Trump impone nuevos aranceles a las importaciones del país asiático, que prepara su reacción.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ordenó este lunes la imposición a partir del 24 de septiembre de aranceles del 10% por valor de 200.000 millones de dólares (171.000 millones de euros) a todo un largo listado de productos importados de China, agudizando la guerra comercial que mantienen ambas naciones.
Un comunicado de la Casa Blanca advirtió además que esos gravámenes aumentarán al 25% a partir del 1 de enero y el propio Trump dijo que si China responde a esta medida -algo que Pekín ya dijo que hará- ampliará los aranceles a casi todas las importaciones procedentes del país asiático.
Esta es la segunda decisión de su tipo que toma la administración comandada por Trump tras el primer paquete de 50.000 millones de dólares en aranceles que entró en vigor en junio, al que China replicó con una determinación similar.
El anuncio de Trump pone en peligro la próxima ronda de negociaciones entre Washington y Pekín, prevista para los días 27 y 28 del presente mes, y que debían reunir al secretario del Tesoro estadounidense, Steven Mnuchin, y el viceprimer ministro chino, Liu He.
Sin embargo, funcionarios chinos citados por el diario The Wall Street Journal aseguraron este domingo que Pekín no negociará «con una pistola apuntándole a la cabeza».
La imposición mutua de aranceles puede dar paso a medidas de mayor calado como ya adelantó el pasado fin de semana el ex ministro de finanzas chino, Lou Jiwei, durante un foro económico, al advertir que Pekín podría restringir las exportaciones de bienes, materias primas y suministros básicos para la industria de manufactura norteamericana, una decisión que también ha sido analizada por Washington y que a la postre puede suponer un desafío monumental para el comercio mundial.
Analistas locales como Xi Junyang, profesor de la Universidad de Economía y Finanzas de Shanghai, admiten que esta guerra tendrá un alto coste y recortará el crecimiento de la economía china.
«El impacto negativo será duradero. Puede ser absorbido plenamente por China si se continúa con las reformas económicas. El gobierno tiene que poner en marcha una política fiscal más activa, que incluya reducir los impuestos a las empresas», estimó.
Tras asumir que ninguna de las dos economías saldrá indemne de esta disputa,China intenta aliviar los efectos de la pugna que podría agravar las debilidades de un sistema financiero preocupado por el alto nivel de deuda que enfrentan sus entidades bancarias y la propia administración.
Como argumentaba Sara Hsu, profesora de economía de la Universidad del Estado de Nueva York, en la publicación East Asia Forum, Pekín se encuentra «en una posición muy difícil respecto al sector bancario. Atrapado entre la necesidad de restringir los préstamos para evitar que se acumulen los créditos impagados y la necesidad de facilitar estos préstamos para combatir la ralentización de la economía».
«Aunque es probable que se mantenga la estabilidad, el gobierno (chino) camina sobre una línea cada vez más fina para conseguirlo. Si las tensión con EEUU empeora, es posible que China se vea obligada a elegir la estabilidad sobre el crecimiento, algo que sacudiría a la economía mundial al atrofiar la demanda mundial», añadía la experta incidiendo en riesgo global que presenta este diferendo.
El máximo responsable del Banco Central de China, Yi Gang, tuvo que desmentir el domingo que Pekín esté limitando ya la concesión de licencias para empresas extranjeras en sectores como la banca o los seguros, algo que había denunciado un alto cargo del Consejo de Negocios de China y EEUU.
«Nuestra hoja de ruta y calendario para la apertura financiera es muy claro y lo vamos a implementar», indicó Yi Gang.
Los efectos de los aranceles norteamericanos han generado un descenso en los mercados de bolsa locales de casi un 24% desde el máximo nivel que alcanzaron en enero, mientras que la moneda local sufría una depreciación cercana al 10%.
Esta última circunstancia ha provocado que el déficit comercial entre EEUU y China alcance máximos históricos, aumentando en 31.100 millones de dólares el pasado mes, según datos proporcionados por Bloomberg, lo que no deja de ser una auténtica ironía y un significativo varapalo para la política de Donald Trump.
La confrontación económica entre las dos superpotencias amenaza con ser sólo la primera salva en su particular disputa por la primacía geoestratégica.
Un alto cargo chino, Long Guoqiang, vicepresidente del Centro de Investigación para el Desarrollo del Consejo del Estado, reconoció a finales de agosto que la guerra comercial derivará en «profundos cambios estructurales» en las relaciones bilaterales.
«La guerra comercial no es sólo una medida para que EEUU consiga más beneficios económicos, también es una estrategia importante para frenar a China», escribió Long en un comentario publicado en el principal matutino local, el Diario del Pueblo.
Pekín parece estar delineando una alianza global con Moscú y todo un grupo de países del entorno como Corea del Norte o incluso de naciones de otros continentes como Africa o América Latina para hacer frente a la primacía mundial que ha mantenido EEUU durante décadas.
El editorial del periódico Global Times, que suele reflejar el pensamiento del sector más conservador del Partido Comunista local, arremetió este lunes contra lo que definió como «movimientos hegemónicos y unilaterales» de Washington y prometió «firmes contramedidas» por parte del país asiático.
«Estamos esperando un hermoso contraataque que incremente el dolor que siente EEUU», añadía el texto que refleja el tono cada vez más altisonante que se utiliza en esta crisis comercial.
«China ya no ve esta cuestión como un conflicto comercial sino como una competición estratégica. Por eso se está preparando para una batalla de larga duración y para el peor escenario: una nueva guerra fría o incluso una guerra caliente», opinó Wang Yong, director del Centro Internacional de Política Económica de la Universidad de Pekín, citado por el periódico South China Morning Post.