Sección “Storytelling a la Carta, por Luisa Himiob”
DESDE EL LUGAR DE LAS MEMORIAS DORMIDAS 2/3
De un tiempo para acá reflexiono sobre la mayor o menor facilidad que algunos tenemos para aceptar los cambios bruscos e imprevisibles de la vida. A veces son positivos, otras veces no tanto. ¿Qué nos impulsa a abrazar los cambios o a rechazarlos? La situación actual del país ha forzado a los venezolanos a cultivar ese rasgo en aras de su propia supervivencia. Pero acaso el ánimo de “buscarle la vuelta” a esos giros inesperados de timón, ¿no es algo inherente a su personalidad? ¿Será el resultado de convivir con una naturaleza tan exuberante? ¿Tendrá que ver con los largos kilómetros de costa caribeña y un mar de aguas perennemente templadas?¿O simplemente se deba a la relativa juventud del país en comparación con otros? Con frecuencia esta habilidad se confunde con la improvisación, la inmediatez y el facilismo producto de una tierra dotada de grandes riquezas naturales. Pero no siempre es así. Santos Fermín es un campesino, hijo de campesinos, marcado por las costumbres, mitos y supersticiones locales. Su destino parecía estar trazado de antemano; un continuum de trabajo de campo con un futuro limitado a su condición y a los confines de la hacienda Tres Ríos …hasta que las Moiras jugaron a cambiarlo sin previo aviso, de la misma manera como llegan y se van los chubascos en esa vasta tierra guayanesa.
la Gran Sabana
fotografía: María Susana Himiob
Después de la tormenta
…El hombre que salió de la hacienda aquella tarde no era el mismo que había entrado una escasa hora antes a visitar a su amigo y patrón. Sus pies lo llevaron por un camino ya conocido. A cada paso la tierra seca, que no había visto la lluvia desde aquella terrible noche en el pueblo, se levantaba y cubría con colores ocres las botas de Santos.
Se sentó a cielo abierto sobre la margen del río que siempre había considerado “la de los Fermín”. Los Blanco tenían su trozo y ellos el suyo, al menos así lo había pensado ….hasta hoy. Santos se miró las manos, eran distintas a las de su padre y sin embargo ambos tenían las palmas callosas del trabajo de campo.
A lo lejos, se veía la casona de la hacienda y más allá la pequeña casa de sus padres, donde él había nacido y crecido. El ofrecimiento de Claudio de pasar a su nombre acciones de la empresa Tres Ríos lo había tomado por sorpresa. Le costaba pensar que sería, con mucho o poco, codueño de una tierra que había visto el sudor de los suyos desde “la ribera de los Fermín”.
Levantó la mirada y se vio pequeño ante los designios de un destino que trató de comprender y asimilar. La tarde empezaba a caer y el cielo jugaba con tonos dorados y rosados. Se entremezclaban y seguirían en su danza hasta desaparecer del todo, hasta que en su lugar la noche guayanesa reclamase su espacio…
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