Si la mar se seca
Extracto
Bitácora 29
El ejercicio de la amistad
Eso que llamamos “yo” es, bien mirado, una construcción narrativa. No somos más que el relato de lo que nos contamos que somos…
Eloy Tizón/Herido leve
Los números también, sospecho, no son otra cosa que símbolos por donde se cuelan las criaturas del aire para soplarnos los secretos del mundo.
Una fecha, que ha quedado aletargada en algún resquicio de la memoria, despierta saltando de las páginas de mi pasaporte. Visa verde, fecha de expedición: 9-11.Se reaviva entonces mi memoria al igual que la de Proust al sumergir en una taza de té y saborear una magdalena. Inesperadamente, se le vinieron en torrentera los recuerdos que finalmente compensaron los afanes de la búsqueda del tiempo perdido que no aparecían en ninguna parte de los siete tomos que llevaba escritos. Una magdalena. Una fecha en el pasaporte.
Puesta a fabular, en un Coffee shop del noroeste de la ciudad, al lado de las ciénagas cuajadas de pájaros y ristras de dientes, nos recibe una exuberancia de cappuccinos, un día de septiembre. Para hacer planes de trabajo. Mi amiga abre documentos, saca papeles donde anotar y calcular. Yo le ofrezco mi creatividad. Si puedo ponerla, seré buena socia.
Mas café, y un ponqué de limón, que sean dos, por favor, que hay mucho de qué hablar.
—¿Dónde estás? —interrumpe por el móvil mi hija que vive a una hora al norte de Miami.
—Con una amiga frente a un frappuccino, haciendo planes de futuro.
—¡Se están desplomando las Torres Gemelas, mami! ¿Qué haces en la calle? Vuelve a casa, por favor — en la voz la urgencia de un mundo en el acto de colapsar.
Esa precipitación nos exige aplazar los planes de futuro y acatar la orden de resguardo como niñas regañadas, libres de toda culpa. No tengo idea de lo que realmente habla Sara hasta que llego apresurada a instalarme frente a la tele.
No es solo lo que las imágenes transmiten, que ya es una enormidad inasumible.
Son las consecuencias que se extenderán por todo el planeta las que producen vértigo. Un nudo en el pecho que no sé. 9-11. Un sello.
A la sombra de números en carne viva también nacen amistades.
De inteligencias opuestas, lógica y legal la suya (lo que peor se me da), nerviosa y brumosa la mía, no es amistad de columpios y piscinadas. Ni de almidones ni de corsés. Se derrama en los salones de un curso de formación, con mi inglés caníbal recién aterrizado y el suyo domado, masticado y digerido. Del que aprendes tras una noche eterna de cuartico inmigratorio y un amanecer liberatorio de permiso permanente. Venimos de islas vecinas y eso basta para hermanar y cruzar de la mano el milenio con sus sobresaltos y tormentas de arena.
Pronto llegaría el tiempo de volar a San Diego, crecida a la orilla de la costa opuesta (y casi en la misma latitud), una mañana de marzo de mucha agua, que siempre encuentro de buen augurio porque enjuaga las penas y desagua la tristeza. Un mes de marzo que como siempre traía novedades, cambios de vestido para el alma nueva. Ella seguía el camino para el que se había entrenado, yo el que rechazaba cualquier trabajo pragmático en favor de uno en el que agitar una plumilla, un lápiz, un color.
Ríos de tiempo, días luminosos y lluvias oceánicas escanciaron contactos para ejercitar el músculo de la amistad y ponernos al día. Alguna rara visita de costa este a costa oeste reverdecía lo vivido hasta el momento y echaba unas semillas para los días futuros.
Vino también el tiempo de España, que lucía como un destino de larga estancia, al que me llevé el alma arropada para las largas noches de invierno.
Y se entregó cada una al cuerpo desnudo de su vida, con sus olas de vaivén, naufragios y ondulaciones (algún fantasma, otros payasos, mucha belleza). Ella se quedó custodiando el sueño de la ciudad desde las fundaciones coralinas de su casa, solida, resistente a toda intemperie, cobijo de generaciones. Las ciudades necesitan de guardianes del tiempo para sentirse seguras. Tal vez por eso.
Que pase el tiempo, sí, pero con nosotras combatiendo adentro. (A. García Ortega)
Se hizo esperar, pero vino el tiempo de volver sobre nuestros pasos –sorpresa para mí, certeza para ella- por los caminos de las ciénagas miameras y de echarnos los cuentos, en absoluto teñidos de la nostalgia que padecen los tristes. Para juntar palabras que parecen nombrar por primera vez lo acontecido.
Con una buena, inocente nevada sobre el cabello, volvemos a los excesos de cappuccinos donde bartenders se disputan la más lograda distorsión de los nombres de sus clientes. Esta vez no miramos al futuro sino al presente.
Fabulas inconclusas de las que seguir escribiéndonos. Si no han sido ni 20 años.
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