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Sección: “Storytelling a la carta por Luisa Himiob”

  Eterna Estambul 3/4   

 

 

 La percepción de un mismo lugar geográfico es tan personal y diferente como lo es un ser humano de otro. De las experiencias que vivimos, vale lo que nos queda en la memoria. Estambul es una ciudad cuya magia tiene grandes alcances y deja huella en quienes la hemos visitado; más aun en quienes han tenido la suerte de vivirla por temporadas más largas. A raíz de estos artículos varios amigos han compartido conmigo sus propios recuerdos de Estambul. Agradezco las imágenes que traen sus historias y que se hermanan con las mías.

¡Por fin, el Gran Bazar! Si Topkapi fue el centro político del Imperio Otomano, el Gran Bazar fue su centro económico. Todavía evidente hoy, es la distribución gremial de sus calles. Nombres impronunciables se suceden uno tras otro; anuncian el espacio de tal o cual gremio. Empiezo a descubrir un poco de orden en lo que al principio me parece una maraña caótica. Abajo, la venta pura y simple. En un segundo piso, el inventario de mercancías y de vez en cuando vestigios de una tradición tan vieja como el propio bazar: el maestro y su aprendiz. O quizás tengas la suerte de encontrar allí a una familia que te invita a un narguile de jazmín…

 

 

 Los puestos de orfebrería, de alfombras, de aceites y textiles están alineados a lo largo de los mil pasillos de este inmenso laberinto. En el llamado Bazar Egipcio el olor a café y especias inunda el espacio y aspiro profundo en el intento inútil de apresarlo, de esconderlo en algún recoveco para impedir que escape al lugar del olvido.  En ambos bazares, se impone la cacofonía de los diferentes idiomas que oigo al pasar, testigo del Estambul cosmopolita.  En uno y en otro me persiguen los artífices del regateo hasta que termino por comprar algunos pañuelos de seda y tazas para el té. Al salir nos damos banquete con dátiles de Izmir, los mejores del mundo.

Pero no es en el descomunal Gran Bazar o en el Bazar Egipcio con su intensa mezcla de aromas que encontrarás la joya de Rustem Pasa, sino en el bazar de las ferreterías. Esta pequeña mezquita subyuga al visitante con los colores y diseños de sus motivos decorativos. Algunos visitantes curiosos la descubren y disfrutan, pero ella tiene su público cautivo: loa vecinos del barrio que tienen allí asegurado su espacio de meditación y descanso.

 

 

 Anoche cenamos en una casa que está en la margen del Bósforo. A medida que oscurecía, se prendían las luces del gran puente que comunica Anatolia con la parte occidental de Estambul.

Hoy, último día en Estambul, hacemos el paseo de rigor por el Bósforo. Su cara sensual de la noche anterior da paso ahora a un cielo muy azul que se refleja en unas aguas todavía más azules y las muchas embarcaciones que llevan y traen comercio.

 A lo largo de sus márgenes todavía quedan en pie muchos palacios, recuerdos de un ayer imperial. Muchos, o quizás todos, habrán pertenecido al sultán y sus allegados. Con su acostumbrada modestia, Os me insistía, “Si vienes a pasar el verano con nosotros …aun tenemos alguna que otra propiedad sobre el Bósforo.”

 

 

Sobrevuelan las gaviotas, quizás las mismas que me dieron la bienvenida ese primer amanecer en Estambul. Es un paisaje que me dice, “no te olvidarás de mí, espero tu regreso”.

   

Fotografías: Luisa Himiob

 

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