Fuente: https://www.elnuevoherald.com
Con una cámara del Congreso en manos de cada partido, las elecciones legislativas en EEUU apuntaron a una profundización de las divisiones que espoleó el ascenso al poder del presidente, Donald Trump, que ha contribuido a ahondar esa brecha con su estilo de Gobierno.
Trump convirtió los comicios de medio mandato en un referéndum sobre su Presidencia, pidiendo a su base que imaginara que estaba votando por él, y el resultado de ese plebiscito fue aparentemente contradictorio: los republicanos mantuvieron el control del Senado, pero los demócratas tomaron las riendas de la Cámara Baja.
“Un tremendo éxito esta noche. ¡Gracias a todos!”, fue la reacción de Trump, en su cuenta oficial de Twitter.
El mandatario confesó este fin de semana que su prioridad en las legislativas era retener el control del Senado, una cámara que considera clave para impulsar sus prioridades legislativas y sacar adelante a los nominados para su gabinete y para puestos judiciales, que solo requieren la aprobación de ese hemiciclo.
Haber cumplido ese objetivo -con pequeños bonus como la victoria en la gobernación de Florida de su aliado Ron DeSantis- pareció satisfacer a Trump, pero la nueva mayoría demócrata en la Cámara de Representantes supone una notable barrera a su programa político que promete darle muchos dolores de cabeza.
El resultado de los comicios fue, en parte, un mero reflejo de dinámicas geográficas: los escaños clave en la Cámara Baja se disputaban en zonas suburbanas donde Trump es impopular, mientras que la mayoría de los 35 asientos en juego en el Senado se jugaban en áreas rurales que el presidente ganó en 2016.
Aunque los comicios supusieron una clara victoria para los demócratas, la “marea azul” de la que tanto habló la oposición durante casi dos años se quedó a medias, y la alta participación no evitó que las urnas volvieran a reflejar, como ya hicieron hace dos años, la profunda polarización en el país.
“Las pautas generales de votación en la Cámara Baja y el Senado, así como las encuestas a pie de urna, fueron señales de que las diferencias y divisiones que han definido el país durante la Presidencia de Trump continúan, y parecen fortalecerse”, escribió hoy un columnista del Washington Post, Dan Balz.
“Eso sienta las bases para unas elecciones presidenciales muy competitivas dentro de dos años”, en las que Trump buscará la reelección, añadió el analista.
Los demócratas “no han superado” aún la victoria de Trump en las elecciones presidenciales de 2016, en palabras de Susan Glasser, analista del New Yorker, y muchos de ellos esperaban que los comicios legislativos borraran como por arte de magia la imagen oscura que tienen desde hace dos años sobre su país.
Ese vacío no pudo llenarse en las urnas, pero la oposición a Trump logró un altavoz más potente para su resistencia con el control de la Cámara Baja, además de victorias para la gobernación en dos estados que en 2016 fueron claves para la elección de Trump: Michigan y Pensilvania.
Por su parte, los republicanos se han ligado irremediablemente en esta campaña al estilo de Trump, que ha dominado la contienda con su discurso alarmista sobre inmigración y con mentiras sobre la caravana de centroamericanos y los planes de los demócratas.
Ambos partidos deberán hacer examen de conciencia antes de que el nuevo Congreso tome posesión en enero, pero es improbable que el presidente se sume a ese ejercicio, como sí hicieron George W. Bush y Barack Obama durante sus derrotas en las legislativas de 2006 y 2010, respectivamente.
“Trump no asumirá ninguna responsabilidad si su partido pierde las mayoría en la Cámara Baja. Para él, ganar siempre es cosa suya, perder nunca se trata de él”, dijo la semana pasada a Efe un experto en política presidencial en la Universidad de Albany, Bruce Miroff.