SANTIVÁÑEZ: UN BLINDAJE QUE NO LE SERVIRÁ A BOLUARTE

NOTI-AMÉRICA PERÚ

 

Por César Ortiz Anderson

En septiembre de 2025, el escenario político peruano se encuentra marcado por un hecho que refleja tanto la fragilidad institucional del país como la estrategia de autoprotección legal de la presidenta Dina Boluarte. El ministro de Justicia, Eduardo Santiváñez, recientemente nombrado pese a haber sido previamente censurado como ministro del Interior, enfrenta ahora serias investigaciones de la Fiscalía por presuntos actos de corrupción en el poder. Su permanencia en el cargo ha generado una ola de críticas y suspicacias, pues diversos analistas sostienen que su función no se limita al sector Justicia, sino que tendría como objetivo principal blindar a la presidenta frente a los procesos que pesan en su contra.

El trasfondo político: un ministro cuestionado para un gobierno cuestionado

La designación de Santiváñez, lejos de ser un giro hacia la renovación política, representa una señal de continuidad en el uso del aparato estatal como escudo frente a la justicia. El ministro carece de legitimidad política para encabezar el sector. Sin embargo, su perfil parece funcional a una agenda inmediata: garantizar que los procesos judiciales que alcanzan a la presidenta Boluarte —tanto en el Ministerio Público como en cortes internacionales— no avancen con celeridad.

Los fracasos en seguridad y la pérdida de autoridad política

El contexto en el que se produce este nombramiento es aún más complejo. La inseguridad ciudadana, reconocida como el principal problema del país, ha puesto en jaque la gobernabilidad. Los planes anunciados por el Ejecutivo han terminado en fiasco: el Plan Boluarte, sin resultados concretos; los reiterados estados de emergencia, que no lograron reducir los índices delictivos; los operativos mediáticos contra motos lineales y extranjeros indocumentados, percibidos como medidas populistas; la creación del “cuarto de guerra” contra el crimen, que nunca pasó de la retórica, y la rotación de siete ministros del Interior en poco más de un año, reflejo de improvisación y ausencia de estrategia.

Este gobierno, al que le faltan ocho meses para concluir, solo quiere ganar tiempo. Anunció la construcción de una cárcel en la Isla del Frontón, y el INPE, la propia institución penitenciaria, se ha pronunciado en contra por lo oneroso de dicho gasto. Lo más lógico es acabar la construcción de cuatro prisiones en Ica, Arequipa, Cajamarca y Loreto; sin duda, sería ofrecer una solución mucho más rápida y a un menor costo.

En este marco de inoperancia en seguridad, Santiváñez y Boluarte aparecen todavía más cuestionados: mientras la población exige resultados, el gobierno parece concentrar más energías en proteger a sus figuras políticas que a los ciudadanos.

El futuro legal de la presidenta Boluarte es cada vez más incierto. Los procesos abiertos por corrupción, sumados a los casos de derechos humanos en cortes internacionales, configuran un panorama en el que la salida judicial parece inevitable.

Boluarte frente a la Fiscalía: estrategias para sobrevivir en el poder

El gobierno de Dina Boluarte se encuentra desde hace meses bajo una creciente presión judicial y política. La presidenta del Perú enfrenta investigaciones fiscales por presuntos actos de corrupción, enriquecimiento ilícito y violación de derechos humanos durante la represión de protestas sociales. Estos procesos han puesto en entredicho no solo su legitimidad como mandataria, sino también la estabilidad institucional del país.

En este escenario, Boluarte ha desplegado una doble estrategia de defensa: por un lado, acciones legales que buscan ralentizar o neutralizar los procesos en la Fiscalía; por otro, alianzas políticas en el Congreso y con sectores de poder, orientadas a blindar su permanencia en el cargo.

Foto: Andina

Las investigaciones fiscales: un cerco que se estrecha

La Fiscalía de la Nación abrió procesos por violaciones de derechos humanos en el marco de las protestas sociales que podrían llegar hasta cortes internacionales; por corrupción y tráfico de influencias, y por enriquecimiento ilícito y nepotismo.

La Fiscalía, pese a su independencia formal, ha enfrentado presiones políticas y mediáticas para no acelerar estos casos. Sin embargo, las pesquisas siguen abiertas y amenazan con acumular pruebas que comprometerían directamente a la mandataria.

 

Acciones legales de Boluarte: la defensa desde el poder

Boluarte ha recurrido a un arsenal legal y constitucional para protegerse: inmunidad presidencial, recursos de nulidad y dilación procesal, control del Ministerio de Justicia (con ministros como Santiváñez, cuya designación se interpreta como un movimiento calculado para frenar el avance de la Procuraduría), una narrativa de “victimización política”.

Su supervivencia no depende solo de lo judicial, sino de la aritmética política en el Congreso. Ante este panorama, ha impulsado pactos con bancadas conservadoras y fragmentadas, acuerdos tácitos con sectores investigados por corrupción, respaldo de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, política exterior pragmática, evitando choques con potencias internacionales.

El costo político de la defensa

Aunque estas maniobras le han permitido ganar tiempo, el costo político ha sido enorme. La aprobación ciudadana de Boluarte es mínima, y su imagen pública está asociada a la corrupción, la represión y la impunidad. La estrategia de blindaje ha profundizado la crisis de legitimidad del Estado peruano, y ha debilitado aún más la confianza en las instituciones y en la democracia misma.

El futuro legal de Dina Boluarte permanece en suspenso. Las investigaciones fiscales avanzan lentamente, pero no desaparecen, y en algún momento podrían alcanzarla, especialmente una vez concluido su mandato.

Boluarte no gobierna desde la fortaleza, sino desde la resistencia y el miedo al derrumbe judicial. Cada decisión política parece orientada no a resolver los problemas del país, como la inseguridad o la crisis económica, sino a garantizar su propia protección. El Perú, atrapado en esta lógica de blindaje, se acerca a las elecciones de 2026 con una democracia debilitada.

Escenarios posibles para el 2026

El panorama hacia las elecciones generales de 2026 es especialmente turbulento. Con más de 40 precandidatos presidenciales, el sistema político luce fragmentado, lo que en apariencia beneficia a Boluarte al dispersar las fuerzas opositoras. Sin embargo, el avance de las investigaciones judiciales podría quebrar cualquier intento de continuidad o de protección desde el cargo.

En el mejor de los casos para la mandataria, podría resistir hasta el final del mandato con un margen precario de poder, gobernando más desde la resistencia legal que desde la conducción política. En el peor escenario, un fallo adverso en el ámbito internacional o un colapso en su relación con el Congreso podría precipitar una salida anticipada.

El caso Santiváñez no es un episodio aislado, sino un síntoma del uso instrumental del poder que caracteriza al gobierno de Dina Boluarte. Su futuro legal se encuentra marcado por múltiples investigaciones, y sus intentos de protección desde la presidencia revelan que la jefa de Estado gobierna más pensando en su propia defensa judicial que en las urgencias del país.

El Perú, atrapado entre la corrupción, la inseguridad y la crisis de legitimidad institucional, se encamina a un 2026 incierto, en el que la presidenta ya no aparece como líder política.

Queda claro que Dina Boluarte y su gobierno tendrán que rendir cuentas.

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