Sección “Storytelling a la carta, por Luisa Himiob” –
Osman, sultán, ingeniero y activista
Salimos de Estambul rumbo a Ankara, centro de gobierno y ciudad moderna, para luego continuar hacia Capadocia, Izmir y Éfeso. Ankara no tiene la magia de Estambul pero es una ciudad no exenta de contrastes. Al lado de sus industrias high-tech y el imponente Anitkabir, mausoleo construido en honor de Kemal Atatürk, encuentras restos arqueológicos de los imperios helénicos, romanos, bizantinos y otomanos, conviven en igual importancia con los adelantos modernos.
Camino a Capadocia paramos en una fábrica de alfombras donde las sedas y colores de una tradición milenaria reflejan la cultura, arte y costumbres turcas. En una habitación no demasiado grande, varias mujeres tejen en telares manuales, mientras otras trabajan en el delicado y minucioso proceso de la seda.
Los refugios subterráneos de Capadocia son testigo de las diferentes civilizaciones que se asentaron en esta región de Anatolia Central, desde 6200 a.C hasta el s.XI. Los ojos atemporales de las Hoodoos o Chimeneas de las Hadas me acompañan a lo largo de este extraordinario “paisaje lunar”.
Los turcos hablan de “Izmir, la hermosa” como el sitio de la primera ciudad de Troya, del lugar de nacimiento de Homero, de la última morada de la Virgen María… Su puerto de gran actividad comercial, al caer la tarde nos invita a compartir su intimidad.
La humilde casa donde la Virgen María pasó sus últimos años me ofrece unos momentos de recogimiento y hacer un alto en una gira marcada por los viajes en avión, los largos trechos de carretera y las múltiples visitas a personalidades turcas.
Me cuesta asimilar el tránsito, en un mismo día, del sosiego anterior a la magnitud de la antigua ciudad-estado de Éfeso. Presiento el eco de los pasos de Alejandro Magno al desfilar por sus calles, espacios que también pertenecieron a la cotidianidad de los emperadores Augusto, Constantino, Justiniano o Adriano.
Fotografías: Luisa Himiob
Lo antiguo y lo actual conviven en un país donde la historia se cuenta en milenios. Nuestro viaje toca su fin. Sin embargo, un personaje se cuela insistentemente entre líneas, exigiendo presencia. Los violentos giros del destino le impidieron a Osman, nieto de Abdul Hamid II y heredero de un imperio ya inexistente, vivir el desarrollo de Turquía.
El periplo del exilio de la familia imperial pasa por Estoril y luego Roma. Finalmente, Osman ya graduado de ingeniero, se muda a Washington, D.C. Ante su infructuoso lobby de varios años para sacar a Atatürk del poder, funda una empresa minera que lo lleva a Sudáfrica donde conoce a su primera mujer, Gulda Twerskoy, y se mudan a Nueva York.
Gulda fue una mujer elegante con mucho “saber estar” pero con una manifiesta debilidad por los perros –en realidad por cualquier animal- abandonados. Ella los recogía, cuidaba y ofrecía en adopción. Llegaron a tener doce perros en casa.
Recuerdo perfectamente el trayecto en taxi desde el hotel hasta el restaurante donde Os había reservado para almorzar. Le pregunté cómo estaba Gulda y qué nuevas me tenía sobre el refugio perruno que ya era vox populi en Manhattan. Me contestó, “Estoy un poco preocupado pues Gulda ha cambiado los perros por señoritas de la buena vida. Las recoge, cuida, entrena y luego las coloca como damas de compañía entre sus amistades”. Cuando llegamos al restaurante y Os le preguntó al taxista cuánto era la tarifa, el taxista con una estruendosa carcajada respondió, “Nothing, sir, you’ve made my day!”
Luego de la muerte de Gulda, contrajo matrimonio con Zeynep Tarzi, guapa también y unos treinta años menor que él. No es sino en el 2004 que Os finalmente acepta el recurrente ofrecimiento de pasaporte y nacionalidad por parte del gobierno turco. Las medidas de seguridad en los aeropuertos se hacían cada vez más estrictas. Hasta ese momento, este personaje tan peculiar había viajado con un documento elaborado por su abogado que decía algo así como, “Yo, Ertuğrul Osman, me autorizo para viajar a dónde me plazca”. Aparentemente, ningún país lo había objetado y sellaban el documento con los visados requeridos …hasta que llegó a Lima dónde el oficial de inmigración objetó que el mismo no tenía número. Os procedió a tranquilizar al oficial y acto seguido le agregó un “Número 1” al documento.
El Último Otomano murió a los 97 años en Estambul en el año 2009.
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