Cheslie Kryst | el rostro de un suicidio
Cheslie Kryst es un hermoso y conocido rostro en las redes sociales, ganó el certámen Miss USA en 2019, fue modelo y abogada, profesión que dedicó en buena parte a defender de manera gratuita a los presos, y con la cual buscaba ayudar a reformar el sistema de justicia de Estados Unidos.
Hoy ese rostro sonriente y alegre, es el rostro de un suicidio. En sus publicaciones lucía como una mujer sana y feliz, y es que a la depresión se le da muy bien el camuflaje, a veces luce como flojera, otras tantas es iracunda, y muchas veces es una sonrisa muy difícil de sostener, y que fácilmente nos despista y nos aleja a todos de la realidad.
Cheslie Kryst muy lamentablemente decidió no continuar, apagó esa risa tras saltar de un rascacielos en la ciudad de New York donde residía, esto ocurrió la mañana del Domingo 30 de Enero, cerca de las 7 am. La hermosa modelo, y ex reina de belleza tenía tan solo 30 años de edad.
Las cifras de suicidio crecen año a año, actualmente cada año 700.000 personas se suicidan, según la Organización Mundial de la Salud. Una persona cada 40 segundos decide quitarse la vida, y aún hablar de enfermedades mentales es un tabú.
Detrás de esas 700.000 personas, hay seguramente dos o más personas que lloran esa partida, que pasarán muy probablemente el resto de sus vidas preguntándose que podrían haber hecho para evitarlo, y es que seguramente habrían podido hacer mucho, pero los disfraces de la depresión entorpecen esa ayuda, o hacen que nos demos cuenta demasiado tarde.
Nos preguntamos muchas cosas, ¿cuándo ese ser humano desesperado comenzó a forzar una sonrisa?, ¿desde cuando la razón para no asistir a las celebraciones familiares era la depresión?, ¿cuántas veces los juzgamos o criticamos por no atender una invitación?, ¿cuántos lo habremos criticado por estar desempleado? y la respuesta a todas esas preguntas, y a otras tantas tenía nombre de una de las peores enfermedades que hay, de hecho quizás la única en donde lo único que se anhela no es la cura, sino la muerte, su nombre es la depresión.
No puede ser que aún sintamos vergüenza de reconocer que estamos deprimidos, que nos sintamos débiles, o menos por pedir ayuda. Seguramente nadie se quita la vida la primera vez que lo piensa, o el primer día que no se quiere levantar de la cama, o la primera vez que le mintió a su jefe para no ir a trabajar.
Se pasan muchos días sin dormir, varios días sin comer y sin tomar una ducha, meses de pensar que la vida es un túnel negro y sin salida, y especialmente, muchísimas lágrimas derramadas, a veces en la ducha para que nadie nos escuche.
Puedo recrear esto, porque a la depresión la he visto de cerquita, disfrazada o desnuda, pero le conozco la cara. Son varias cosas las que se necesitan para batallar contra ella e intentar vencerla, atención médica, medicación, pero especialmente acompañamiento, mucha cercanía física y emocional, un abrazo apretado y un “Yo estoy aquí contigo, ¿qué puedo hacer por ti?”, esto sin duda hará la diferencia.
La triste decisión de un suicidio se cocina despacio, lentamente, es una mente que trabaja todo el día en contra, como especie de tortura mental, hay mucho dolor previo a ese día, a ese momento donde nada más importa que salir del dolor más profundo, la desesperanza y la ausencia de ganas de vivir.
Aprendamos a quitarle los disfraces a la muerte, a ver más allá de una sonrisa valiente, a reconocer una tristeza escondida, a escuchar un grito silente de ayuda, a hacer de nuestras manos ese apretón seguro de “aquí estoy para ti” y llevarlos de nuevo a la luz como niños pequeños que necesitan orientación y protección.
Aprendamos a hacer de nuestros abrazos el muro que los aleje del vacío, la calidez que los saque del frío y la luz que los aparte de la oscuridad.