De Katy pa’ Surfside Por Mercedes Lanza Avilés
De Katy pa’ Surfside
Por Mercedes Lanza Avilés
Afirmar que Dios concibió la idea de las playas venezolanas, antes de crear El Paraíso, puede sonar petulante, a los oídos de quienes no conocen nuestra costa litoral. Es más probable, que el Creador, después de desalojar del Edén, a la primera pareja bíblica, quiso de alguna manera compensar a la especie humana, por tan despiadado castigo, y nos regaló 1.700 kilómetros de playas, con un clima perfecto y paisajes sublimes.
A la mayoría de venezolanos, que conozco, le encanta ir a la playa. Con mucho o poco dinero, hasta hace algunos años, ajustábamos nuestro presupuesto para incluir: en vacaciones, feriados y fines de semana; el viajecito al litoral. Ya sea en un paquete todo incluido, en carpas, en condominio, resort, alquilando un apartamento de la tía de una amiga de la hermana de la cuñada, siempre había la posibilidad de ir a Tucacas, Chichiriviche, Margarita, Coche, Los Roques, Mochima, Playa Medina, Choroní, Todasana, San Francisquito, La Sabana, Los Caracas y… la Colonia Tovar. El chiste lo entienden mis coterráneos. Pero sí le ofrecen un paquete turístico para “las playas de la Colonia Tovar”, por favor, no lo compre.
En Katy-Texas, después de tres meses, pudimos ajustar nuestras agendas, fue casi como lograr la alineación de los planetas. Llegó el 4 de julio y un paseo a la playa, resultaba un ofrecimiento imposible de rechazar. Buenas y malas películas, ambientadas en la celebración del día de la Independencia, están registradas en la memoria. Acuden, sin esfuerzo: Ron Kovic, Dolores Claiborne y Steven Hiller, protagonistas del celuloide. Nuestro destino: Surfside, a una hora y media de Katy, según Google Maps son alrededor de 88.6 millas. Para los que aún no digieren el sistema anglosajón de unidades, cerca de 143 kilómetros.
La mayor parte del recorrido se hace en autopistas bien pavimentadas, seguras, limpias; doblemente vigiladas, por ser feriado. Optamos por tomar la ruta costera de Galveston. Nadie nos apuraba, y la idea era aprovechar al máximo el día. Más que la playa, queríamos conocer las zonas adyacentes. En un punto, encontramos un aviso que indicaba el pago de un peaje de 5 dólares. Era un pequeño elevado. Nos devolvimos para evitar el pago, seguimos a otros conductores que llevaban la misma intención: pasar por debajo del elevado. Ante la imposibilidad de cruzar el pantano, que se presentaba como alternativa, regresamos al camino inicial, pagamos el peaje; y riéndonos de nosotros mismos, continuamos nuestro recorrido.
Es una ruta de casas de dos pisos, con la previsión de dejar el garaje abajo, y el resto de la vivienda en la parte alta. Galveston sabe de huracanes. El 8 de septiembre de 1900, un huracán categoría cuatro arrasó la ciudad, murieron entre 6.000 y 12.000 personas. La historia de la que fue considerada la “Joya de Texas”, cambió para siempre. Desde entonces, 1900, 1915, 1961, 1983, 2008, 2017; ratificaron la permanente inestabilidad de sus construcciones. El paisaje es monótono, palafitos que cambian de color y de forma pero son los mismos. De cuando en cuando, alguno trata de salir de lo común, pero es feo en exceso, por lo que no logra su cometido. También pueden observarse, en pleno paisaje “playero”, terrenos que no pueden catalogarse como baldíos, porque están siendo utilizados por un pequeño rebaño, lo cual favorece a los propietarios en la reducción del pago de impuestos.
La hora y media inicial de trayecto, se convirtió en tres horas y más. Al fin llegamos a Surfside. En la entrada un veterano, de alguna de las tantas guerras, lleva su medalla con orgullo. Su trabajo, cobrar la calcomanía para identificar al vehículo, así podemos estacionar cerca de la playa. Cada quien lleva su propia sombrilla, toldo y sillas. La arena es marrón oscuro. Al frente, kilómetros de agua achocolatada. El agua es tan caliente que no refresca y levanta sospechas.
