‘Competimos contra todos, igual que ustedes’: las voces de las maquiladoras en México
En estos tiempos de incertidumbre sobre el futuro del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), ¿qué se siente trabajar en una planta manufacturera en México, donde una oleada de compañías estadounidenses se han instalado para aprovechar los bajos salarios?
Este año, seguimos a un grupo de trabajadores metalúrgicos en Indianápolis cuyos trabajos se estaban mudando a Monterrey, México, mientras el descontento entraba en ebullición en el corredor industrial de Estados Unidos (formado por varios estados del noreste del país) a causa de la pérdida de empleos de la clase obrera.
Después de publicar nuestra historia, y en medio de las tensiones por los intentos de renegociar el TLCAN, buscamos perspectivas adicionales sobre la globalización por parte de lectores que tuvieran experiencia en la industria manufacturera en México. Les preguntamos qué les gustaría decirles a los obreros estadounidenses si tuvieran la oportunidad de hacerlo.
Cuando fue aprobado hace casi 24 años, el TLCAN marcó un hito para la globalización. Creció enormemente el número de plantas de ensamblaje en México —conocidas como maquiladoras—, que importan partes sin impuestos y envían de regreso productos terminados a través de la frontera. Actualmente, la industria de las maquiladoras en México es mucho más sofisticada y global de lo que era cuando el TLCAN comenzó.
En respuesta a nuestro llamado, recibimos más de 200 respuestas de lectores en inglés y en español. Las opiniones variaron desde expresiones de solidaridad —”No somos sus enemigos, sino sus hermanos de armas”, escribió una persona— hasta las de enojo por ser satanizados por el simple hecho de procurar un salario para subsistir.
Muchas de las personas que respondieron hicieron eco de una misma preocupación: el temor por la amenaza en ciernes de la automatización y de perder trabajos que se podrían mudar a China. En las entrevistas de seguimiento, las personas que respondieron compartieron más sobre sus experiencias y sus puntos de vista sobre la globalización.
Estas entrevistas han sido ligeramente editadas y condensadas; tres de ellas fueron traducidas del inglés.
“Los estadounidenses deberían estar buscando empleos de primer mundo”
Luis Arturo Torres Romero, de 37 años, ha trabajado durante 19 años en manufactureras en Tlajomulco de Zúñiga, en el estado de Jalisco.
Hijo de un artista y una enfermera que lucharon para salir adelante, Torres Romero pagó sus estudios universitarios con el salario obtenido gracias a su trabajo como operador de ensamble en el turno nocturno de una fábrica que elaboraba productos electrónicos. Ahora es ingeniero de desarrollo en una compañía que fabrica productos automotrices.
Nunca hubiera podido terminar la carrera de no ser por este tipo de empleos en una maquiladora. Ahora vivo tranquilo, ya me puedo dar ciertos lujos. Ya no vivo presionado por el dinero, ya no me pregunto qué voy a comer mañana.
Ese tipo de actividad no puede llenarte como persona: hacer algo repetitivo como maquinita. La rotación es muy alta. Muchos ni siquiera estábamos contratados por la planta sino contratados por agencias de colocación. Si había un pico de producción contrataban gente, pero si bajaba te corrían.
Esos trabajos ya no tienen mucho futuro. Las máquinas lo van a hacer cada vez más barato. Se van a ir automatizando. Los estadounidenses deberían estar buscando empleos de primer mundo. Ellos deberían enfocarse en hacer llegar la educación a más gente para enfocarse en puestos de mayor nivel.
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“Estamos compitiendo contra todos igual que ustedes”
Raquel Gerardo, de 22 años, creció en Tijuana dentro de una familia que dependía de las maquiladoras para solventar sus gastos.
Los padres de Raquel Gerardo se conocieron cuando trabajan juntos en una fábrica. Su padre comenzó barriendo cuando era un adolescente. Ascendió en la escala jerárquica, se convirtió en técnico, ingeniero y finalmente, gerente de planta en una fábrica de electrónicos en Tijuana.
Ella asistió al bachillerato en Tijuana, donde los estudiantes reciben clases de control de calidad, mercadotecnia y otras habilidades necesarias para la industria maquiladora. Ella fue a la universidad en Idaho, pero regresó a Tijuana para trabajar como becaria en una fábrica. Actualmente vive en Tijuana y trabaja para una compañía estadounidense de software que dirige sus esfuerzos de mercadotecnia a los consumidores latinoamericanos.
Somos privilegiados. No todos tienen la oportunidad de aprender inglés y obtener una educación a ese nivel. Recuerdo que cuando era niña mi padre me llevaba a la fábrica. Ahora que soy adulta me doy cuenta de que el nivel educativo de las personas es muy diferente. Si eres de los de abajo, permaneces abajo. Si eres el jefe, todo el respeto es para ti.
