Ganarse la lotería se convirtió en la peor pesadilla para este dominicano
En 2013, Pedro Quezada vivía una historia de ensueño que poco a poco se transformó en una auténtica de terror
Pedro Quezada nunca imaginó que la buena suerte le iba a arruinar la vida. Pero eso fue exactamente lo que le sucedió: luego de ganar la lotería, tener una de las alegrías más grandes de su vida y convertirse en millonario de un día para otro, comenzó para él un calvario que todavía lo tiene en vilo y con la posibilidad latente de ser condenado a 20 años de cárcel.
Nacido en 1969 en Jarabacoa, un pueblo escondido entre las montañas del centro de República Dominicana, pasó una infancia y adolescencia con muchas dificultades económicas, hasta que, cansado de las privaciones y ya con 18 años, decidió emigrar a los Estados Unidos. Recaló en Passaic, una localidad de Nueva Jersey, poblada de hispanos y ubicada a 26 kilómetros al este de Nueva York.
Como tantos otros inmigrantes, trabajó de lo que había, hasta que pudo hacer un poco de pie y, en 2006, instaló un pequeña tienda de abarrotes (alimentos, bebidas y diversos artículos de uso cotidiano). No conforme con las ganancias que le redituaba ese negocio, donde trabajaba 18 horas por día, Quezada buscaba un guiño de la suerte: durante tres años, entre las 19:30 horas y las 20,pasaba por Eagle, la licorería de su amigo indio,de Sunil Sethi, y se jugaba un boleto a la lotería.
Eso hizo el sábado 23 de marzo de 2013, dos días antes de que su vida cambiara para siempre. El lunes 25 de marzo iba camino a abrir la tienda cuando su amigo indio le dio la noticia: había ganado el Powerball.
Ahora, recibiría un premio de $338 millones de dólares, uno de los mayores premios otorgados a una sola persona. Descontados los impuestos, le quedarían $221 millones. El sábado anterior había completado los seis números ganadores: 17, 29, 31, 52, 53 y el Powerball 31.
Algo no salió bien: la historia de Quezada Quezada no lo podía creer. Era la historia de superación de un inmigrante que había cumplido su sueño americano. Lo primero que dijo fue: “Me voy a comprar un auto para reducir el kilometraje de mis zapatos”. Después, pudo hacer más que responder preguntas de periodistas y posar sonriente para las cámaras de televisión. De pronto, era millonario.
El mismo día en que se presentó a reclamar el prem
io, dejó su trabajo. Toda la gente del barrio empezó a decir que era un gran vecino, muy trabajador y buena persona. Así, que envalentonado por estos elogios, Quezada les prometió que les iba a pagar a todos el alquiler de sus casas. Invirtió gran parte de su fortuna en República Dominicana , donde envió $57 millones de dólares. Repartió cinco millones entre su gente; y compró una casa por $300,000. No solo eso: vivió de fiesta en fiesta durante casi un mes.