LA GUERRA DE IRAK, GERMEN DE LA INTEGRACIÓN EUROPEA por María G. Zornoza
Hoy se cumplen 15 años de la invasión de Irak. Una «guerra preventiva» cuyas secuelas siguen latentes en medio mundo y que dividió no solo al país -azuzando el sectarismo- sino también a la UE. Así lo reconocía por entonces Manuel Marín: «Esta crisis está poniendo en evidencia de una forma dramática la gran debilidad que tiene el proyecto de integración europea: la ausencia de una auténtica política exterior». Hoy también EEUU ha impulsado la voz comunitaria, aunque de otra forma.
Imagínense que Donald Trump, presidente de Estados Unidos, decide invadir Irán. Acto seguido, algunos países de la UE más proclives al seguidismo de Washington firman una carta abierta para que Europa declare su apoyo a la Casa Blanca. No se lo notifican a Federica Mogherini, Alta Representante de Exteriores de la UE, ni a la Presidencia rotatoria del momento.
Lo que parece algo impensable a día de hoy, ocurrió hace 15 años con la intervención estadounidense de Irak. “El Club de los Ocho” liderado por el Reino Unido, España, Italia y los países del Este se alineaban con Washington y confrontaban con Alemania, Francia o Bélgica. Los ocho enviaron una carta abierta sin el conocimiento de Javier Solana, por entonces Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común que luchaba por conseguir una postura comunitaria común, y sin el de la Presidencia griega del Consejo que se enteró de casualidad a través de Hungría, una de los firmantes.
La guerra de Irak que daba su pistoletazo de salida un 20 de marzo de 2003 no solo dividió el país –que no ha cejado de sangrar desde entonces después de que la invasión avivase la tensión sectaria- sino que también dividió a la Unión Europea. El eje franco-germano lideró la postura que clamaba la calle rechazando una “guerra preventiva” que ni siquiera contaba con la luz verde del Consejo de Seguridad de la ONU.
El halcón Donald Rumsfeld, jefe del Pentágono, llegó a calificarlos de la Vieja Europa mientras estaba encantado con el tripartito de Blair-Aznar y Berlusconi. “Ustedes piensan en Alemania y Francia como si fuera Europa. Yo no. Creo que esa es la vieja Europa”, señaló tras la insistencia de dar más oportunidades a los inspectores de armas enviados a Irak bajo la resolución 1441 de la ONU. Unas armas químicas inexistentes que blindaron a EEUU con la excusa para lanzar la guerra. Más allá de los despachos oficiales, las disputas llegaron hasta las patatas fritas franceses que sufrieron un boicot en el otro lado del Atlántico tras ser rebautizadas como “patatas de libertad” en un símbolo de descontento.
“Esta crisis está poniendo en evidencia de una forma dramática la gran debilidad que tiene el proyecto de integración europea: la ausencia de una auténtica política exterior y de seguridad común”, señalaba por entonces Manuel Marín, quien llegó a la vicepresidencia de la Comisión Europea. “Es nuestra gran asignatura pendiente, mientras no lo consigamos continuaremos divididos y Estados Unidos seguirán ocupando el vacío europeo”, agregó.
Pero, la guerra de Irak no solo dividió a las capitales europeas, también al Parlamento Europeo. La cámara contaba por entonces con 626 eurodiputados que sometieron a votación una resolución de rechazo a la acción militar: 287 votaron a favor; 209 en contra y 6 se abstuvieron. También la OTAN vivió una de las mayores crisis internas que se recuerdan. A la división de sus componentes se unió el enfrentamiento por el deseo de EEUU de armar a Turquía. Bélgica o Alemania lo veían como una preparación para una guerra que ellos reprobaban. La reconciliación llegó finalmente en la cumbre de la Alianza Atlántica de 2005.
De la UE-15 a la UE-25
La gran división tenía como telón de fondo la gran ampliación. En medio de la crisis de Irak, la Unión pasaba (en abril de 2003) de tener quince miembros a veinticinco. El bloque comunitario daba la bienvenida a Estonia, Letonia, Lituania, República Checa, Chipre, Malta, Eslovenia, Hungría, Eslovaquia, y Polonia.
En Atenas, los Veinticinco rubricaron su primera declaración conjunta, la de Atenas, a través de la que se comprometían a superar las divisiones futuras y apoyar a la ONU para la estabilidad global. Para ello crearon por unanimidad la figura de un ministro de Asuntos Exteriores de la UE que hoy ocupa Federica Mogherini.
La Unión Europea había quedado marcada como quizás nunca antes desde su fundación. Y paradójicamente por ello puso la política exterior en el centro de su agenda. Años después, también haciendo propio su principio de renacer más fuerte tras una crisis, el bloque depositó su primera semilla sobre la Unión Europea de la Defensa tras la salida del Reino Unido.
Estados Unidos es paradójicamente otra vez uno de los principales responsables de los avances en política exterior de la UE. Así lo recogía la mítica frase que la canciller alemana Angela Merkel señaló tras reunirse con Donald Trump: “Los tiempos en los que los europeos podíamos confiar en otros han llegado a su fin”. Ante el vacío de liderazgo mundial de Trump, sus impulsos y su apuesta por el proteccionismo, muchos son los que piden a la UE un papel más proactivo en el tablero global. Si bien ha aumentado en los últimos años, la voz comunitaria exterior es todavía presa de los intereses estratégicos nacionales.