INTELIGENCIA EMOCIONAL Por Estefany Vasquez
NOTI-AMERICA.COM
INTELIGENCIA EMOCIONAL
Imagina por un momento estar en medio del tráfico de Lima después de un día agotador, con el claxon de los autos retumbando en tus oídos y la frustración subiendo como espuma. O tal vez recuerdas esa discusión incómoda con un ser querido en la que, sin querer, dijiste algo que lamentaste luego. En situaciones como esas, gestionar lo que sentimos puede parecer casi imposible, pero justamente ahí es donde entra en juego la inteligencia emocional. No se trata de reprimir lo que nos pasa por dentro, sino de reconocerlo y saber qué hacer con ello. Es esa habilidad de entender nuestras emociones y las de los demás la que puede marcar la diferencia entre un día caótico y uno manejado con serenidad. La inteligencia emocional no es una moda pasajera ni una teoría reservada para psicólogos; es algo que todos necesitamos para vivir mejor, especialmente en un contexto como el peruano. Somos una sociedad rica en emociones. Celebramos con intensidad nuestras festividades y expresamos orgullo por nuestras raíces, pero al mismo tiempo enfrentamos desafíos emocionales profundos. La presión laboral, la desigualdad, la falta de acceso a servicios básicos y la convivencia en grandes ciudades traen consigo tensiones que afectan nuestras relaciones personales y profesionales. Aprender a gestionar nuestras emociones es una tarea urgente que puede transformar nuestra manera de vivir y relacionarnos con el mundo.
Desde pequeños, a muchos nos enseñaron que mostrar enojo o tristeza no estaba bien, que había que ser fuertes sin importar lo que sintiéramos. Estas creencias han llevado a generaciones a acumular emociones sin procesarlas, afectando su salud mental y física. Sin embargo, la inteligencia emocional nos invita a desaprender esas ideas y a entender que todas las emociones, incluso las incómodas, tienen un propósito. La clave no es evitarlas, sino darles un lugar, reconocerlas y gestionarlas de manera saludable. En el Perú, hemos comenzado a abrir espacios de diálogo sobre estas habilidades emocionales, especialmente en las escuelas. Los programas educativos buscan enseñar a los niños y jóvenes que ser emocionalmente inteligente no solo implica saber qué sienten, sino también ser capaces de empatizar con los demás, trabajar en equipo y resolver conflictos sin violencia. Este cambio es vital para el futuro del país, ya que una educación basada en la inteligencia emocional no solo forma buenos estudiantes, sino mejores personas.
En el ámbito laboral, las empresas empiezan a comprender que el bienestar emocional de sus colaboradores es tan importante como sus habilidades técnicas. Un equipo emocionalmente inteligente es más resiliente, sabe adaptarse al cambio y trabaja con mayor armonía. Líderes que practican la empatía, escuchan sin juzgar y manejan sus emociones con responsabilidad, crean ambientes de trabajo donde las personas se sienten valoradas y motivadas. Esto no solo mejora la productividad, sino que también fomenta un entorno laboral más humano y colaborativo.
Pero ser emocionalmente inteligente no es algo que se logre de la noche a la mañana. Es un proceso que requiere práctica constante y autoconocimiento. Implica hacernos preguntas incómodas, como: ¿Qué estoy sintiendo en este momento? ¿Cómo puedo responder en lugar de reaccionar? ¿Qué puedo hacer para mejorar mi relación con los demás? No siempre tendremos las respuestas de inmediato, pero el simple hecho de hacernos esas preguntas ya es un paso hacia adelante.
El reto para nuestra sociedad es dejar de ver las emociones como un problema y empezar a considerarlas una guía para entendernos mejor. Necesitamos más conversaciones sinceras sobre lo que sentimos, más espacios donde la vulnerabilidad no sea vista como una debilidad, sino como un acto de valentía. En un país donde aún persisten tabúes sobre la salud emocional, es fundamental que todos desde las familias hasta las instituciones trabajemos juntos para normalizar la búsqueda de bienestar emocional. La inteligencia emocional no promete una vida sin problemas, pero sí nos enseña a navegar los desafíos con mayor serenidad. Nos recuerda que está bien no estar bien todo el tiempo, que pedir ayuda es un signo de fortaleza y que comprender a los demás empieza por comprendernos a nosotros mismos. En el Perú, donde cada día es una oportunidad para aprender y crecer, desarrollar nuestra inteligencia emocional no solo mejorará nuestra calidad de vida, sino que también nos ayudará a construir una sociedad más empática, consciente y unida. Porque al final del día, lo que realmente nos conecta no es lo que sabemos, sino lo que sentimos.