Opinión: «El diálogo de Oslo», por José Luis Méndez La Fuente
A propósito del acercamiento, calificativo con el cual se prefiere explicar, dado que apenas se está iniciando, el proceso facilitado por el gobierno de Noruega entre representantes de Nicolás Maduro y de Juan Guaidó, que pudiera llevar a otra dimensión más concreta esas conversaciones exploratorias; no está de más recordar de que manera han interpretado los gobiernos de Chávez y Maduro, la función y la finalidad de los instrumentos de solución de diferencias y de conflictos, tales como diálogos, conferencias de paz, debates, negociaciones, mediaciones y otro tipo de iniciativas similares, en la política venezolana de los últimos veinte años.
En una entrevista realizada en el programa José Vicente Hoy, transmitido en el canal privado Televen, Hugo Chávez, remonta su vocación para llamar al dialogo, al año 1992, cuando el 4 de febrero de ese año, una vez fracasado el intento de golpe de estado contra Carlos Andrés Pérez y ya detenido, hizo un llamado por televisión a deponer las armas y a rectificar. En ese mismo programa del mes de febrero del año 2011, aseguró que la convocatoria al dialogo la hizo igualmente mientras estuvo preso y que la continúo haciendo después, pero que fue la oposición la que rompió el dialogo y el juego político al desestabilizar al país.
A raíz de los sucesos que lo sacaron de la presidencia y lo devolvieron a ella, entre el 11 y el 13 de abril del 2002, Chávez, conformó la llamada Comisión para el Diálogo Nacional, con la finalidad de poner fin a la polarización existente en el país. El organismo quedó conformado por representantes del gobierno, la Iglesia Católica, universidades, periodistas, el sector privado y profesionales en general con el fin de encontrar mecanismos de entendimiento. Se hicieron varios coloquios y reuniones en el Teatro Teresa Carreño y el presidente Chávez, lo definido como un proceso de conciliación sin ánimos de exclusión, celebrando la disposición de quienes acudieron a la cita para «lanzar puentes» y contribuir al diálogo efectivo. La respuesta de la oposición fue de escepticismo total ante la propuesta oficial, asegurando que lo que el país deseaba eran hechos concretos y menos palabras. Y palabras fue lo que quedaron como resultado de todo aquello, pues no obstante que Chávez había aceptado hacer cambios y rectificar, nunca lo cumplió.
También en el 2011, año preelectoral, habla desde Miraflores sobre la obligación de convencer y de argumentar, pues eso no se decreta, como mecanismo para “asegurar la hegemonía perenne”, algo que es vital. Invitando de paso, a dejar el sectarismo, pues hay que abrir puertas a través del debate y el dialogo en fábricas, trabajadores, calles, comercios, de ahí la importancia de la plataforma de propaganda y agitación, que más bien debe ser de argumentación convincente.
Y en el 2012, en una rueda de prensa, dice que el proceso de paz que comienza, refiriéndose al dialogo que se llevaría a cabo en los próximos días en Oslo, entre la guerrilla de las FARC y el gobierno colombiano y lo de mañana acá en Venezuela, refiriendose a las elecciones presidenciales, son elementos del mismo proceso de democratización y de consolidación de Suramérica como una zona de paz, la Unasur. Como se recordará el gobierno de Chávez estaba apoyando, como acompañante, dicho proceso de paz.
Por su parte, Nicolás Maduro tampoco se ha quedado atrás en eso de conformar comisiones de paz o mesas de dialogo, siguiendo los pasos de su antecesor. Tan solo recordemos cuando en el 2014, con tan solo una año de mandato, inventó la denominada Conferencia Nacional por la Paz, con el objeto de tratar de detener las continuas protestas y manifestaciones contra su gobierno, en la que la oposición no participó. Sin embargo si lo hizo en la Mesa de Dialogo que se instaló en abril de aquel mismo año con resultados tan nefastos para el dialogo mismo, como instrumento de búsqueda de soluciones políticas consensuadas, que todos los venezolanos que lo vieron en televisión se dieron cuenta de la imposibilidad casi absoluta de reintentarlo o de recuperarlo en el futuro.
Pero no hacía falta haber llegado hasta allí de esa manera, perdiéndose el tiempo y el esfuerzo realizado. A la misma conclusión se hubiese llegado, simplemente observando la posición del propio presidente Maduro, quien en vísperas de la instalación de la mesa de dialogo en Miraflores, al referirse a unas declaraciones del expresidente Lula, recomendándole bajar la intensidad del debate político y gobernar más, dijo textualmente: «No tengo nada que negociar con nadie (…) ni negociación ni pacto, aquí lo que hay es un debate, diálogo, que es diferente a una negociación y un pacto».
Visto el concepto que tenía Chávez del dialogo y demás mecanismos afines, como el de la argumentación, para asegurar la hegemonía perenne, o bien para resolver conflictos armados; así como la actitud de Maduro para sentarse en una mesa a dialogar, pero como si fuera un monologo y sin llegar acuerdos, lo de Noruega luce esperpéntico.
Tan solo esperemos a que en esta ocasión, la perspectiva de Maduro sobre el dialogo, en cualquier formato a realizarse, haya cambiado y esté convencido ahora, en este momento, que a quien le interesa más una negociación buscando una salida, es a él y solo a él.
José Luis Méndez La Fuente. Abogado Constitucionalista y Analista Político / e-mail: xlmlf1@gmail.com