Sección «Si la Mar se seca» por Leila Tomaselli
«Si la mar se seca»
Bitácora 3
A la magia le encanta colarse por las rendijas de la vida para fundirse con la realidad y asolaparse al orden natural de las cosas, revelando el otro lado de las formas visibles, únicamente perceptibles por los sensores de quien le ponga atención.
El tiempo tampoco se queda atrás. Aliado de la magia, se riza, va y se devuelve y lo toma a uno por sorpresa, vestido de personaje o disfrazado de arrepentimiento.
En 1968 el terremoto de Caracas derrumba el edificio Neverí, con todas sus historias dentro. Pocas se han podido reconstruir, algunas intuir, otras adivinar.
Es posible que alguien se haya devuelto…
Espíritu de Mayflower
El edificio Mayflower da hacia la Plaza Altamira de Caracas, escondido detrás de un árbol de caucho gigantesco. Un ficus elástica pues. A mi vecino Alberto, que vive en el tercer piso, la frondosidad le priva de luz, así que trae, por las noches, restos de comida que deposita en la enorme base del tronco, a ver si luego de comer lo riegan las perras de orina ácida y el árbol se seca.
Pero el árbol sigue altivo en su entereza vegetal.
Mi hija y yo vivimos en el sexto piso, el árbol no nos molesta, se siente solidario, protector del ruido a ratos infernal de la avenida Francisco de Miranda. Una puerta separa la zona de habitaciones del resto del enorme piso. Nos encerramos por las noches bien cerraditas, cuando las enormes ramas del ficus echan su sombra sobre las paredes y en el silencio se percibe un pequeño espanto. Libros se deshojan, pasos se arrastran.
El siseo de las hojas, confirma mi madre.
—Ponle un pocillo de agua fresca —sugiere Alberto, siguiendo quien sabe qué intuiciones— lo cambias todas las noches, a mí me ha funcionado.
¿Cabe entonces la sospecha de que se trate de algo o alguien?
—Yo te pongo el agua y tú dejas de pasearte por mi casa, ¿entendido? Así, háblale en voz alta y duro, pa’ que sepa que el enfado es con él —Alberto sabe cómo tratar a un espíritu.
Confío. Por la noche, pongo el pocillo con agua detrás de una columna. Mi hija pregunta, invento un cuento, me devuelve su mirada de candor, más que de susto.
El pocillo amanece vacío. ¡Que impotencia! Es como si de noche no pudiera pisar su territorio, que son mi sala y mi cocina. El día espanta el espanto. Alberto se informa de la salud de esa neblina que habita mi casa.
Esto de compartir piso no me hace ninguna gracia. Y complacer espíritus con agua fresca de por vida, tampoco, confieso. Indago entonces, ansiosa de eliminar una razón más de zozobra a la ya bastante pesada vida caraqueña de temores y pánicos.
—Llena el pocillo de agua salada, a ver qué pasa. —El único que puede estar interesado en el tema es Alberto, a ver si el espanto se muda a su casa, unos tres pisos más abajo. Hay que desterrarlo.
¿Dónde vivirán los espíritus de día?
Pongo agua salada. Con aprensión, ¿Qué reacciones puedo esperar?
El agua amanece vertida en el suelo y el pocillo yace ladeado.
Sigo indagando, pregunto en la panadería, la peluquería, la conserjería, la farmacia, a Filippo el perrocalentero ¿alguien sabe quién vivía en el piso 6 del edificio Mayflower?
Sí, vivía una mujer sola.
Otra mujer sin edad, encorvada, el cabello de marfil con estrías amarillentas, los ojos hundidos en fosas verdosas, la mirada austral, la voz apenas un soplo, cansada quizás de ir y venir, me roza un brazo mientras ando por la vecindad y murmura, como retomando una conversación interrumpida hace tiempo, que por muchos años había ahorrado para mudarse al edificio del otro lado de la plaza. Lo había conseguido, un piso flamante a su medida. Había vendido el de toda la vida (¿el de Mayflower?) y se había mudado al Neverí, acomodada por fin en su sueño.
— ¿Usted o la otra? ¿Usted quién es? —se asoma a la voz la curiosidad y el desosiego que me alborotan el sentir.
El Neverí se ha derrumbado durante el terremoto del ’67. La mujer ha quedado atrapada entre los escombros.
¿Habrá vuelto para contar su historia para finalmente volverse bruma?
No sólo por la coinquilina. Ocupada en calzarme mi propio destino, también pensé en cambiar el aire montano caraqueño por la brisa marina, que a los de tensión alta nos va mejor.
Si la mar se seca
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