Sección «Si la mar se seca» por Leila Tomaselli
«Si la mar se seca»
Bitácora 5
Me preparo para viajar hacia muchos cuentos dentro de este inmenso cuento que es la realidad con sus iridiscencias, que permiten, a veces,
vislumbrar la ilusión.
(Elsa Morante)
Al emprender una travesía, no se tiene un plan. ¿Qué plan puede tenerse si no se sabe cuáles vientos soplarán, si a favor o en contra, si habrá mares o marejadas, naufragios, tempestades, encallamientos, si los encuentros serán propicios y nos harán quedar o nefastos y nos harán partir?
Aventura del espíritu.
California, un nuevo mundo. Es un estado americano pero podría ser el desierto de las almas, el aliento de un dragón cabreado, la negrura de los peces del Pacífico con piel de colores escandalosos, de hermosura brutal, feroz y amarilla.
Mi hija se gradúa en Florida y acepta su primer trabajo en San Diego, al otro extremo de América, porque su madre ha soñado alguna vez con California y siempre le ilusiona cumplir los sueños de las personas queridas. Así es ella.
No puede imaginar el impacto que este paraíso ardiente tendrá sobre nuestros seres, ya sacudidos por los vientos huracanados de Florida y ahora por los vientos abrasadores de Santa Ana.
Bosques incendiados, incendios del alma.
San Diego, Sur de California
Buscan paisajistas en la ciudad de colinas moradas, fucsia y magenta, donde el romero brota de cualquier grieta.
—No veo en tu currículo que se mencione el paisajismo, —firma Alexandra Gutiérrez el mensaje electrónico, —pero te espero a primera hora para una entrevista.
Ésta del sur de California es una de las 5 zonas del mundo con clima mediterráneo, por lo que hay tantos paisajistas como frutales. Se ha de ser ingenioso para sobrevivir.
No me asusta.
—Te pongo a prueba, —me da la dimensión de mi futuro Alex, de aquellos personaje clave que dan una vuelta de tuerca a tu existencia incauta y errabunda. Un mestizaje de cabellos larguísimos y espesos del color del trigo, fruto de una pasión entre una californiana y un bogotano, así es ella.
Un proyecto con bocetos al margen hace el milagro y es un sí, un gran sí, porque yo quiero mucho que sea un sí. Un sí rotundo y un cambio radical de profesión. Dentro de mí crecen, en alguna provincia de la memoria, tresmilquinientas plantas y es como si la arquitectura que vive conmigo consiguiera un escape natural al afán de hacer.
En el país de la especialización y del outsourcing, salen proyectos con la desenvoltura con la que un griego hace yogurt y mientras aprendo del mundo vegetal sus combinaciones, hábitos, colores y formas, entereza y estremecimientos, se va creando un buen equipo de trabajo.
Auténtica pasión por los jardines.
Por la noche, despliego los planos de arquitectura sobre la mesa con sus respectivas miniaturas a escala reducida. En el silencio de la casa desierta, mi hija me da los buenos días de su siguiente mañana catalana, con sabor al fruto de los planes de fuga a Europa trenzados en la oscuridad de noches sandieguinas, porque California no era lo suyo. Le urgía poner el pie en un avión para cursar un master en la ciudad de las noches góticas.
Me centro en la dirección de las líneas, la orientación, las vistas, me llevo las imágenes al descanso. Y cuando el cuerpo reventado de rodar por el sur de California consigue sosiego y la mente está por rendirse al sueño, en ese brevísimo instante, se abre un breve compás de tiempo para la claridad mental.
Se van silenciando ecos lejanos de coyotes que aúllan por las colinas en busca de liebres y gallinas entre las enormes piedras lavadas por el antiguo océano, afanes de viñedos que paren bajo la luna uvas de vetusta cepa y parco aroma.
El despertador está puesto a las 3 de la madrugada para diseñar lo soñado. Unos minutos para preparar un tazón de café colombiano, con crema de amaretto y azúcar batido, para honrar la internacionalidad, las ventanas selladas a la oscuridad, y a dejar correr la mano rápida sobre el plano curvando el trazo, poniéndole dramatismo escenográfico, poesía, arquitecturas asolapadas, ironías y sarcasmos de líneas aventuradas y arcos en sucesión persiguiéndose y escondiéndose para dar la sorpresa.
Descubres una línea mágica y subliminal que envuelve, delira por breves instantes, se interrumpe dudosa delante de un obstáculo, sigue más adelante, parece que se extravía, cierra donde menos lo esperas. Es la línea propia de cada jardín. Las curvaturas no son al azar. Ni la austeridad de las líneas rectas.
La luz del día llega sincronizada con la conclusión del diseño, caminos, piscina, barbacoa para el hombre de casa, pérgola, césped para los niños, resguardo para los perros, intimidad para ella, el fuego para los días de frío, las zonas de plantas, los puntos focales.
Y luego conducir con mi madre que está muerta pero sigue tocando para mí la Wanderer Fantasy a través del espectáculo extremo (como los deportes extremos, con la adrenalina pero, para mí, sin la diversión) del sur de California desde Los Ángeles hasta la frontera con Tijuana, por colinas y bosques de eucaliptus, valles, desiertos, microclimas, autovías y callecitas, con sol, con lluvia, de día y de noche, de lunes a sábado,
Con o sin incendios, cuyas llamas, alimentadas por los soplos resecos de Santa Ana, llegan al borde de la via y cruzan intrépidas para carbonizar al otro lado, mientras avionetas de rescate vuelan a ras del fuego embarrando de cera roja el auto, tú sigues con la mirada fija en la meta, llegar a la casa del cliente, discutir el proyecto, volver con una firma de satisfacción y aceptación. Sobrevivo a mí misma, llego a casa con el cuenta millas reventado de tanto contar y los diseños aprobados, mañana es domingo, finalmente puedo dormir hasta las 6 de la mañana, luego adelantaré trabajo.
Y cuando los afectos de Miami se despiden y los de Caracas y el huso de California se apaga de último, a nueve horas de mi hija, es tiempo de empezar all over again.
Leila Tomaselli, Autor – Paisajista
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