Parler es una red social norteamericana de microblogging. Un nuevo Twitter. Telegram es un sistema de mensajería desarrollado en Rusia. Un nuevo WhatsApp. DuckDuckGo es un navegador también norteamericano. Un nuevo Chrome. MeWe es una red social californiana. Un nuevo Facebook. Rumble es una plataforma de videos canadiense. Un nuevo YouTube. Bizfluence es una red social empresarial de Nueva York. Un nuevo LinkedIn.
Parler ha puesto en evidencia en manos de quién está el pastel de la censura en la web. Alguien dice que desde esta red social se prepararon los ataques al Capitolio. La información se hace viral y se da por buena porque Parler tiene un montón de perfiles de ideología conservadora, republicana, de derechas… y los genios del silicio hacen el resto con la excusa de que ellos protegen al mundo. Apple y Google sacan la app de Parler de sus tiendas. Amazon apaga los servidores donde se hospeda la web que soporta la aplicación y… adiós competencia. O como dicen ellos: hola a un mundo más seguro donde se dice y se piensa lo que nosotros queremos. Para qué van a dejar que sea el usuario el que decida dónde quiere estar y donde no. A quién quiere seguir y a quién no. Ya están Twitter, Facebook, Google o Apple para tomar esas decisiones.
Los primeros en llegar son los que ponen las reglas. Los que se quedan con los clientes. Los que manejan el negocio y no quieren rivales. Silicon Valley nos ha dado mucho, pero empieza a colapsar y no es capaz de generar nada nuevo. Las startup de la tecnología nacen el garaje de cualquier lugar del mundo y buscan mejorar lo que hay en el mercado. Entrar no es fácil. Los dueños y señores de Internet saben enredarlo. Los gobiernos, también. En medio de todo esto aparecen ingredientes ideológicos, batallas culturales, censura, posverdad, Fake News y libertad de expresión. Palabras rimbombantes que pronunciadas por según qué personalidades ponen en guardia al mundo.
Parler nació en el estado norteamericano de Nevada en 2018. Se puso en marcha para ser la competencia de Twitter. Era el momento en el que todos nos preguntábamos quién le estaba poniendo puertas al campo de Internet. Quién se autoproclamaba juez y parte de lo que se decía en las redes sociales. Las leyes se han quedado obsoletas por la velocidad a la que se mueve todo. El sentido común, el respeto, la lógica… todo eso ha quedado en entredicho. Todo molesta. Todo ofende.
Hace años estábamos de acuerdo en que el mensaje del terror de Al Qaeda en Twitter tenía que desaparecer. El Daesh contaba con casi 600 perfiles y generaba 800 tuits a la hora para seguir con su expansión ideológica y el reclutamiento de jóvenes. La alarma provocó que la red social dedicara grandes esfuerzos en eliminar este tipo de identidades. Pero quedan los que habitan en la línea invisible entre la libertad de expresión y la incitación al odio o a la violencia. ¿Qué delitos no cometen los primeros que sí perpetran los segundos?
Con Parler hemos entrado en la nueva dimensión de la libertad de expresión. Ahora son más los que viven en esa delgada línea de lo políticamente incorrecto. Nos alegramos de que Twitter cierre cuentas cuando se vulneran ciertos derechos, pero qué pasa con los que no cometen delitos al decir lo que piensan. Simplemente suena fuerte que Trump quiera levantar un muro con México, pero nos gusta que se masacre a Conguitos en Twitter porque su logo, ahora, ofende.
A Parler le han sacado del juego con la excusa de que no tiene moderación de comentarios. Molesta que sea libre y que se autoproclame la red social sin censura. Incordia más todavía que una ideología se haya reunido en el mismo entorno. Ya sabemos que lo que hacemos delante de un móvil, una Tablet o un ordenador es carne de hackers. Asumimos que no tenemos intimidad digital. Algunos empiezan a utilizar VPN para navegar de forma segura y privada en su propia casa. No consumen pornografía ilegal, no compran armas, ni drogas… pero les molesta que si se informan del precio de unas botas ese modelo les persiga durante meses en su navegador.
Lo que han hecho Apple y Google con Parler es pura fachada para quedar bien con esa corriente ideológica permanentemente molesta con todo. Eso les ha permitido desactivar a la competencia de Facebook y de Twitter. Su negocio sigue intacto. Y es tan transparente que ni lo vemos. La última actualización de WhatsApp nos obliga a aceptar su nueva política de privacidad para seguir utilizando su red de mensajería. En uno de sus puntos reconocen que los datos de los usuarios se compartirán con Facebook sí o sí. No leerán los chats, que sepamos, pero sí todo lo demás. Y esas botas nos volverán a perseguir. En Europa le hemos puesto coto a esas prácticas y no podrán investigarnos tan a fondo… de momento.
Parler volverá a dar servicio a sus casi tres millones de usuarios. Igual que Telegram nunca se fue. Cada día algún contacto nuevo se une a esta red de chats que supera con creces al resto. Parler tendrá que salir del enorme negocio que supone para Amazon su filial AWS (Amazon Web Services). Servidores para todos, aunque ni lo sepamos. Más baratos porque pueden modificar automáticamente su potencia para unos cuantos clientes o para una avalancha de usuarios puntuales en busca de banderas confederadas, por ejemplo. Pero si tu empresa no comulga con su ideario… desaparece. La Navy Jack no es ilegal, aunque lo que representa es polémico. ¿Y una bandera con la esvástica o con la hoz y el martillo? ¿Quién decide que web se cierra? Desde ahora lo hace Amazon.
Por cierto, Apple y Hyundai ya trabajan en su coche eléctrico. Un vehículo que no solo se comprará con dinero. Habrá que ser ideológicamente apto para poder conducirlo. Porque el problema no es Parler, es lo otro.