Si la mar se seca
Extracto
Bitácora 19
Gemelos
El mundo hace tic tac y no es el dictador que se va ni el tiempo que se acaba, es la luz y la oscuridad, la duplicidad de los gemelos, lo real y lo fantástico, la fortuna y la desventura, el ir y venir, los normales y los raros. Aunque lo extraño y lo anómalo solo sea una categoría conveniente para dejar a alguien al otro lado, sospecho. De la presencia de estos personajes que buscan refugio en una encrucijada, de los músicos y los poetas, de los que viven al margen, de los heridos y esquinados, a los que me gusta ofrecer un guión para convertirlos en una celebración de belleza, nace la ficción.
No tengo afición por la oscuridad, el horror y el terror, ni por los monstruos y sus monstruosidades, los vampiros y sus aficiones, los dueños de circo y sus animales, la sangre inútil (ni siquiera la útil), solo tengo los ojos dispuestos para la chispa que ilumina el secreto, el instante de alumbramiento, el rayo de luz que atraviesa el cristal de la realidad y crea la maravilla.
Y la realidad es alucinación suficiente como para extraer cualquier guión de vida.
Tomar las vivencias propias como combustible, las anécdotas familiares, el rumor del pueblo, lo que nos han contado, las palabras robadas en la calle que echan luz sobre un cacho de vida, lo que no se vivió ni se contó pero sucedió, lo que se contó y no sucedió, las reflexiones, las circunvalaciones concéntricas que desdibujan las barreras entre realidad y ficción y rociarlas de lo fantástico. A eso le llaman autoficción.
(Foto de Isidora Bailly)
La autobiografía es otra de las tantas posibilidades de ficción, con su ritmo distinto, su propia musicalidad, su desnudez y su intimidad hecha de fragmentos de vida, expuestos en carne viva.
Fellini dejó dicho que todo es autobiográfico, también la ficción, ya que todo sale de la experiencia personal. Y Picasso reinventó el mundo aplicando unas leyes distintas, sus propias leyes de geometría pura.
Y cruzaron el cristal como rayos de luz.
La mayoría de nuestras certezas, casi todo lo que sabemos del mundo se lo debemos a ojos y orejas prestados, finalmente tanta literatura sólo sirve para darnos cuenta de que no tenemos idea de nada. Pero podemos confiar en las emociones que nos produce. Con suerte.
Talvez sea un poco géminis porque los ojos con los que miro el mundo buscan la pareja, su doble, el gemelo, el tic tac del mundo, el alter ego, la réplica, el espejo en el que ser dos (un gemelo hasta podría vivir dentro de uno, así dicen).
No todos los gemelos.
Foto de Frieke Janssens
Víctor toca el sax tenor, tiene barba blanca y tez morena. Su voz tiene el tono lento y pegajoso de un entusiasmo demacrado, de haber sido sorprendido por una larga lluvia de renuncias. Su hermano gemelo no, Paul, hasta el nombre lo dice, es blanco.
Los gemelos nacieron con el cordón umbilical de uno enrollado en el cuello del otro. Tras unos días de tribulación por la confusión de colores, el padre lloró un poco, la madre los exhibió con orgullo. Por algún don innato, podía vislumbrar relámpagos de futuro en los ojos de sus hijos, pero su amor materno la preservó del dolor de ver como Víctor quedaría rezagado.
Les vistió idénticos y con sacrificio extremo le entregó un sax a cada uno para resaltar la sinonimia. Pero Paul era el que sonreía en las fotos, Víctor tenía siempre la mirada como si volviera de una pesadilla. Además, tenía una herida que Paul no tenía, una bala perdida le rasgó el muslo y le cortó de cuajo la mitad de su hombría y es abstemio, un voto que prometió y no supo mantener desde que la bala perdida le perdonara la vida dejándole estéril.
Tras unos primeros estudios en la escuela de música, Víctor y Paul (Pol, insistía la madre, se pronuncia Pol) han sido autodidactas.
Crecieron simétricos y disciplinados, llegaron a tocar en algunos bares de la ciudad, hasta que Paul desgarró la geometría al irse de casa en busca de un destino mayor. Ahora vive lejos, hace vida holgada, su sax suena por la radio. Antes de que la bisectriz partiera en dos el grumo bicolor que eran los gemelos, murió la madre con su sueño de gloria musical intacto.
Víctor prodiga su música jazz por las calles, devorado por lo absurdo de su vida. A la mujer y a su hija, aunque es como si fuera propia, no les alcanzó el ánimo para acompañarle en su vida realenga. Una mujer a la que había querido mucho pero el eco de los te quiero había durado solo unas 4 primaveras.
Víctor ha soñado con ser algún día tan bueno como Coleman Hawkins, (uno espera tener una vida prodigiosa para darle sentido trascendente), pero le han faltado ocasiones, dice, en sus notas asordinadas y pudorosas esta la tristeza por no haber sabido coger la vida por los cachos, atrapar las puntas del sueño. Tal vez sea porque su hermano se ha asegurado todo el cupo de la suerte familiar.
Al llegar una madrugada como perro mojado de una noche de lluvia fina y mucho vagabundeo en el reverso del alcohol y de la música (¿pero no era abstemio? Para Víctor la sobriedad solo incluye el vino, el resto de alcoholes está altamente permitido), con un cansancio antiguo que lo obliga a andar encorvado y engullido por espejos nocturnos y ángeles baratos, su ex mujer está esperándole en la puerta de casa y le pide que por favor cuide a la hija que acaba de salir de terapia porque sufre de bulimia o anorexia, algo así.
Ante tan extrema delgadez y palidez, la piel nacarada y llena de dudas y vacíos, Víctor se baja las mangas de la camisa para esconder sus propias muñecas vendadas.
Mientras se dirigen a la playa con un coche prestado y el sax enfundado, la radio difunde las notas de Paul. La chica pregunta entonces por el tío y Víctor se hunde en su catástrofe emotiva adjudicándose toda la mala suerte por haber sido, de los dos, Víctor y no Paul.
De pie en la orilla de la playa, imaginando cuantas cosas trascendentes podían estar ocurriendo en ese preciso instante en cualquier rincón del mundo que se estaba perdiendo, seguro de que podría haber sido más feliz viviendo otra vida, bendice tener por lo menos un destino en el que naufragar.
Sentada a sus pies al lado de la funda del sax, la mirada de la chica cae sobre las muñecas heridas, pregunta con los ojos. Víctor elude la respuesta arrojándose al mar.
Aburrida, la chica abre la funda, el sax brilla tanto como la vida de Víctor es opaca. Al acariciar el metal y sentir el espeso caudal de la música, asoma en la comisura de los labios anémicos el inicio de una sonrisa. Víctor ha desparecido bajo el agua hace minutos ya, entra la chica al mar vestida y asustada cuando finalmente sube a flote.
Sonríe la niña de nácar.
Si la mar se seca
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