Educación en Italia: salir de la crisis matando la palanca del desarrollo
Samuel Scarpato | Torino, abril 2021 | Reportaje especial
La agobiante crisis global del 2020 y 2021, ha dejado en evidencia lo mejor y lo peor de la gestión pública para solventar o agravar la situación particular de distintos sectores socioeconómicos que ameritan un decidido apoyo para apalancar las soluciones que demanda dicha crisis. Uno de estos sectores es la educación y, a pesar de la importancia estratégica del mismo, la tercera economía de Europa ha persistido en una serie de desaciertos tácticos que se traducen en una hostilidad sistemática contra aquellos educadores que hacen la diferencia en calidad e impacto social.
Si bien la gestión de la crisis producto de la pandemia ha afectado todos los indicadores económicos, existen datos duros que persisten en medio de una infodemia que nos habla de grandes ayudas financieras para muchas familias afectadas, incluyendo la población estudiantil. En Italia, como en muchas naciones del mundo, debemos ser cuidadosos observadores de las cifras, algunas de las cuales no reflejan el estado real de bienestar de los responsables directos del proceso de enseñanza, nos referimos a los educadores de primera línea, los protagonistas que se encuentran en contacto directo con los beneficiarios de dicho proceso.
La queja social frente al dinero que no se ve
La progresiva desinversión en educación, que los gobiernos de centro izquierda o centro derecha en Italia han venido impulsando de manera sostenida en las últimas tres décadas, es tal vez una de las causas que ha generado un desencuentro en la opinión pública, representado por dos sectores hoy aparentemente enfrentados. Según datos del informe “Global Teacher Status Index” publicado con apoyo de la Universidad de Sussex y del Instituto Nacional de Investigación Económica y Social de Inglaterra, la opinión que la ciudadanía tiene respecto de la figura del educador en Italia, contrasta severamente con el respeto (casi veneración, en algunos casos) que se tiene en otros países de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), en su mayoría desarrollados, como Japón, China, Alemania, Suiza, Singapur, Finlandia, Islandia, Canadá, Corea del Sur o Portugal.
Los educadores italianos aparecen en los últimos puestos en el ranking de profesiones mejor vistas o más prestigiosas en la sociedad, según los ciudadanos consultados. Perú, Colombia, Uganda, Hungría, República Checa, Argentina y Ghana, son países cuyo estatus de la profesión docente se encuentra por encima al de Italia, tanto en el mencionado ranking (de 35 países) como en el que emite el PISA (Programme for International Student Assessment). Italia es un país desarrollado, a la vez, es la tercera economía más grande de Europa y con un Producto Interno Bruto (PIB) per cápita que supera el del 70% de los países del ranking, entonces, ¿por qué el país de Dante, del alfabeto musical, del Renacimiento y de la invención sin límites, tiene la profesión docente tan mal apreciada?
Al cierre de la segunda década del siglo XXI, Italia ocupa la tercera peor posición en ambos rankings, a la par que continuamos observando eventuales opiniones encontradas en algunos medios de comunicación y en redes sociales, cuestionando el desempeño docente y los ingentes recursos que se destinan a este importante sector de la sociedad. ¿Qué tan cierto es esto?, Tal vez las medidas del gobierno italiano han creado y profundizado esta situación que se torna confusa para distintos actores de la sociedad y una de las claves pudiese ser la calidad de la inversión, especialmente dirigida a la innovación.
¿Más inversión o inversión de calidad?
Es posible que el gobierno quiera disimular la disminución sostenida del presupuesto destinado a la educación pública por medio del ensanchamiento de la base profesoral. Dicho de otro modo, el porcentaje del PIB destinado a la educación se ha reducido casi a la mitad en las dos últimas décadas, que ya venía reduciéndose antes de esto, sin embargo, la cantidad de docentes trabajando en el sistema educativo italiano ha sufrido poca reducción en comparación con dicho ritmo relativo.
En otras palabras, una forma de amortiguar el creciente desempleo en Italia, es conducir a la sociedad hacia la flexibilización laboral, que viene siendo el eufemismo de precarización del trabajo. Empleos compartidos, trabajos desde casa, jornadas a conveniencia, contratos de corto plazo, asunción de personal subclasificado, ausencia de promociones o ascensos, son algunas de las medidas que permiten “rendir” el presupuesto de modo que alcance para cubrir un mayor volumen de personal docente trabajando.
