¿Qué es lo que defendemos los colombianos?
La vida es un derecho inviolable, por mamerta que parezca la idea así es; escrito está en textos tan legendarios como la declaración universal de los derechos humanos, pasando por la constitución nacional, e incluso, en los diez mandamientos. El respeto a esta máxima da cuenta de los principios que nos inculcan en casa y es fundamental para la construcción de una sociedad sana, justa y equilibrada.
Es por esto que todo lo ocurrido en el transcurso de esta semana en Colombia genera tanta desazón: porque implica que el respeto por algo tan sublime como la vida en alguna parte del camino se nos fue desdibujando y nos fuimos convirtiendo en seres cada vez más irracionales e insensibles, capaces de defender lo indefendible y excusar lo inexcusable con tal de no aceptar que nuestras ideas están erradas.
«La gente pone de su parte y eso, en un país tan convulsionado como este, es de admirar».
Cada quien defiende su verdad (de hecho, en este momento estoy defendiendo la mía) y la mayoría lo hace con las mejores intenciones. No cualquiera se toma el trabajo de destinar tiempo, esfuerzo e incluso dinero en arreglar los daños ocasionados por otros a un bien público como son los CAI, lo que habla bien de las personas, pues demuestra que hay gente que, a su manera, intenta construir país, sigue creyendo en sus instituciones y confía en que todo puede mejorar. La gente pone de su parte y eso, en un país tan convulsionado como este, es de admirar.
«Eso indigna y ofende porque demuestra que, con tal de tapar sus fechorías, todo vale, incluso pasar por encima de la vida, la reputación y la integridad de los colombianos».
Lo que cabe preguntarse aquí es hasta qué punto los representantes de las fuerzas del orden están dispuestos a poner de la suya, si cada vez que uno de sus efectivos se ve involucrado en un hecho como la muerte del abogado Javier Ordóñez -lo cual ocurre más frecuentemente de lo que cualquier sociedad que se precie de ser sana aguantaría- y los desmanes posteriores, salen a los medios de comunicación a justificarse enlodando la honra de las víctimas, hablar de pérdidas económicas, acudir a la sensibilidad de las personas tildando un delito grave como un simple error que arruinó sus vidas y dejarle la decisión a la justicia penal militar que, por cierto, jamás encuentra culpables. Eso indigna y ofende porque demuestra que, con tal de tapar sus fechorías, todo vale, incluso pasar por encima de la vida, la reputación y la integridad de los colombianos.
Que los vándalos, que los guerrilleros, que los disidentes, que los venezolanos… siempre hay una excusa para que quienes deben imponer el orden desenfunden un arma en contra de su propia gente, no hay otra estrategia. ¿Entonces, un maestro, un enfermero o cualquier persona que trabaje con público puede mantener la calma y un policía no?, ¿por qué se les llama servicios de inteligencia? ¿Dicha inteligencia no consistiría en aplicar diferentes técnicas que les permitan reducir a quienes atentan contra la ley sin hacerle daño a la ciudadanía? Lo pregunto porque, francamente, dar plomo de manera desenfrenada, lo puede hacer cualquiera.
«Comprendo la desesperación de un pueblo que no cuenta con más armas que las cámaras de sus celulares para defenderse de los atropellos de quienes se supone que les deben proteger».
No justifico el daño a los bienes públicos, pero comprendo la desesperación de un pueblo que no cuenta con más armas que las cámaras de sus celulares para defenderse de los atropellos de quienes se supone que les deben proteger y lo que más me angustia es pensar en nuestros hermanos campesinos a quienes masacran diariamente sin tener siquiera la oportunidad de dar a conocer su sufrimiento y cuyo dolor va más allá de un CAI incendiado, sin que se nos ocurra una idea para ayudarlos.
Tal vez me tilden de izquierdosa, no me importa, pero prefiero eso a seguir viendo correr la sangre de mi gente.
No pago mis impuestos con la idea de reconstruir estructuras incendiadas, pero tampoco los pago para adquirir balas que atenten contra los míos ni para financiar la corrupción que carcome este país. Si me preguntaran cuál sería el destino que le daría a ese dinero, respondería que la idea de educar en todos los aspectos a todo aquel que tenga acceso a un arma en este país sería la más útil. Tal vez me tilden de izquierdosa, no me importa, pero prefiero eso a seguir viendo correr la sangre de mi gente.