Estadounidenses de clase media también son víctimas de la política migratoria de Trump
«Mi país me va a obligar a irme con mis hijos a una tierra extraña. ¿A quién le preocupa nuestra situación como ciudadanos?», dice Emily, una mujer nacida en Minneapolis que teme la deportación de su marido y padre de sus hijos.
Emily Krueger, una productora de comerciales originaria de Minneapolis, tiene todo lo que el “sueño americano” puede dar: una profesión lucrativa e interesante, dos hermosos hijos, un matrimonio sólido y un esposo que la adora.
Sin embargo, Emily confiesa sufrir de ansiedad y paranoia debilitantes y vivir presa del miedo y la incertidumbre sobre su futuro. Su vida de clase media alta en el “mid-west” estadounidense definitivamente no es color de rosa y su temor llega al punto de prohibir a su esposo e hijos que abran la puerta o salgan al jardín.
“Vivo teniendo pesadillas”, confiesa Emily, de 42 años. “Sueño que ICE viene y arresta a mi esposo. Me siento como un animal enjaulado y así mismo está mi familia, peor que los animales en el zoológico”.
Krueger es una típica estadounidense de buen nivel adquisitivo, pero su circunstancia -una que es compartida por decenas de miles estadounidenses- es el estatus migratorio de su esposo Adrián Ramírez.
Indocumentado.
“Yo voy a cumplir 20 años en Estados Unidos y siempre he tenido trabajo”, cuenta Adrián, quien ya cumplió los 55. “Tengo dos entradas ilegales y no puedo arreglar por eso. La razón es que cuando yo migré tenía a mi familia en México y había que ir y venir. Inicialmente traté de venir con visa pero no me dieron, y pues, me pasé por el monte”.
Hace poco, Adrián y su esposa tomaron la decisión de que él debía renunciar a su trabajo en una fábrica de piezas para aviones.
A pesar de tener años trabajando allí y un buen salario, la elección de Donald Trump significó un aumento inmediato en las redadas a fábricas, y Emily no quiere correr el más mínimo riesgo.
“Yo hice que mi esposo dejara su trabajo en el que tenía diez años”, cuenta Emily. “Estoy tan asustada que mandamos a poner cámaras en la parte exterior de la casa y tuvimos que enseñar a mis dos hijos de 5 y 3 años a que nunca abran la puerta a nadie”.
Todos sus carros tienen “GPS trackers” para identificar donde están en cualquier momento. “Si él se tarda 5 minutos extra, enseguida me preocupo. Revisamos los faros cada semana para evitar que la policía tenga una excusa para detenerlo. Es así como estamos viviendo”.
Los ciudadanos estadounidenses víctimas del “Trumpismo”.
El temor que Emily siente y lo invisible de su problema, es cosa de todos los días y una gran frustración para esta ciudadana, nacida y criada en el corazón de Estados Unidos.
Aunque se habla y se sabe que así se ha vuelto la vida de muchos inmigrantes en la era de Trump, menos común es que los políticos le pongan atención a personas como ella, que sufren las consecuencias de las políticas migratorias, siendo nacidos en los Estados Unidos.
Según un estimado del grupo American Families United, formado en 2006 por estadounidenses que son cónyuges y familiares de indocumentados, en este país hay por lo menos 350,000 cónyuges de ciudadanos estadounidenses que pueden ser deportados.
“Es una lástima que en mi propio país, yo tenga que demostrar que sufro de ansiedad patológica para intentar patrocinar a mi esposo”, cuenta la estadounidense, luego de explicar que la pareja va a intentar obtener un “waiver” o perdón migratorio para intentar legalizar a su esposo.
Dicho perdón solo puede obtenerse al comprobar que la deportación del inmigrante resulta en “dificultades extremas” para un familiar directo o dependiente ciudadano.
La situación de Emily y Adrián no es nueva. Ambos se casaron en 2011, cuando Barack Obama era presidente y los dos arrestos en la frontera ya complicaban y hacían extremadamente difícil la green card para él, gracias a leyes que existen desde 1996.
“Cuando nos conocimos enseguida me dijo que era indocumentado”, recuerda la mujer. “No pensé que importara. Si nos casábamos él podría sacar su residencia. Adrián nunca cometió ningún delito, aparte de cruzar la frontera para trabajar. También ha pagado siempre sus impuestos”.
Del activismo al temor constante
En esos años, la familia se hizo activista, participaron en marchas, repartieron panfletos y hablaron con políticos, en busca de lograr una reforma migratoria que se creyó posible con Obama.
En el ínterin, Emily se dio cuenta de la ignorancia sobre el tema que expresaban muchos políticosy que otros simplemente no pensaban en personas como ella en su afán de deportar a indocumentados.
“En esa época hablé con mi senador estatal y me dijo : “tienes que legalizarlo”, como si fuera tan fácil”, apunta.
“También fuimos a Washington a hablar con congresistas”, explica. “A uno le dije que me parecía muy bien que se preocupara por no enviar a los dreamers de regreso a un país que no recuerdan, pero que sin embargo no estaba pensando en personas como yo y en mis hijos, en que terminaríamos yéndonos a un país que no conocemos si llegan a mi esposo”.
La pareja estaba a punto de intentar pedir el waiver o perdón, que obligaría a Adrián a ir a Juárez, México, cuando Trump ganó las elecciones, y decidieron esperar.
Pero lo que comenzó después de electo el nuevo presidente, fue peor de lo que podían haber imaginado. Tanto Emily como Adrián, están pensando en opciones para el futuro, dentro de un abanico muy limitado por las circunstancias.
Han decidido intentarlo con el “waiver” y la solicitud de residencia, pero existe la posibilidad de que se la nieguen y Adrián no pueda regresar a Estados Unidos.
“Vamos a intentarlo pero me siento aterrorizada”, confiesa. “Para mí está bien ser la única que trabaja, al menos estamos juntos, pero él no puede hacer nada, ni ser voluntario en la escuela de los niños porque piden antecedentes”.
Pero él lo tiene claro: “ya quiero que me digan sí o no y si me la niegan, me cruzo de nuevo, aquí está mi familia y que voy a hacer yo en México si aquí está mi señora y mis hijos, qué canijos voy a hacer a México si allá todos mis parientes ya murieron”.
Lo que más le duele a Adrián es que su hija de 5 años ya comienza a preguntar por qué no han viajado fuera del país como sus amiguitas que van a cruceros y a otros países. Tampoco ha podido llevarla a ver el mar , porque para eso hay que agarrar carretera.
“Mis hijos están pagando los platos rotos por mí y no tiene caso que les diga…será cuando sean más grandes”.
(Esta nota es parte de una serie sobre ciudadanos afectados por la política migratoria de Estados Unidos. Los nombres de los protagonistas de esta historia, conocidos por La Opinión, fueron cambiados para la publicación de este artículo a solicitud de ellos mismos).