En el grupo hay enfermeras, maestras, esteticistas y oficios que nada tiene que ver con la construcción. Varios de sus hijos también participan.
«Muchas veces nos han dicho: ‘allí vienen las machorras’, hemos sufrido comentarios despectivos horribles», comenta otra integrante del colectivo, Yrcedia Boada, que durante años trabajó como vendedora en tiendas y siempre andaba «entaconada» y maquillada para atender a los clientes.
Señalan que la construcción ha demorado el desarrollo de su actividad por múltiples adversidades, desde la crisis económica marcada en sus años más duros por escasez e hiperinflación, pasando por la pandemia de covid-19, hasta las sanciones internacionales contra el gobierno socialista que afectaron el flujo de recursos.
Aunque en principio se adentraron en el mundo de la construcción para edificar sus casas, muchas no descartan dedicarse a eso a la larga. «Si nos sale algún trabajo de construcción a futuro lo podemos tomar», apunta Rojas.
Entre los trabajadores que construyen hay 20 hombres, entre ellos Luis Pérez, hijo de Ursulina Guaramato, quien es maestra de cabillas.
Comenzó a ayudar en la obra cuando cumplió 17 y en 2 años ha aprendido sobre albañilería y carpintería.
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