Incluso si ganas un poco más del salario mínimo, no es un salario con el cual puedas vivir. No puedes tener solo un turno y sobrevivir. Todos en la familia tienen que trabajar dos o hasta tres turnos.
Estamos compitiendo contra todos igual que ustedes. China (es casi imposible competir con ellos). Mi papá fue el gerente de planta para esta compañía y sus jefes le hablaban cada día para decirle: “Si no reduces los costos por esta cantidad, nos iremos a otra parte”. No celebramos mi cumpleaños número doce debido al estrés.
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El trabajo proveniente de Estados Unidos ha sido “una bendición para México”
Douglas Naudin, quien vive en Laredo, Texas, y tiene 75 años, trabajó como gerente de Recursos Humanos en la industria maquiladora desde 1983 hasta 2007.
Naudin nació en México pero creció en El Paso, Texas, después de que su padre se graduara como ingeniero en la Universidad de Misuri. Al poseer la doble nacionalidad, estadounidense y mexicana, Naudin siempre se sintió atraído por el lado mexicano de la frontera.
Se emocionó mucho cuando una empresa estadounidense de Carrollton, Texas, lo contrató en los años ochenta para trabajar en una flamante fábrica de electrónicos en Ciudad Juárez, México. Naudin se convirtió en gerente de Recursos Humanos en la planta, que fabricaba luces LED para los tableros de los autos.
A los estadounidenses les gustó la idea de que yo fuera allá, porque se podían comunicar conmigo. En ese momento, tenían como gerente de Recursos Humanos a un mexicano que no hablaba inglés. Las personas en Carrollton luchaban con “¿Por qué se van los empleados? ¿Cuántos empleados tenemos?”.
Ensamblábamos focos muy pequeños. Son soldados con diminutos alambres dorados. Se realiza a través de microscopios. Era un trabajo arduo. Nosotros fabricábamos millones de ellos. Los trabajadores venían de algunos de los ranchos cercanos.
Para la década de los noventa, las compañías estadounidenses empezaron a enviar trabajo más técnico, equipo de mayor grado, laboratorios. Conforme pasó el tiempo, todas esas tareas comenzaron a irse a México. Ingenieros. Maquinistas. Mecánicos. Tienes a muchos de la segunda o tercera generaciones que son profesionales en las plantas, donde sus padres fueron operadores. Ha sido una bendición para México.
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“México, Estados Unidos y Canadá deberían trabajar juntos”
David Treviño, de 56 años, trabajó durante 12 años como gerente de producción en una planta que se encargaba de hacer arneses eléctricos en Ciudad de México.
Treviño ha viajado a China más de 100 veces en los últimos 27 años, primero como representante de una compañía internacional de ensamblado de cables que establecía fábricas en China en los años noventa y luego con una empresa distribuidora de electrónicos en Ciudad de México que él fundó, que importa productos desde China a México y Estados Unidos.
En 1989 yo trabajaba para una empresa mexicana que fabricaba arneses eléctricos, esos cables que van juntos y se conectan a todos los botones en la parte trasera —por ejemplo, de una lavadora—. Yo lo llamaba “trabajar en las minas de sal”, porque era muy pesado. Yo era uno de los pocos que hablaban inglés. Fui ascendido.
En esa época, China estaba totalmente subdesarrollada. Casi no había hoteles. Tenías que pasar la noche en la fábrica. El salario en China era de un dólar por día. Más y más compañías llegaban, a tal grado que a principio de la década del 2000 tenías que tener una fábrica en China o si no cometías un gran error. Los estadounidenses transfirieron gratuitamente grandes inversiones y conocimiento técnico a China. Lo hicieron para obtener ganancias corporativas, para mantener felices a los accionistas. Pero puedes ver los resultados.
Los chinos hicieron sus propias fábricas, se transformaron en un país rico y ahora en un rival de Estados Unidos. Mi hijo menor se graduó hace un año de una muy buena universidad en México. Fue de intercambio a China. Dada la situación, le dije: “Tal vez quieras aprender chino porque es el idioma del futuro”.
Los estadounidenses debieron haber tomado mejores decisiones políticas y económicas hace varios años. Castigar a México no es la solución. Eliminar el TLCAN o construir muros no es la solución. México, Estados Unidos y Canadá deberían trabajar juntos para enfrentar los grandes retos generados el resto de los países. Si Estados Unidos, México y Canadá no encuentran maneras de trabajar juntos, veremos a muchas compañías manufactureras estadounidenses cerrar debido a la brutal competencia de parte de Asia, y de China en particular.