La carrera de armamento dispara el gasto mundial en defensa a niveles de la Guerra Fría. Las flotas de barcos gigantes y los cazabombarderos ocupan el centro de la estrategia de EEUU
El portaaviones estadounidense Abraham Lincoln en el Canal de Suez (Egipto).Autoridad del Canal de Suez EFE
Fuente: https://www.elmundo.es / PabloPardo
El Ejército de Tierra de Estados Unidos es tan grande que hasta tiene barcos. Algunos, de hasta 273 metros de eslora (como dos campos y medio de fútbol), pueden transportar hasta 15 tanques M1A Abrams de 67 toneladas cada uno. Pero lo más importante que ha hecho esa peculiar armada en los últimos meses fue responsabilidad de un pequeño bote hace dos semanas.
Fue el 24 de abril, cuando una lancha del Ejército de Tierra cargó en la base de Camp Lejeune, en Carolina del Norte, un obús M-119 de dos toneladas de peso y entró en el Canal Interno de la Costa, una gigantesca vía de agua de 4.800 kilómetros de largo. Tras una hora y media de navegación, embarrancó en la orilla para dar a la pieza de artillería una base estable. Y el 25 de abril el cañón abrió fuego. Era la primera vez desde la Guerra de Vietnam que el Ejército de EEUU empleaba ‘artillería fluvial’.
La respuesta la dio el teniente coronel Shawn Talmadge a la revista de las Fuerzas Armadas de EEUU, Stars and Stripes(Barras y Estrellas): «Tenemos que volver a aprender las tácticas necesarias para enfrentarnos a un enemigo formidable. Esto es muy diferente de la ‘guerra asimétrica’ que hemos venido combatiendo en los últimos tiempos».
Cuando un militar estadounidense habla de «un enemigo formidable» en vez de «un enemigo silencioso» está evocando imágenes de columnas acorazadas soviéticas avanzando por las llanuras de Alemania y de portaviones nucleares protegiendo de submarinos soviéticos a convoyes en el Atlántico Norte. Ese escenario, que había desaparecido cuando, hace tres décadas, el Pacto de Varsovia y la Unión Soviética se desintegraron, ha vuelto. Atrás quedan Al Qaeda y el Estado Islámico. EEUU se está preparando para una nueva lucha por la supremacía mundial. Las armas convencionales, las flotas de barcos gigantes, y los cazabombarderos, han vuelto a ocupar el centro de su estrategia. El rival, esta vez, es China y, en menor medida, Rusia. Y el primero de esos países, con una economía pujante, está dispuesto a aceptar el reto.
No en balde, 2018 fue el primer año en el que los gastos en defensa a nivel mundial alcanzaron el nivel que tenían en la Guerra Fría: 1,8 billones de dólares (1,6 billones de euros), según el Instituto para la Investigación de la Paz de Estocolmo (SIPRI, según sus siglas en inglés). EEUU acumuló el 36% de esa cifra. China, el 14%. Pero, mientras que EEUU invierte en defensa un 17% menos que hace diez años, debido al final de la Guerra de Irak y a la desescalada de Afganistán, China ha incrementado su partida presupuestaria en un 83%. Afortundamente, aunque el gasto (que es real, es decir, tiene en cuenta la calificación) es tan alto como antes de que cayera el Muro, su proporción en la economía mundial es menor, porque ésta ha crecido mucho en estos 30 años. Pero, aún así, la tendencia es clara. La Guerra Fría 2.0 ya está aquí.
Así lo deja claro el segundo párrafo de la Estrategia Nacional de Defensa, publicada por el Pentágono en enero de 2018: «El desafío central para la supervivencia y la seguridad de Estados Unidos es la ‘re-emergencia’ de la competencia estratégica y a largo plazo de lo que el Consejo de Seguridad Nacional denomina ‘potencias revisionistas’. Es cada vez más claro que Rusia y China quieren conformar un mundo consistente con su modelo autoritario por medio de la consecución de un veto sobre las decisiones de otros países en materia de seguridad, economía, y estrategia». China emerge y Rusia resurge, y Estados Unidos ha cambiado su estrategia para prepararse no para una Guerra Fría, sino para dos.
