El trumpismo llega a su primera gran cita electoral dentro de dos meses. Será el 6 de noviembre. Ese día, los estadounidenses eligen a 35 de los 100 senadores, a los 435 miembros de la Cámara de Representantes, y a 36 de los 50 gobernadores del país. Son las elecciones de ‘mitad de mandato’ (‘midterm’), y la primera cita electoral a nivel nacional a la que se enfrenta la primera potencia mundial desde 2016.
El funeral de John McCain ha sido también el del Partido Republicano. Incluso ha caído en una época simbólica: hoy lunes es el Día del Trabajo en EEUU, la fecha con la que termina oficiosamente el período de vacaciones estival. Y a partir de mañana empieza, en la práctica, la campaña para las elecciones al Congreso. El entierro de McCain en lo que se llama «el fin de semana del Día del Trabajo» y el lanzamiento de la campaña marcan, así pues, el cambio definitivo del Partido Republicano.
Quien pensó hace dos años que estaba asistiendo a un fenómeno aislado, que le dé otra vuelta a la idea. Las elecciones de noviembre de 2018 son una versión reforzada de las de hace dos años. Donald Trump, el outsider sin experiencia en política, ha fagocitado al partido cuyos líderes, con más resignación que entusiasmo, tuvieron que permitirle convertirse en su candidato.
Así lo dijo el republicano John Boehner, ex presidente de la Cámara de Representantes, el 31 de mayo: «No hay Partido Republicano. Hay un Partido de Trump. El Partido Republicano está como echándose la siesta en algún sitio». El respaldo de los simpatizantes del partido a Trump es absoluto. Desde el 1 de junio hasta el viernes, ese partido ha celebrado 30 primarias. El sucesor de Boehner, Paul Ryan, no se presenta a la reelección en noviembre. El Partido Republicano ha abrazado elrechazo a la inmigración y al libre comercio, y ha adoptado una retórica guerracivilista reflejada en la camiseta que llevaban dos jubilados en un mitin de Trump recientemente: «Mejor rusos que demócratas».
Y, entretanto, el Partido Demócrata revive la fractura de 2016, solo que esta vez llevada a guerra civil abierta: centristas -en la línea de Hillary Clinton- contra socialdemócratas, que a su vez están apadrinados por el rival de ésta en las primarias, el autoproclamado ‘demócrata socialista’Bernie Sanders.
Los republicanos tienen más poder que ningún partido desde hace medio siglo. Controlan la Presidencia, el Senado, la Cámara de Representantes, y el Tribunal Supremo. Suyos son dos tercios de los Congresos de los estados, y dos tercios de los puestos de gobernadores. «Si logran dos más en noviembre, estarían en condiciones de convocar lo que se llama una Convención Constitucional y reformar la Carta Magna de Estados Unidos», explica en una conversación telefónica el profesor de la Universidad de Columbia Mark Lilla, autor del libro ‘El Regreso Liberal. Más allá de la política de identidad’, publicado por Debate.
A falta de poco más de 60 días para las elecciones, todo indica que ése no va a ser el caso. Los republicanos pueden perder varios estados e, incluso, la Cámara de Representantes, donde los demócratas van siete puntos por delante en las encuestas. De hecho, deberían perder en ese cuerpo legislativo si no hubieran modificado los distritos electorales tras su victoria de 2010 para mantener la mayoría aunque pierdan las elecciones algo que, de hecho, ya pasó en 2012.
Los republicanos serán pocos. Pero están unidos. Justo lo contrario que los demócratas, que están partidos en dos. Por un lado, los centristas que mandan en partido, como el senador neoyorkino Chuck Schumer, que dirige el grupo demócrata en el Senado, y la representante californiana Nancy Pelosi, que tiene el mismo cargo en la Cámara. Por otro, una serie de candidatos de izquierdas cuyo ejemplo más claro es la neoyorkina Alexandria Ocasio-Cortez. Con 29 años y sin experiencia en política, Ocasio-Cortez ha derrotado en las Primarias a la Cámara a Joe Crowley, que llevaba en el Congreso 19 años y era uno de los candidatos a suceder a Pelosi que, aunque no quiere ni hablar de su retirada, no puede ocultar que en marzo cumplió 78 años.
Al ganar la nominación, Ocasio-Cortez, que participó en un acto con la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, durante la visita de ésta a Nueva York en julio, se marcó un tanto similar al logrado en 2014 en el Partido Republicano Dave Brat cuando derrotó contra todo pronóstico al ‘número dos’ de esa formación en la Cámara, el ultraliberal Eric Cantor.
El triunfo del evangélico Brat -sin experiencia, sin recursos, sin apenas campaña digna de tal nombre- fue una señal de que la era de los Boehner y Ryan estaba llegando a su fin, y que el partido estaba girando a la derecha, abandonando el liberalismo, y acercándose al populismo. Ahora, es tentador ver un fenómeno similar en las victorias de candidatos en la línea de Ocasio-Cortez, que propugnan subir los impuestos al 1% más rico de la población y crear un sistema de asistencia sanitaria público similar al europeo.
La diferencia, sin embargo, es que el Partido Demócrata es mucho más heterogéneo que el Republicano. Sus votantes son, por un lado, minorías raciales que ocupan los estratos más bajos de la sociedad, y, por otro, personas con el nivel educativo más alto. También hay mujeres, y afroamericanos, hispanos y asiáticos que no destacan por el feminismo de sus culturas. Y urbanistas de izquierdas con candidatos rurales de derechas. Juntar todos esos grupos bajo una bandera es complicado. Y, más aún, lograr que ese cóctel sea efectivo políticamente.
El mejor ejemplo de ello es el de la rival demócrata de Brat. Se llama Abigail Spanbergery ha conseguido lo imposible: poner la reelección del republicano en serio peligro. Pero Spanberger -aparte de ser mujer, como Ocasio-Cortez- es la antítesis de la neoyorkina. Es una ex agente secreta de la CIA, y, para los parámetros de Sanders y sus acólitos, una conservadora. ¿Podrían trabajar juntos personalidades tan opuestas desde todos los puntos de vista como Spanberger con Ocasio-Cortez? La respuesta, a partir el 6 de noviembre.