Venezuela es un país fundamentalmente cristiano. La devoción a las diferentes representaciones de nuestro señor Jesucristo (Jesús de la Misericordia, Divino Niño, Corazón de Jesús), a las advocaciones de la Virgen María (Virgen de Coromoto, Divina Pastora, Virgen del Valle, Virgen de Chiquinquirá) y al venerable Dr. José Gregorio Hernández, así lo confirman.
Nazareno de San Pablo. Foto: El Nacional
por Dr. Arturo Rafael Alvarado Pisani
La pandemia del Coronavirus (Covid-19) ha colmado la atención de los medios de comunicación social durante todos los meses de 2020 que han transcurrido. En ocasiones hay personas que han difundido por las redes sociales la hipótesis de que este virus es como un «castigo de Dios» como fueron el Diluvio Universal, las diez plagas de Egipto y la destrucción de Sodoma y Gomorra entre otros. Cuando hacemos un examen de conciencia profundo y recordamos la cantidad de personas que fallecen anualmente por el hambre, la violencia, las guerras y el desplazamiento de sus países de origen por causas políticas, se podría dar cierta credibilidad a tal presunción basándose en la inacción, indiferencia u omisión de esa realidad por parte de toda la humanidad.
Sin embargo ese análisis se contrasta cuando recordamos, precisamente en esta semana, que Jesucristo el hijo de Dios vino al mundo a revelarnos el camino de la conversión, de la redención, del sufrimiento a través de su pasión, pero lo más importante es la demostración de ser el único hombre que ha vencido a la muerte. Ese es el dogma central de la fe, la resurrección del señor.
Jesucristo establece una nueva alianza y nos perdona nuestras faltas. Son varias las veces que en el Nuevo Testamento nos recuerda que no pequemos más. Y reincidimos, en la misma falta o en otras diferentes.
He dedicado más de cuarenta años de mi vida al estudio de las ciencias de la salud. Como todo ser humano, he tenido episodios delicados con algunas dolencias que me han aquejado. A pesar de confesarme pecador, siempre que orado con fe, he sentido el acompañamiento de Jesús.
Por ello considero que la mejor oración, la de mayor poder y tal vez la que ayude a suavizar esta pandemia, es la que hagamos en esta semana santa. Debemos hacer nuestra la resurrección de Cristo, con la Biblia y el Rosario en nuestras manos como armas fundamentales. Como ha enfatizado el Papa Francisco en sus homilías de estos días, la oración también se debe hacer con valentía, con coraje y con convencimiento de que lo que pidamos se alcanzará cuando Dios lo tenga dispuesto.
Los logros de la ciencia llegarán y habrá gloria suficiente para todos. Mientras se prueban los preparados biológicos considerados como candidatos a vacuna hasta lograr una inmunización que nos proteja en forma permanente, los hombres de ciencia encontrarán fármacos que ayuden a disminuir la penetración del virus a las células pulmonares, cardíacas o renales con la consecuente disminución de la mortalidad por el Covid-19. Quizás algunas condiciones ambientales propias del verano puedan influir para cambiar su patrón de agresividad y su virulencia.