Estas prácticas se han masificado en diversos sectores socioeconómicos y probablemente hace que la población económicamente activa tenga un alto grado de ocupación, no obstante, ¿puede esto ser sostenible en el tiempo?, ¿este paliativo beneficia realmente a la economía? Esto, en apariencia, oxigena la economía en el presente, pero conducirá a la sociedad italiana al colapso económico terminal. Volvamos al argumento de la precarización laboral en el medio docente.
Cruzando las fuentes hipervinculadas en párrafos anteriores, nos damos cuenta que la función docente en Italia no sólo se encuentra mal valorada por la sociedad, sino que, de manera causal, los docentes italianos también ocupan el tercer peor puesto en el ranking de sueldos percibidos entre todos los países objeto del mismo estudio. ¿Cómo valorar entonces una profesión que es mal tratada y mal pagada?, ¿cómo exigirles más logros y resultados en medio de una crisis sanitaria que no ha hecho más que empeorar el problema?
El visionario Alvin Toffler nos describió en “El shock del futuro” (1970) y en “La tercera ola” (1980) cómo nos dirigíamos velozmente hacia la sociedad del conocimiento, lo cual explicó de manera más consistente en “El cambio del poder” (1990). Aquellas sociedades que se alejasen de esta realidad, estarían condenadas a depender de otras economías del conocimiento para subsistir. En el caso de Italia, la dependencia hacia los desarrollos científicos tecnológicos de EE.UU., Francia, Alemania y ahora de China, es cada vez más creciente en la medida que el país del Renacimiento no invierte en ciencia y tecnología.
El Ministerio de la Economía y de las Finanzas de Italia, en su informe dedicado a revelar el presupuesto destinado al Ministerio de la Educación, la Universidad y la Investigación para el periodo 2020-2022, nos revela que destina el 0,01% de su presupuesto en términos absolutos y el 4,63% del mismo en términos relativos a la investigación científica y el desarrollo tecnológico, dentro de un presupuesto que, como dijimos, ya era deficitario y venía en descenso sostenido en décadas recientes. Dedicar 9,5 millones de euros al año escapa del ranking de toda nación desarrollada y pone a Italia a niveles de subdesarrollo y dependencia tecnológica. Estas cifras fueron calculadas y presupuestadas meses antes de la crisis del 2020, que produjo una abrupta caída del PIB italiano (7,4% en términos negativos), con lo cual no podemos acusar a la gestión de la pandemia de la causante de la desinversión sistemática en educación de calidad.
Esto explica de alguna forma la enorme cantidad de docentes postgraduados y doctorados que trabajan con contratos de corto plazo y bajo la figura de docentes de soporte o suplentes del docente principal, cuando, en realidad, fungen como docentes principales. Este “ahorro” de una gran cantidad de recursos sucede en desmedro de la calidad de vida de los actores sociales que representan o pueden representar la palanca del desarrollo si pudiésemos dirigir de manera meritoria más recursos a los docentes postgraduados y doctorados que efectúen, además, labores de investigación científica. Matar esta palanca de transformación social pudiese representar el suicidio de Italia como nación desarrollada.
He tenido la oportunidad de conocer excelentes docentes, apasionados por su profesión, capaces de contagiar el entusiasmo por el estudio y el aprendizaje permanente que, sin embargo, trabajan en condiciones deplorables de precariedad laboral, con sueldos subclasificados y con siete contratos a cuestas (cuando la ley establece un máximo de dos contratos para reclasificarlos y pasar a ser personal fijo), ante la mirada irresponsable de los gobiernos de turno que no han hecho sino jugar a la demagogia y la ilusión de la inclusión social, mientras conducen a Italia al colapso y la dependencia total.
En medio de esto, la precarización laboral se disimula tras alegatos insustentables de valoración de la formación del personal docente, así como en la masificación de servicios tecnológicos de apoyo a éste para facilitar su trabajo. A partir de entrevistas y visitas a centros educativos, que hice en el periodo octubre 2020 a marzo 2021, pude conocer, como dije, casos de docentes con excelente formación de postgrado y doctorado, además de dilatada experiencia en aulas en ciertas áreas especializadas (idiomas, diversidad funcional -motora y cognitiva-, migrantes y refugiados) que, sin embargo, no fueron tomados en cuanta para su reclasificación, ascenso o pase a contratos permanentes (indeterminados, dicen en Italia) cuando, al mismo tiempo, han reconocido la reclasificación y ascenso de jóvenes con menor experiencia, pero que presentan cursos cortos hechos de modo online en institutos privados de reciente creación.
