Sección: “Si la Mar se seca por Leila Tomaselli
Si la mar se seca
Extracto
Bitácora 20
La Catedral del Mar
Me parecían costumbres medievales las de obligarme a hacerle reverencias a las visitas. Algo tendría el medioevo que me hacía ruido en el alma. Una premonición, tal vez.
El torrente del tiempo me trajo hasta estos muros de piedra y vuelvo a cuestionarme la edad media desde el futuro.
A los muros baleáricos de piedra de marés, anchos y arenosos le han biselado los cantos, donde aristas y prominencias encuentran los cruces de callejuelas, para agilizar el paso de caballos y carrozas. Pruebas del paso de miles de almas de tres religiones por los carrers adoquinados, el calco de una mano, figuras de moros, vírgenes, nombres de bocacalle cocidos en mayólica. El casco antiguo, guarida de ángeles baratos e irredentos en otras épocas, ha recuperado su dignidad urbana, ha sido declarado patrimonio de nuestra historia y es protegido por leyes de conservación.
Si extendiera la mano casi podría alcanzar una estantería abandonada en el ático de un edificio medieval (gemelo de este desde donde observo, pero sin rehabilitar), áspero, crudo, adicto al polvo como el set olvidado de algún film, atraparía algún libro antiguo y desecado, el que quisiera, que hablara de historias de mujeres que escriben con seudónimos de hombre, de relatos siniestros y grotescos, deshojados por el viento y salpicados de excremento de paloma despectiva. Una enorme prensa de madera puesta de pie, rueda de la tortura tal vez, con su complejo sistema de poleas y sogas deshilachadas, trae imágenes de algún cristiano atirantado cabeza abajo. No hay ventanas que filtren o contengan los secretos ahí guardados. De noche me resguardo detrás de cortinas de algodón y neblina que borran el mundo, para que los misterios no puedan alcanzarme.
En el histórico silencio, una pesadumbre zigzaguea como anguila, ¿No colisiona el valor de los muros antiguos que rehabilitamos con la memoria de antiguos agravios? No siempre son testigo de nuestra mejor parte, aunque siempre hubo buenos hombres y buenas mujeres y siempre habrá.
Si el año 2.000 fue de angustias para algunos, el año 1.000 lo fue aún más, agravadas por la falta de experiencia de nuestra joven civilización. Y es que 1.000 años (se dice pronto) dan para muchas intrigas, hambrunas, revueltas y creencias, desde la caída del imperio romano, cuando se juraba que la tierra era llana y repleta de monstruos marinos, hasta el descubrimiento de América, cuando se reveló su redondez, sin monstruos ni cataratas infinitas.
En aquel universo de violencia y desesperado intento de control de las masas (¿qué mejor que el miedo?), cuando las noches reducían el mundo a la luz anémica de una vela y cada amanecer era una nueva guerra contra la jauría llamada prójimo para frenar los abusos de reyes y nobles de quienes los campesinos eran siervos, no le quedó más remedio al alma que construir catedrales para mirar al cielo y dialogar con Dios. Y con la Virgen María por cuyo amor, no del clero ni de los reyes, sino del pueblo, se levantó la Catedral del Mar. Y así luce.
No fueron distintos los señores feudales de la sociedad medieval barcelonesa.
Siglo XIV. Bajo la Corona de Aragón, llega a la Ciudad Condal, con su hijo Arnau en brazos, Bernat Estanyol, escapando de los abusos de un señor feudal. La próspera Barcelona se ha extendido hacia la Ribera, un humilde barrio de pescadores, en el que el pueblo ha iniciado, con donaciones de las cofradías, la construcción de la iglesia de Santa María del Mar.
De la sufrida vida de palafrenero, estibador y soldado, testigo de maltrato hacia las mujeres, objeto de servidumbre sexual y derecho de pernada (ius primae noctis), vendidas, prostituidas, obligadas a cauterizar sus heridas para seguir viviendo, hasta la vida holgada como cambista, Arnau no sería el personaje que es sin haber aprendido del padre la dignidad de los hombres buenos.
Y sí, se enfrentará a la cara más insondable e irrecordable de la Inquisición
Una serie merecedora de aplausos por haber echado un poco más de luz sobre la periferia de nuestra historia, por mostrar la cruz de una sociedad en la que la vida y la muerte mezclaban sus sombras, la acechanza de la desgracia siempre presente, cuando la lluvia era diluvio bíblico, el sol una hoguera, el silencio un vacío universal, el control religioso una inquisición, los apestados ramas secas para tirar a la carreta. Y la introspección desterrada. Demasiado había que prodigarse para sobrevivir.
Una serie “sucia”, de explicita brutalidad, instintos en libertad de animales de bellota, humanos y no. “El que no quiera mirar, que no mire” advierte la Producción, que solo se ampara en el retrato veraz de una España y un mundo lleno de brutalidad y crudeza descrito por Falcones, del que se ha adaptado esta superproducción.
En el trasfondo histórico, la peste bubónica, que asoló todo el Mediterráneo reduciendo la población a la mitad y el feudalismo, que perdió fuerza tras malas cosechas (y porque la historia avanza y tiende al equilibrio), desembocaron en la migración del mundo rural hacia las ciudades, para inaugurar la nueva clase social de la burguesía, hecha de artesanos y mercaderes. El paso áspero y brusco del campesino, como su vestimenta gris tordo, se transformó en el paso más pulido del artesano y las calles de Barcelona olieron a pan, a hierro forjado, a madera aserrada.
Las paredes baleáricas también me regalaron sorpresas. Venía no sé si del pasado o del futuro. Había perdido la capacidad de asombro, confesaba Francisco, con su nombre de Asís, le había atormentado una sensación de culpabilidad, una conciencia de débito. Y creyó verse inquisidor. En lágrimas confesaba que él no lo había hecho por placer sino por obedecer órdenes. Dijo que ese llanto liberador le ayudaría a vivir mejor ahora que quería ser un buen hombre.
Me pregunto si yo también vengo del futuro o del pasado porque me da carraspera pronunciar la palabra edad media, el periodo más largo de la historia, en el que cabe la mejor y la peor cara de nuestra civilización. Mientras los campesinos se transformaban en artesanos, nobleza y clero levantaba ciudades amuralladas torreones, bastiones, fosos, barbacanas, la Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba.
Ya fue. Ahora a recoger los guijarros y guardarlos como patrimonio de nuestra historia.
Si la mar se seca
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