La cercanía de las elecciones y el anuncio de un principio de acuerdo con Chinapara poner fin a más de 18 meses de guerra comercial llevaron a especular sobre la posibilidad de que Donald Trump rebajara la tensión y renunciara a usar los aranceles como arma de presión política. Nada más lejos de la realidad. La tregua con Pekín está mucho menos atada de lo que el presidente estadounidense aseguró en su día y esto, de rebote, le obliga a buscar medidas de compensación para los agricultores de su país, el colectivo más perjudicado por el conflicto y las represalias chinas y, a la vez, el electorado que más necesita para ser reelegido. Las exportaciones de Europa y América Latina vuelven a estar en su punto de mira.
“No hay plazo” para la entrada en vigor de la fase uno del preacuerdo con China anunciado septiembre, admitió Trump ayer en Londres. La declaración hizo cundir el miedo en los mercados, que esperaban que se aplicara desde este mes y la amenaza de imponer nuevos aranceles a importaciones como móviles, ordenadores y juguetes made in China se esfumara. Sin pacto a la vista, teóricamente el 15 de diciembre entrará en vigor una ronda más, un castigo que la Casa Blanca había aplazado para evitar que afectara negativamente a la campaña de Navidad.
Choque con Francia
Washington amenaza con aranceles de hasta el 100% para productos franceses
Que sus interlocutores chinos olieran hace tiempo la urgencia del presidente de Estados Unidos por poner fin a la guerra no le ha ayudado en la mesa de negociación. Trump dijo ayer que quizás sea mejor esperar a que pasen las elecciones de noviembre del 2020 para buscar un acuerdo con Pekín y recordó que es la economía china quien más está sufriendo las consecuencias del conflicto comercial. En Estados Unidos, el consumo no se ha resentido pero las inversiones industriales llevan meses congeladas, presas de la incertidumbre.
En lugar de aflojar, la tensión comercial mundial aumenta. La Casa Blanca restableció el lunes los aranceles a las importaciones de acero y aluminio de Brasil y Argentina. La decisión pilló por sorpresa a ambos países, cuyos dirigentes gozan de gran sintonía con la actual administración. Unas horas después la Oficina de Comercio Internacional estadounidense publicó la lista de productos franceses que estudia someter a aranceles de hasta el 100% en respuesta a la entrada en vigor de la llamada tasa Google , que impone un impuesto del 3% a los gigantes tecnológicos para compensar su baja tributación en los países donde obtienen beneficios.
Dando largas
El presidente insinúa que el pacto con Pekín podría aplazarse hasta pasadas las elecciones
En una tensa rueda de prensa celebrada en Londres en los márgenes de una cumbre de la OTAN, Trump dio cuenta de sus conversaciones al respecto con el presidente de Francia, Emmanuel Macron. “Tenemos algunas diferencias menores” pero “probablemente las vamos a superar”, afirmó. Macron asintió, aunque advirtió que si entran en vigor su país responderá y no lo hará solo sino con la Unión Europea. Francia “nunca” renunciará a la tasa, dijo su ministro de Economía, Bruno LeMaire (salvo si Estados Unidos acepta la creación de un gravamen similar a escala global). “Tienen celos” de los campeones tecnológicos de EE.UU., replicó el secretario de Comercio, Wilbur Ross.
El objeto de la disputa son importaciones francesas por un valor de 2.400 millones de dólares anuales. Sus apreciados vinos y quesos, los bolsos de Louis Vuitton, los cosméticos de L’Oréal y las cacerolas de Le Creuset son potenciales víctimas colaterales del conflicto, un caso aparte de los aranceles –en este caso, autorizados por la Organización de Comercio– que Washington ha adoptado en respuesta a los subsidios ilegales de Europa a Airbus.
La razón oficial de los aranceles a los metales de Brasil y Argentina es el daño que “la devaluación masiva” del real y el peso está causando a los agricultores estadounidenses, según argumentó Trump en un tuit lanzado el lunes antes de las seis de la mañana (hora local de Washington). La pérdida de valor de las divisas se debe a las graves dificultares económicas que atraviesan ambos países, y sus gobiernos están gastando sus reservas de dólares para frenarla, pero estas explicaciones no han ablandado a la Casa Blanca.
Otra razón de fondo es el reciente aumento de compras de carne y cereales por parte de Pekín a países latinoamericanos como parte de su estrategia para diversificar sus socios comerciales y depender menos de Estados Unidos. La semana pasada China firmó un acuerdo con Argentina para comprarle no sólo soja sino también productos derivados. La noticia puede hacer buenos los temores de muchos agricultores, de Kansas a Virginia, con edad y memoria suficiente para recordar cómo para cuando el embargo de cereales decretado por Jimmy Carter a la URSS se anuló, Moscú ya había sustituido a sus proveedores, y los estadounidenses se quedaron fuera del mercado.