Al parecer, nos estamos perdiendo tras una difusa cortina de indicadores de excelencia y “productividad” del docente, sobre los cuales nos basamos para evaluar y aprobar su mejora salarial, ¿será esto realmente justo?, ¿son los mismos métodos e indicadores empleados en los países en los que la profesión docente tiene la máxima valoración social?, son preguntas y, a la vez, reflexiones que nos llevan rápidamente a discurrir otras cortinas detrás de las cuales seguimos encontrando insulsos motivos de valoración de la profesión docente.
En cuanto a los servicios tecnológicos, conforman tal vez uno de los argumentos más fútiles para justificar la inversión financiera en innovación educativa. En las últimas décadas, hemos presenciado una transición acelerada hacia el uso de herramientas informáticas, en general, tecnologías de la comunicación y la información, como apoyo en la experiencia de interacción formativa. Sin lugar a dudas, todo esto se ha potenciado en torno a los periodos de cuarentena del 2020 y 2021 por la obligatoriedad de estudiantes y docentes, junto a una diversidad casi absoluta de profesiones, de trabajar o estudiar desde casa.
La ilusión de lo que es y no es innovación científica
Hemos expuesto algunas evidencias de la reducción de la inversión en educación por parte de los entes que representan al Estado italiano y, aún peor, la precarización y el ambiente de competencia hostil al que se ha sometido al personal docente, sin embargo, para acercarnos a un sugerido desenlace de cara a la verdadera recuperación económica de Italia, hay que desmitificar el significado de innovación tecnológica y, en especial, del protagonismo de las ciencias sociales en el apalancamiento de las soluciones asociadas a tal recuperación.
El concepto de tecnología, como nos advertía William Ouchi al inicio de la década de 1980, usualmente lo asociamos erróneamente a artefactos o invenciones físicas para facilitar o mejorar nuestra calidad de vida. No obstante, la tecnología es mucho más que eso y, a la vez, es algo más simple. Se refiere, apoyándonos en el Diccionario de la Lengua Española de la RAE, al “conjunto de teorías y de técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico”, por tanto, hace referencia a mejor uso de las herramientas tangibles o intangibles para comprender solucionar un problema o simplemente comprender mejor algo.
Si el término tecnología se asocia más al concepto de conocimiento y menos al de artefactos u objetos, esto nos lleva directamente a las ciencias sociales, entre ellas, la economía, la administración o, el caso que nos ocupa, la educación. Los japoneses y en general gran parte del mundo oriental, lo saben muy bien y no casualmente en esa parte del mundo se ha concentrado la mayor sociedad del conocimiento. Entonces, invertir en herramientas tecnológicas para facilitar la enseñanza, no es en si el apalancamiento del desarrollo científico tecnológico en las escuelas; es, dicho a secas, invertir en herramientas para el apoyo docente en el proceso didáctico.
Así como muchas personas han separado los términos tecnología y conocimiento, de igual forma han separado el desarrollo tecnológico del ejercicio cotidiano de las profesiones pertenecientes a las ciencias sociales. Es decir, usualmente emparentamos la tecnología con las profesiones asociadas a la ingeniería, por decir un ejemplo. Por el contrario, cuando hablamos de tecnología en la educación, nos referimos en forma sesgada y mediocre, al uso de ordenadores (computadores), proyectores videobeam, pizarras electrónicas o a aplicaciones para poder llevar a cabo la didáctica a distancia (DAD), como Zoom, Google Meet, entre tantas.
No hemos sido capaces de asociar los contenidos programáticos en ciencias sociales con la tecnología, en otras palabras, con la discusión y desarrollo de nuevas técnicas y conocimientos aplicadas, repito, a la economía, la administración o la educación. Otras profesiones, como la medicina, la farmacéutica, la astrofísica, la cinematografía, la informática y la ingeniería en todas sus especialidades, discuten de manera cotidiana en sus aulas de clase o auditorios, sobre la existencia de nuevos conocimientos atinentes a sus profesiones y de cómo estos son proyectados a solventar problemas más o menos comunes y más o menos de interés públicos.
