Si la mar se seca por Leila Tomaselli – Bitacora 27 Celebración de lo imperfecto
Si la mar se seca
Extracto
Bitácora 27
Celebración de lo imperfecto
Me mostró sus cicatrices. Un fino entramado en los antebrazos y la espalda. Parecía transportar un árbol. Luego el vio las mías. Nos sentimos livianos, un poco feos y muy bellos. Dos supervivientes.
Andrés Neuman, Fractura
Es reflexión que nace de la lectura, que digo lectura, inmersión en las vísceras del señor Watanabe, anciano personaje literario (Fractura/Andrés Neuman) superviviente directo de Hiroshima, donde perdió a su padre, e indirecto de Nagasaki, donde perdió al resto de su familia.
Protegido por un milagroso murito del color del oro y del sol, el señor Watanabe se pregunta por qué es hombre vivo cuando debería estar muerto. Un hombre que no habla de su pasado ni de las cicatrices que lleva tatuadas en su espalda, un hombre cuya vida corre en dirección opuesta a una memoria inasumible. Hasta el accidente de la central nuclear de Fukushima, que reactiva, décadas más tarde, la herida nunca sanada. Un viaje catártico al epicentro de la zona cero, por la que deambula con su propia precaria soledad por el dolor y la ruina, le hará recuperar las estalladas piezas de su memoria, su particular kintsugi.
No son literarios los ruinosos molinos de viento, recuperados en la belleza de la fotografía. Orgullosas palas veteranas, que dejaron su sombra en los trigales y siguen defendiendo la campiña de fantasmas muy antiguos, naufragan en el viento irreverente y azaroso que arrasa con la historia de una sola ráfaga, cambia la cara de los pueblos, destierra sus despojos, hechiza al fotógrafo que sabe leer, en el desgaste y la decadencia de sus hilachas, senderos, venas por donde corre la savia de sus relatos, imperfecciones y rajaduras de las que nace una belleza esencial e imperfecta. Supervivientes.
Ni son de ficción los personajes de Agnés Varda, la súper abuela de la nueva ola del cine francés y del fotógrafo “clandestino”. Recorrieron Francia deteniéndose en diversos pueblos de la provincia para compartir vivencias con los pobladores. Rindieron homenaje a sus personajes con fotografías cuya gigantografia tapiza altos muros, fábricas, paredes y techos. Expuestas y celebradas quedan historias con fracturas y dignidades reparadas, llenas de conmoción compartida con viejos muros decadentes que han sido llevados a una nueva vida, un nuevo centro de la historia en el documental “Visages Villages”.
La calle es la galería más grande del mundo, creen.
Kintsugi (carpintería de oro) nombran los japoneses a esa nueva vida, nueva belleza y dignidad de cosas y personas desde que un tan ineficaz Shogun Kiotense como gran patrono de las artes enviara a China dos de sus tazones favoritos para ser reparados.
Las toscas grapas de metal que remendaron groseramente los fragmentos fueron tan de su desagrado que los maltratados tazones fueron a parar a manos de finísimos artesanos japoneses que cubrieron con polvo de oro las grietas, convirtiendo en arte los restos fracturados.
Hay una grieta en todo, así es como entra la luz
― Leonard Cohen
Es una mirada de ningún lugar y de todos los lugares la que conecta con la cultura japonesa, su lentitud, su simbolismo, su sabiduría que desagravia con polvos de oro o de plata los incidentes dolorosos y la historia de los objetos y convierte las heridas en otra forma de belleza, aceptándolas como una raya luminosa en la piel del tigre (que no es la misma piel de aquel dicho “¿qué es una raya más para un tigre?”).
La muda sencillez de la huella de unos labios rojos en la taza exalta la belleza lenta. Pictórica. Austera. El sabor de cada cosa por separado, el suspiro del roce de la seda.
Y es como escuchar el silencio de los que bailan, inmóviles, una música.
El espíritu del Kintsugi asciende o desciende de la transitoriedad de la belleza, impermanente e imperfecta, del wabi, quietud, simpleza –sabi, belleza, serenidad que aparece cuando el insostenible peso de la levedad evidencia el desgaste y apariencia.
Arrugas, cicatrices esculpidas por los vientos huracanados, garabatos de grietas, ráfagas de viento benévolo en forma de anécdotas suspiradas, el mundo nos rompe a todos y a algunos les hace más fuertes en los lugares rotos (Ernest Hemingway).
Y siguen sintiéndose completos, (ese gesto de los calvos de peinarse).
Todo aquello que se cree perdurable, resulta de una fragilidad quebradiza, sospecho.
Si la mar se seca
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