucha genuina es por la recuperación de los salarios, la reactivación de la industria nacional, el respeto a la autonomía sindical y la restitución de la democracia. La clase obrera venezolana no necesita consignas vacías; necesita justicia. Y hasta que esa justicia no llegue, el eco de los discursos en las plazas seguirá encontrando su más dolorosa refutación en los platos vacíos de los hogares.


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