Este condicionamiento de las ciencias sociales a permanecer rezagadas en la generación de nuevas técnicas y conocimientos, en comparación con las otras profesiones mencionadas, hace que los profesionales formados en ciencias sociales seamos repetidores de viejos conocimiento en vez de generadores de soluciones a muchos de nuestros problemas cotidianos. Y allí hago foco en otra de las claves por las cuales es mal valorada la profesión del educador en muchos de nuestros países o, en el peor de los casos, la causa por la cual está muriendo la educación convencional y se le está dando cada vez más predilección a la educación intensiva y a distancia.
Por lo general, cuando se le pide a una persona que dibuje o describa a un científico, los profesionales de las ciencias sociales están fuera de dicha descripción y, si es docente, usualmente lo asociamos a un enseñante de ciencias físicas o naturales. Los profesores o investigadores en ciencias sociales estamos lejos de ser considerados científicos por parte de la opinión pública y esto allana el camino a la precarización de la labor docente y de las ciencias sociales en general.
Muerte y resurrección de la economía italiana
La precarización del trabajo docente conduce al desmontaje sistemático de la fortaleza que distingue a las sociedades más prósperas e independientes, porque, precisamente, invierten más en sus docentes y, en especial, en la docencia de calidad. La economía italiana depende en modo alarmante de la creciente importación de productos y de empresas extranjeras que operan a lo interno de este país, lo cual ha debilitado al sector industrial, al punto que gran parte del PIB italiano se sostiene sobre los sectores comercio y servicio (sector terciario de la economía). Esto desdibuja la fortaleza industrial que tuvo Italia durante el pasado siglo XX. Ahora, ¿qué parte del problema es causado por la disfunción del desarrollo científico dentro de las ciencias sociales y, en especial, en la profesión docente?
Estos dos problemas de base, a saber, la precariedad a la que han llevado la labor docente en Italia y la falta de transformación científica dentro y en torno a las facultades de educación, entre otras disciplinas de las ciencias sociales, ¿pueden ser responsables, en parte, del debilitamiento sostenido que ha sufrido la economía italiana en años recientes?, a nuestro juicio ciertamente inciden sobre el problema o, mejor dicho y basándonos en modelos intuitivos asociados al pensamiento complejo y a la multidisciplinariedad, los argumentos expuestos pueden darnos pistas para considerar estos argumentos causales y también para reencauzar la economía a la prosperidad que tanto anhela su sociedad.
Para que Italia vuelva a irrumpir de forma protagónica en la sociedad global del conocimiento y potenciar el desarrollo económico basado en el agregado de valor, no basta con masificar la educación, de hecho, no se trata de eso, sino de dirigir la inversión a la innovación educativa que apunte, como dijimos, a superar las barreras que ralentizan el PIB local. Así ha sido el caso de Japón, China, Alemania, Islandia, Finlandia, Portugal, entre otras naciones que, no sólo destinan un mayor porcentaje de su PIB al sector educativo, en términos comparativos, sino que orientan la inversión educativa a la innovación, incluso dentro de las ciencias sociales, incluyendo algunas innovaciones educativas en términos de técnicas y conocimientos que apalanquen soluciones a los problemas locales.
¿Por qué enfrentarnos el dilema de escoger entre, por una parte, aumentar el porcentaje del PIB destinado educación y, por otra, dirigir de manera más eficiente el gasto y la inversión destinada a este importante sector?, la sugerencia a la que queremos llegar consiste en asumir ambas opciones, de manera que no se vea más reducido el presupuesto dedicado al sector educativo, incluso, que se pueda llevar al nivel de las naciones más competitivas y cooperativas en materia educativa. Al mismo tiempo, la inversión puede ser condicionada al impacto de las políticas y las medidas de intervención sobre las mejoras en la realidad local.
El “enraizamiento” del PIB local, es decir, la generación de condiciones y actividades productivas, con efecto multiplicador sobre el desarrollo social y económicamente sustentable del entorno inmediato, podría ser el resultado medido por medio de indicadores específicos que sean producto de los programas y proyectos innovadores que se desarrollen, en sus fases iniciales, dentro de las aulas de clase sin importar el nivel educativo ni la especialidad correspondiente. De esta manera, la formulación de políticas reconducidas hacia una educación mejor valorada, de profundo impacto socio económico y con un claro compromiso social, pudiésemos ver a Italia salir de la crisis sin matar la palanca del desarrollo.
Samuel Scarpato-Mejuto
Dr. en Ciencia Política, educador, especialista en planificación y desarrollo.
sscarpato@noti-america.com