Sección: “Storytelling a la carta por Luisa Himiob”
Los zapatos de mi ciudad
Me despierto con el sueño todavía vivo en mi recuerdo. Rara vez se presenta a la luz del día con tanta precisión y detalle, por lo que supongo que pide ser compartido…
…Son las 7 de la mañana. Salgo a la calle y comienzo a esquivar los charcos creados por la tormenta de anoche. No quiero ensuciarme. Refunfuño un poco pues me hubiera gustado quedar en casa, pero sin duda la caminata resulta mejor a esta hora temprana y sin el calor que aprieta inmisericorde a partir de las 10. La convocatoria es para las 9 en el más importante cementerio de la ciudad cuyas autoridades han decidido acompañar este insólito llamado a reunirnos frente a una fosa recién excavada dónde debemos tirar, de forma simbólica, en silencio y de manera individual, todo aquello que no nos sirve ni aporta a la situación actual del país. Es un ejercicio de “¿Con qué me quedo?” que nos permita seguir adelante con una visión e intención nuevas.
Este ejercicio surrealista sin duda no parece haber suscitado preguntas racionales, quizás porque lo racional dejó de existir hace mucho en este país tan violentado en sus valores, rasgada su aparente piel de civilización, expuesto el tuétano de lo imposible. Aparece ante mí la famosa cita de Einstein, “Es una locura pensar que si hacemos las cosas de la misma manera, lograremos un resultado diferente”.
El llamado es para recorrer el trayecto a pié por las calles inhóspitas, inseguras y llenas de huecos de la ciudad que una vez, no tan lejana, fue conocida por su amabilidad. A lo largo del camino se irán agregando las personas, algunas conocidas, la mayoría no. Decido no mirar las caras, no es un evento social con saludos aquí y allá; más parece un peregrinaje de fieles. Solo miro los zapatos que se van uniendo con paso firme, son los zapatos de mi ciudad.
Escogí zapatos deportivos cómodos, bien usados, no ostentosos. Una vez llegada a la avenida principal de la urbanización, comienzan a llegar los demás. Unas alpargatas, alguna vez blancas, una de las tiras sujeta con grapas. Los dedos y talón de su dueño al aire.. La piel es oscura, los dedos fuertes, limpios,. Dedos de campo, de trabajo duro, el talón con grietas que desconocen un cuido más allá del agua y el jabón. Al lado, unas sandalias que lucen costosas, las uñas pintadas de un rojo intenso que denotan a leguas su paso por el salón de belleza. A mi derecha se acerca un zapato deportivo, dos muletas y un pié enyesado…clip, clop, el sonido de las muletas contra el pavimento se ajusta al ritmo que llevamos. Será ¿joven?, ¿viejo?, ¿hombre o mujer?
De pronto unas botas militares nos hacen frenar en seco. ¿Será éste el final de nuestra incipiente iniciativa? Pasan segundos…con determinación se alinea, se une al grupo. Son botas que han sido pulidas un sinfín de veces, los cordones desteñidos, una suela nueva en reposición de una vieja, desgastada aunque digna.
El grupo crece. En las intersecciones de avenidas principales, veo acercarse calzados que nunca pensé marcharían juntos con tanta determinación y en total silencio. Unos zuecos blancos de esos que usan quienes prestan servicios de salud se unen al grupo, médico o enfermera quizás recién finalizada su turno en uno de los hospitales abarrotado de enfermos necesitados de tratamientos y medicamentos ahora inexistentes; más allá, unas zapatillas de ballet, -se me antoja que pertenecen a una joven alumna con deseos de futuro-, sus pasos ligeros y elegantes con aspiraciones a bailar en algún escenario internacional.
Seguimos, el sol aprieta, de vez en cuando gruesas gotas de sudor caen, evaporándose al instante. Continúo mirando solo los zapatos de los caminantes. Mi imaginación les adjudica alguna identidad particular, profesores, alumnos, empresarios, profesionales y trabajadores. Confío en la energía del grupo y me dejo llevar. En una esquina se une un grupo de zapatos de cuero fino, algunos mocasines, otros de trenzas. Tienen aspecto de ser hechos a la medida. Sin embargo, la fina capa de polvo que los cubre no distingue entre cuero y tela raída o sandalias de goma; entre zapatos deportivos y botas militares o zapatillas de ballet. Todos han recorrido las mismas calles y acumulado el mismo polvo.
Llegamos al lugar del encuentro. No hay tarima ni discursos. Es un espacio transicional, dónde cada quién, desde su intimidad, tira a la fosa lo indeseable y se queda con lo mejor de sí, en aras de un renovado futuro común.
Ilustración: Esther Heisy
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