LA CLAVE: DISUADIR SIN ACTUAR
Así que los objetivos ahora de EEUU son tener una flota de 355 barcos de guerra, o sea, 78 más que en la actualidad. O construir más portaaviones nucleares de la clase Ford, que cuestan, cada uno, 14.200 millones de dólares que, cuando se suman a los 10.000 millones de dólares que valen sus aviones y helicópteros salen por una factura de 20.700 millones de euros antes de que empiecen a navegar.
Ése es, precisamente, el riesgo de esta estrategia: convertir ciertos números en fetiches (algo que usaron muy bien Kennedy y Reagan en la Guerra Fría para ganar elecciones, y que encaja muy bien en la retórica de Trump), y gastar cantidades ingentes en sistemas de armas carísimos y cuya eficacia nunca ha sido puesta a prueba. Claro que ésa es la clave de las guerras frías: disuadir sin actuar. Desde luego, no hace falta que los Ford disparen para despejar las dudas sobre su eficacia.
Aunque los titulares los acapara la tensión entre EEUU y Rusia – en parte por la influencia de Vladimir Putin sobre Donald Trump -, Moscú no es, ni de lejos, el rival ‘número uno’ para Washington. De hecho, Rusia gasta en defensa menos que Arabia Saudí, India, y Francia. La verdadera tensión es entre China y EEUU, y se debe más a factores tecnológicos que estratégicos. Como escribe Elbridge Colby, ex asistente del secretario de Defensa James Mattis y actual director del Programa de Defensa del think tank Center for a New American Security en el número de este trimestre de la revistaForeign Policy, «la era de la superioridad militar incontestable de Estados Unidos se ha acabado».
GUERRAS SERIAS Y ‘DESMADRES’
La nueva estrategia de lucha entre grandes potencias cuenta también con la inercia burocrática a su favor. Militares, diplomáticos y espías se sienten mucho más a gusto luchando contra otros militares, diplomáticos y espías que contra adolescentes que se han trastornado viendo vídeos en YouTube y se han convertido en soldados suicidas de Alá. La percepción de lo primero es que ésa es una guerra ‘seria’. La segunda, un desmadre.
Y, por último, esta Guerra Fría es también consistente con la visión de las Relaciones Internacionales de Donald Trump y su equipo. Desde la Segunda Guerra Mundial, EEUU se adhirió a la teoría del estructuralismo de Robert Keohane y Joseph Nye, que afirma que la influencia internacional se puede ejercer de muchas formas, y que las alianzas y lo que se llama ‘el poder blando’ – es decir, la diplomacia comercial o cultural – pueden ser tan eficaces como los portaaviones.
El actual Gobierno de EEUU se sitúa más en la tradición del ‘realismo’ de Hans Morgenthau y John Mearsheimer: los países son unidades aisladas y autónomas que tratan de aumentar su poder a costa de los otros. Las alianzas solo tienen un papel secundario. Lo mismo que la diplomacia. Es una visión que probablemente Vladimir Putin y Xi Jinping – dos nacionalistas y populistas que, como Donald Trump, consideran que el Estado son ellos – compartan. Así que la Guerra contra el Terrorismo se ha acabado. Hemos vuelto a las Guerras Frías. Ahora, en plural.
Esta nueva estrategia conlleva cambios. Por un lado, menos guerras de baja intensidad. Pero, también, más peligro de un conflicto a gran escala. Es lo que trata el analista del think tank Brookings Institution en su nuevo libro The Senkaku Paradox (la Paradoka de las Senkaku): ¿qué pasaría si un día se produjera un incidente entre Estados Unidos, Japón y China por las islas Senkaku, cuya soberanía se disputan Tokio y Pekín? ¿Podría una disputa absurda acabar en una guerra atómica? Puede parecer una exageración. Pero la Primera Guerra Mundial empezó por un incidente que nadie pensó que fuera a concluir en un conflicto que causara 17 millones de muertos.