La hipoteca inversa, una decisión para estudiar con lupa
Opinión por: Flor María Torres Estepa. Lic. Español – Inglés Universidad Pedagógica Nacional
Dice el adagio popular que tener casa no es riqueza, pero no tenerla, es mucha pobreza. Una casa, pese a ser simplemente algo material, encierra en medio de sus cuatro paredes algo tan intangible y de tal envergadura como los sueños: es la promesa que le realiza a su madre todo aquel que por fin advierte que la suerte le sonríe; es ese sitio que le brinda la seguridad de ver crecer a sus hijos en un lugar en el que nadie se molestará por sus travesuras infantiles o al que podrá invitar a quien quiera cuando lo desee sin ser recriminado; es el anhelo de dejarle algo a sus descendientes; es el testimonio del sacrificio y la lucha de una o más personas que, cansadas de pasar necesidades, de no tener algo seguro, de no vislumbrar con claridad el futuro, encuentran un refugio en el cual poder “meter la cabeza”.
En consecuencia, cualquier propuesta que tenga que ver con ese lugar, que es más que una simple vivienda, debe ser cuidadosamente estudiada. Atentar contra la estabilidad y el bienestar que proporciona la casa de uno resulta algo medio sacrílego, un golpe a la moral de toda una familia del que en ocasiones no logra reponerse.
Es por esto que la figura de hipoteca inversa (préstamo destinado a mayores de 65 años, que permite la generación de una renta mensual de por vida, poniendo como garantía su propia vivienda) que el Ministerio de Vivienda anuncia como “mecanismo de protección a la vejez” produce tantas suspicacias y recelos en la población colombiana, la misma que, por cierto, está ya cansada de ver cómo esas medidas que el gobierno de turno tradicionalmente anuncia como beneficiosas terminan siendo un dolor de cabeza para los ciudadanos.
Se afirma desde las altas élites -esas que nunca van a verse ante la disyuntiva entre tomar este camino o no- que no hay de qué preocuparse, que sus detractores critican por criticar, además desestiman las consecuencias de este hecho por tratarse de una decisión optativa. Incluso, el excandidato presidencial y expresidente, Humberto de la Calle, afirma que lo del patrimonio de los ancianos no es más que un mito: “el mito del viejito que se deslomó trabajando toda su vida, pagó intereses para conseguir su casita y al final de sus días llega algún monstruo y se la arrebata”. Ese es el valor que le dan quienes manejan nuestro destino al resultado del esfuerzo de tantos años. Así que ¡Cuidado!
Y es que, en un país dominado por la corrupción (basta con revisar la hoja de vida del ministro que la propone), hay que mirar con lupa cualquier tipo de propuesta que tenga que ver con el manejo de nuestras finanzas. Ojalá alguien le hubiera evitado el sufrimiento a esos pobres incautos que cayeron en la tortura del UPAC, muchos de los cuales, por cierto, ya están en edad para acceder al “beneficio” de la hipoteca inversa. Cabe aquí recordar que hubo otros que ni siquiera sobrevivieron para contarlo y no es exagerando, el asunto dio hasta para suicidios.
También pueden dar fe de ello quienes han pagado sus carreras tres veces gracias a la “ayuda” del Icetex o, ya hablando de cosas menos trascendentales, pero que producen algo de escozor, quienes nos hemos visto obligados a pagar el impuesto “temporal” del 2 x 1000, que lo único temporal que tuvo fue el primer número (que se convirtió en 4) y que llevamos pagando casi 22 años.
Todo lo anterior resta credibilidad a las propuestas del gobierno y genera una alerta ante nuevas disposiciones, sobre todo cuando estas van dirigidas a una población tan vulnerable como la de los adultos mayores, que quizás no comprendan bien los alcances de la medida o que pueden ser fácilmente influenciables en las decisiones que tomen.
Un argumento que esgrimen los defensores de la medida es que la situación actual que enfrenta el país ha evidenciado una “pobreza oculta” en los estratos altos en Bogotá y que este mecanismo les sería útil para sortear esa situación. Es incierto hasta qué punto perder su único patrimonio pueda ayudarles a mejorar realmente su condición y si vale la pena realizar un sacrificio tan grande simplemente por aparentar.
Puede que la medida haya funcionado en otros países (aunque si les preguntan a los españoles, les dirán que es nefasta) y que bien manejada pueda ser exitosa. Sin embargo, en un país en el que “hecha la ley, hecha la trampa”, es fundamental aplicar el cuidado y la prudencia a la hora de acogerse a ella, pues una vez tomada la decisión, es muy difícil reversarla.
También sería un bonito detalle por parte del gobierno nacional que, de vez en cuando, pensara en darle alivios reales a la población más desamparada, en lugar de echar mano de sus necesidades cada vez que requiere cubrir alguna carencia de los banqueros, empresarios y ciudadanos de la clase alta. Todo el dinero que desaparece producto de la corrupción bien podría servir para todo eso.