Fuente: https://infovaticana.com / Carlos Esteban
Durante las últimas décadas, si en un campo se ha hecho sentir la influencia política de la Iglesia en el mundo, en rápida disminución, ha sido en la defensa de la vida, muy especialmente en la lucha desesperada por el derecho a nacer.
Sí, ni la inmoralidad del aborto necesita en absoluto de la fe para comprenderse y aceptarse, ni Cristo vino al mundo para combatirlo. Pero, como decía Chesterton, la Iglesia ha sido siempre la encargada de recordarle al mundo hasta lo de sentido común cuando el mundo lo ha olvidado, y será la primera en combatir por la verdad de que dos más dos son cuatro ante una civilización que lo niegue
Siempre tuvo el honor o mérito añadido de parecer una lucha a contrapelo, una guerra perdida de antemano que solo cosechaba derrotas: el referéndum que hacía caer a la católica Irlanda parecía marcar la pérdida definitiva, el último bastión caído.
Y, de repente, Alabama. Este estado sureño de Estados Unidos, en el corazón del imperio abortista, aprobaba una ley que, en la práctica, acaba con esta plaga en su territorio y abre el camino para que otros estados le sigan, como ya empiezan a hacer.
Estamos, pues, ante una inesperada victoria en una guerra desesperada en la que la Iglesia ha puesto el grueso de sus reclutas. ¿Campanas al vuelo? ¿Cuál ha sido la regocijada respuesta de Roma, cuáles los mensajes de celebración y gozo de la jerarquía norteamericana?
El silencio. Un silencio tan atronador y misterioso como el que saludó el referéndum irlandés o la votación parlamentaria sobre el mismo asunto en la Argentina natal del Papa. De repente, el asunto en el que más ha brillado la presencia de la Iglesia en la plaza pública durante tanto tiempo no parece importar demasiado en Roma.
O en Estados Unidos, donde tampoco se han escuchado demasiados parabienes. Peor: el caso de Tennessee. Sus obispos han dado el inusual paso de redactar un comunicado conjunto… ¡para mostrar sus dudas sobre la ley que limita los abortos!
Apareció en febrero, en una publicación católica, el Tennessee Register, donde los obispos de Nashville, Memphis y Knoxville sostuvieron: “Aunque apoyamos de todo corazón la intención de la ‘Ley del Latido’ que se está debatiendo en la legislatura de Tennessee, debemos ser también prudentes en cómo combatimos el mal abortista que habita en nuestro Estado”.
Es de destacar que en el Estado con la ley más restrictiva ya citada, Alabama, los católicos son una exigua minoría y que las denominaciones religiosas que más peso han tenido para llegar a esta ley han sido las evangélicas protestantes, que están sustituyendo rápidamente a las católicas en la defensa de la familia y la vida en la escena política, especialmente desde que Su Santidad, al inicio de su pontificado, nos pidiera a los católicos que no “nos obsesionáramos” con estos asuntos.
Pero el abandono de estas ‘obsesiones’ no se ha traducido en un abandono de posiciones de influencia política para centrarse en asuntos más puramente doctrinales, sino para ser sustituidas por nuevas obsesiones, especialmente la desaparición de las fronteras y la lucha contra el Cambio Climático.
El problema es que este mensaje no ha calado excesivamente en las filas católicas, o no con igual unanimidad. De hecho, en la Italia en periodo preelectoral, el Vaticano y los obispos están librando una guerra cada vez más abierta con el partido que cuenta con un mayor apoyo de los votantes, la Liga de Matteo Salvini.