A nuestra izquierda una familia mexicana, padre, madre y dos muchachos. El mayor luce malhumorado, o por lo menos no pareciera estar a gusto en la playa. Cuando se retiran, noto que el chico lleva un grillete electrónico en el tobillo, hago la observación, y uno de nuestros acompañantes, me explica que es posible que esté en medio de un proceso de deportación. En el estado de Texas, se utilizan estos dispositivos, a pesar del estigma que puede significar, el hecho de que su portador sea confundido con un delincuente.
Los vecinos de la izquierda son sustituidos por otros mexicanos, porque entre la población latina, México se hace sentir, no sólo en número. La música norteña se impone en el lugar, y tímido suena un poco de merengue de los ochenta, y una buena salsa, todo seleccionado en el canal de YouTube. La nostalgia se hace presente cuando escuchamos “Amor y Control” de Rubén Blades. Es imposible no pensar en los que están a 3.000 millas de distancia y las razones por las que los dejamos.
Los venezolanos extrañan el paisaje caribeño. Comparado con nuestras playas, Surfside es monocromático. Aquí no encontramos las mil tonalidades de verde, rojo, naranja, amarillo, morado. Hace falta el voceo de los vendedores ambulantes: ostras rompe-colchón vuelve-a-la-vida empanadas helados raspados cachapas-con-queso obleas huevos-sancochados jojotos tostones collares pulseras zarcillos pareos gorras sombreros masajes, tatuajes, clinejas.
La obesidad, como tema, en los Estados Unidos es reiteración. Una joven lleva su sobrepeso con ligereza, lo exhibe en un traje de baño común, se toma selfies como queriendo engañar a la cámara de su celular, o dejándose engañar por ella. De seguro subirá las fotos a Instagram, en los tiempos del furor de las redes sociales, hasta nuestras imperfecciones califican para ser publicadas.
El agua es demasiado cálida, tanto que desagrada y prefiero no bañarme. Días después, mientras buscaba información para esta crónica, me entero que las altas temperaturas de las aguas del Golfo de México, son propicias para la presencia de la bacteria Vibrio vulnificus que penetra en el cuerpo a través de la ingestión de alimentos marinos crudos, como las ostras, o por el contacto con las heridas. La presencia de la bacteria es más común durante los meses de verano, de mayo a octubre. En mayo del presente año, un hombre de 31 años, cinco días después de hacerse un tatuaje en su pierna derecha se bañó en estas costas. Tres días después murió, como consecuencia de la infección de las heridas del tatuaje.
A través del programa Texas Beach Watch, el público recibe información sobre la calidad del agua en las playas y los niveles de las bacterias, cuando estas exceden los estándares aceptables. Junto con los gobiernos locales emiten avisos, advirtiendo al público que no deben nadar en las aguas afectadas. Creo que el agua potable que llega a los hogares de Venezuela, no aprobaría un monitoreo de calidad.
A las ocho de la noche regresamos a Katy, queríamos aprovechar el espectáculo de un cielo iluminado en la celebración del 4 de julio. En los puestos de ventas de fuegos artificiales, la gente hacia cola para comprar la mercancía. Calculo en bolívares los 25 USD que cuesta el combo más barato, y pienso que es un lujo. A la orilla de la carretera de Galveston comenzamos a ver el fulgor de todos los colores.
El retorno lo hicimos por la ruta de las refinerías, a la distancia, se ven como un gigantesco pesebre todo alumbrado. Un sentimiento de envidia me invade. Pienso en la desastres de la refinería de El Palito y Amuay, en la destrucción de nuestra industria petrolera, en la calamidad de nuestra red de infraestructura vial, en el hampa desatada que nos mantiene secuestrados, en la falta de apoyo al empresario venezolano, en la inseguridad jurídica y más. ¡Cambio con urgencia: patria destartalada por una Venezuela libre y organizada!
mj_lanza@yahoo.com
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