La belleza no debería doler. Por: Cecilia Alvarez
NOTI-AMERICA.COM | FLORIDA
La belleza no debería doler.
Por Cecilia Alvarez – Luxury Nail Artist & Columnista de Belleza
📲 Instagram: @ceci.alvarez19 | @cecilia.nailartist
«La belleza duele.»
Cuántas veces escuchamos esa frase, ¿verdad?
Yo misma la oí cientos de veces a lo largo de mi carrera: en el salón, en conversaciones entre clientas o incluso en consultorios estéticos.
Y cada vez que la escucho, siento lo mismo: una mezcla de tristeza y rebeldía.
Porque no, la belleza no debería doler.
Pero nos hicieron creer que sí.
Desde muy jóvenes nos enseñaron que para vernos bien hay que sufrir. Los zapatos que lastiman, la cera caliente, el torno que quema, las dietas extremas, el relleno que deja moretones, el bisturí que promete felicidad.
Nos repitieron tantas veces «la belleza duele» que terminamos normalizando el dolor, como si fuera parte inevitable del proceso de embellecernos.
Y no lo es.
He recibido en mi salón a mujeres con las uñas tan finas que se partían al tocarlas, con la piel irritada por ácidos mal aplicados o con pestañas dañadas por extensiones colocadas sin técnica.
Detrás de cada una de esas historias hay una frase que se repite:

«Pensé que era normal que ardiera.»
«Me dijeron que si dolía, era porque estaba funcionando.»
«Me aguanté porque no quería quedar mal.»
Y ahí comprendí algo profundo: no es solo el cuerpo el que sufre.
También duele la confianza rota.
Duele sentir que te entregaste con ilusión y saliste con miedo.
Duele la decepción de haber sido tratada como un número más, no como una persona.
La belleza, cuando se practica sin conciencia, puede herir.
Pero cuando se ejerce con respeto, conocimiento y amor, tiene un poder sanador inmenso.
Embellecer no es modificar una apariencia: es acompañar un proceso interno.
Es lograr que alguien vuelva a mirarse al espejo y sonría con paz.
Eso solo se consigue cuando la técnica va acompañada de empatía.
Como profesional de la estética, estoy convencida de que nuestra verdadera misión no es transformar rostros ni cuerpos, sino experiencias.
Cuidar, proteger, escuchar.
Crear espacios donde una mujer se sienta segura, contenida y respetada.
Donde no haya apuro, ni promesas falsas, ni manos que lastimen.
Porque embellecer sin dañar es un acto de amor, y el amor nunca duele.
La educación estética también implica responsabilidad.
Formarnos, elegir productos de calidad, cuidar la higiene, conocer la anatomía y respetar los límites del cuerpo.
Y, del otro lado, como clientas, debemos aprender a preguntar, a informarnos y a confiar en nuestra intuición.
Si algo duele o incomoda, no es normal.
El cuerpo siempre avisa.
Quizás haya llegado el momento de reformular esa vieja frase que tanto daño hizo.
Ya no más «la belleza duele».
Hoy quiero que digamos juntas:

«La belleza cuida. La belleza sana. La belleza te hace sentir viva, no herida.»
Porque la verdadera belleza no se impone: se acompaña.
Y el verdadero lujo no está en una técnica perfecta ni en un resultado inmediato, sino en salir de un lugar sintiéndote más en paz que cuando entraste.
La belleza no debería doler.
Debería abrazar, contener y recordarte que merecés sentirte bien en tu propia piel.