Sección “Si la Mar se seca”, por Leila Tomaselli
«Si la mar se seca»
Bitácora 14
Desembocar en Miami. De nuevo.
Si escribo que puedo volar, entonces comienzo a percibir el viento bajo las alas (Eloy Tizón) Convertirse en lo que se ama.
Desembocar en Miami como el rio Orinoco desemboca en el golfo de Paria, con sus arrastres, mis cicatrices (por lo menos dos) y el recorrido andado, que una vez vivido, ya no puede olvidarse.
Sentir mareo por la aventura que viene, que es como estar en el tren que parte sin retorno y a la vez en el andén mirando el tren que se va conmigo adentro.
Entré y salí de vidas ajenas y de la mía, me quedé en algunas porque no sabía cómo no quedarme, me fugué de la lluvia al sol, de la luna a las tempestades de arena, de la nieve que sobrecarga los pinos a los muros mallorquines, ¿y si fueran distintas vidas empalmadas una con otra, como vagones de un tren, las que uno vive?
Tal vez vivir sea eso, fugarse a otras vidas, hacerse pasar por otro, perderse en el laberinto de los espejos que reflejan mil veces el doble.
Llevaré mi pluma para escribir la vida de otros, adivinada por su expresión, su aroma, su color de ojos, o zapatos, como hacía mi madre. ¿Para sentir el vértigo de otras vidas o para comparar la propia con la ajena?
Los actores también se meten bajo la piel de otros y viven distintas vidas aun quedándose en la propia. No debería estar permitido calzarse otra vida antes de abandonar la propia, escuché decir, pero no somos así de fieles a nosotros mismos. Y por no poder mudarnos de una vida a la otra de cuerpo entero, soñamos con las ajenas para entrar en sus emociones, saborear la posibilidad que tiene cada una de ser muchas otras, porque con una no nos alcanza.
Aunque la vida no es lo que nos han dicho que era, sospecho. Para empezar, nunca nos hablaron del alma que quien sabe si se encuentra a medio camino entre la cabeza y el corazón o en alguna otra zona imprecisa. Te esfuerzas por darle una arquitectura a tu vida con arcos y curvaturas, pero ¿cuál será el nombre de mi alma?
A mitad del verano, cuando la ciudad está en pausa, el alma también lo está. Han dejado el alma en casa, quien sabe si la han lavado y planchado antes de salir de vacaciones y colgado a secar para volver a ponérsela de regreso, es posible que les quede grande para entonces, pero nunca rasgada. Ni para dormir me la quiero quitar, como hacía de pequeña con los zapatos nuevos.
Me llevaré el alma a Miami. Sin intermitencias estacionales y vestida de blanco para conjurar la buena ventura y el llanto únicamente dentro de la carcajada.
Y dejaremos para el invierno las palabras de lluvia y las añoranzas expuestas al nombre de los meses, porque allá octubre no tiene hojas muertas ni noviembre charcos como espejos.
Resquicios de futuro cercano muestran guijarros dispersos, aún sin cuentos. Pero crecí en la certeza de que donde hay mar, hay nuevas historias. Y si no, echaremos mano de nuestra partenopea tragicomicidad. Sobresale un guijarro entre todos, me muestra en la ventana extrañando allá mientras estoy aquí y aquí mientras estoy allá.
Sé que no encontraré un refugio como éste de Palma, rodeado de recortes de cielo y antiguas paredes de piedra.
Sé que no encontraré edificios medievales con sus muros encorvados por el peso de aciertos y vergüenzas.
Sé que no encontraré la luz mediterránea de ámbar tumultuoso.
Sé que no encontraré mariscos rojos en el mercado.
Pero sé que encontraré mi pedazo de familia que se quedó, mientras yo buscaba mundos en los cascos antiguos de Europa, a cuidar las palmeras, a esperar que la mata de mango diera sus frutos, las lluvias torrenciales amainaran, el almendrón sacara cada día su nueva hoja.
Sé que encontraré la luz caribeña, la anulación de la sombra, el mechón de las palmeras que disloca la nuca por buscarle la altura.
Sé que encontraré viejos amigos y amigos viejos que han andado otros caminos, exilados de todo el mundo, en su nueva luz aséptica y azul, con sus sueños de volver a pisar la muralla de Toledo. Preguntarán por los muros viejos de Palma y les contaré historias de fugas y amores desafortunados, fantasmas y farolas de luz almibarada.
Habré llegado tras un paseo por la vida y sé que encontraré calles anegadas de huracanes, no de otoños, una vida vertical y vértigos de luces.
Escucharé nuevas historias de exilios, de mareas humanas desplazadas de sus raíces, de llegadas y partidas, nuevas vidas y viejas muertes. Esta vez no serán de Cuba.
Y de ancianos que se han ido, como mi padre, sin memoria. Él también hubiera querido una flamante vida a estrenar.
Me la llevaré. Me llevaré la memoria para desenredar la madeja de mi biografía, en caso se vuelva difusa y construir sobre ella nuevos recuerdos, con el hilo de Ariadna en mano por si me pierdo en mi propio laberinto, habitado por otros rompecabezas, incendios forestales y catástrofes de luces.
Atesoraré la belleza, capturaré retales de vida, recordaré la grotesca historia de la joven mujer cejona, que tan espesas tenía las cejas y tan oscuras que le apagaban la mirada y parecía que se daban la mano sobre la nariz. No había tenido nunca novio. Pero bastó que un extranjero viniera a enamorarse y querer casarse con ella, para que otros hombres y mujeres empezaran a ver su belleza. Y la propia. Eso, sin contar la inteligencia, claro.
Volveré de vez en cuando a la isla del día después para extrañar desde ahí, achinando los ojos en la ventana, el mechón de las palmeras.
Despertaré en lugares que a veces son Miami y a veces Mallorca, porque a ningún sueño le hace falta ser coherente.
Habré perdido el ayer. Lo habré derramado al otro lado de los meridianos donde pertenece, talvez. ¡La isla en la que estaré despertando no será la isla de un día, sino la del día siguiente! Entonces no habré llegado a la isla. Habré abordado un avión un día, cuando en esta isla era otro día. No será la misma isla. Se me habrán quedado esas horas entre arrugas, habré perdido mi ayer. Se habrá plegado el tiempo como masa de hojaldre.
Deberé tirar al mar los relojes para borrar el tiempo y así no podrá confundirme.
Por suerte habré alcanzado la isla para detener la horrible andadura de su propio mañana. (U. Eco)
Si la mar se seca
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