Si la mar se seca, por Leila Tomaselli. Bitacora 31 – Los peces de Tavira
Si la mar se seca
Extracto
Bitácora 31
Los peces de Tavira
…decidme cual es la lengua en que habláis cuando ahí abajo cruzáis las acuáticas aduanas…peces que vivís en esas confundidas aguas, que tan pronto estáis en una orilla como en otra, en gran hermandad de peces que unos a otros sólo se comen por necesidad de hambre y no por enfados de patria.
José Saramago
Antes de descubrir una unión bajo el agua, mi nueva hermana Malena no podía ser más nueva y misteriosa, un fragmento separado del todo.
El vuelo me desembarca en Sevilla donde vienen a recogerme Malena y su esposo, que ni quiero llamarle por su nombre propio. Despreocupados, llegan tarde y apurados, olvidada la hora de diferencia que retrasa el día de Sevilla y que nos espera en la frontera para retomarse a sí misma.
Ese tiempo que nos separa del Algarve, donde viven, huele a tierra mojada, a días nuevos. Cruzamos el puente sobre el Guadiana, la antigua frontera con España. Pienso en Saramago y los peces del Douro, que no es el mismo rio, pero me vale.
—Conocerás a mi suegra, te encantará.
Llueve ahora, como si fuera el ultimo día. Detrás del telón de agua invernal se adivinan los tres mil años de historia de la ciudad encantada de Tavira, la villa fenicia oculta detrás de su puerto natural y antiguo centro en el que atracaban los mercaderes para abastecerse de higos y uvas,
almendras, algarrobas, aceitunas, marisco y sal, piedras preciosas y esclavos. El escándalo que se disputaba a gritos la magnificencia de los productos y la posesión de la tierra aún aturde los muros de cal revestidos de azulejos, un alboroto sinfónico con su delirio de cúpulas y chimeneas árabes, arcos romanos, tejas de barro muy rojo, cruces cristianas enlosadas.
El señor, rebajado de esposo a otras categorías intermedias y finalmente a eso pues, señor, recalca un par de veces que venir a buscarme a Sevilla es poco práctico. Tiene razón, la próxima vez están invitados a venir ellos a mi isla. Espero no haya, el señor, dejado de hacer cosas importantes por cruzar la frontera con España. Y aproveche el viaje para conocer Sevilla, señor, la disfrutaría.
Mi nueva hermana Malena, hallada por un milagro de las redes sociales y súbitamente querida, ondea la cabellera azabache, arquea hacia el sur los ojos moros.
En el umbral, encontramos instalada de esclusa, al lado de una rana naive espanta-ladrones, la suegra de Malena.
—Un placer señora.
—Te conozco, —y eso que aún no he entrado —te he visto tantas veces. Yo era la esposa del director del Banco tal. Conocía bien a tu padre y a tu madre, los he visto en las fiestas oficiales. Pero de lejos.
—Lamento no recordarle, señora.
Una montaña de ravioli hechos a mano, una azulada perra weimaraner de manto brilloso y ojos claros, dos enormes gatos persas esperan a que nos sentemos.
—Se parecen tú y Malena, ¿sabes? —sigue en un siseo continuo la señora, madre del señor, —pero tengo que decirte que tu padre amaba mucho la madre de Malena, mi amiga del alma y vecina. Más que a tu madre.
Excesos verbales. Los animales callan.
Malena se ha mudado a Portugal por el cariño con el que su madre había hablado de ese país y por el amontonamiento de chimeneas que su padre, nuestro padre, le había ilustrado en sueños. De soñar, soñaba gestionar algún día, ahí, en el Algarve, una posada colmada de hijos, animales, huéspedes veganos.
Es un anhelo de los dos, dice convencida.
—No Malena, es un anhelo tuyo que hiciste de los dos. A él le viene bien vivir de tu cuenta bancaria, persiguiendo el anhelo que sea.
No ha sido fácil tejer esta nueva hermandad. Muchos silencios y estallidos de guerra han sonado, hasta aprender el respeto mutuo.
Malena y el señor se conocieron desde las panzas de sus respectivas madres, me confirma la suegra, mientras ellas cotorreaban todas las tardes desde balcones contiguos.
Pero esa incidencia no iba a ser garantía del buen éxito de su unión. Lo podía leer en sus ojos escurridizos, el señor no apreciaba demasiado la nueva confraternidad, esperaba el desgarrón de una pregunta obvia mientras Malena zurcía el tejido desflecado de su vida conyugal.
—Malena, este señor ¿qué hace en la vida? Además de andar pegado de ti, de sacar el perro a hacer pis, cocinar platillos macrobióticos, que si he comido jamón en la calle debo arrepentirme y echarme una ducha purificadora ¿a qué horas trabaja este cristiano?
Miles las justificaciones, ninguna plausible. Si, una. La cuenta en el banco es de Malena.
Y así, de nueva hermana mayor.
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